Por Víctor Flores Olea
Es totalmente natural la conmoción social (en la comunidad, en la nación y hasta mundialmente) que causan estas masacres sin sentido, la última absolutamente inverosímil en Newtown, Connecticut, pueblo de menos de 30 mil personas las más de las cuales se conocían entre sí. Como ya se ha visto, escuchado y leído abundantemente en las informaciones periodísticas y televisivas, un sujeto de 20 años habría entrado por la fuerza a la escuela, a donde trabajaba su madre de profesora, a la que asesinó a tiros en su propia casa momentos antes de salir e irrumpir en la escuela elemental en la que mató a 20 estudiantes (niños de entre cinco y 10 años) y a seis profesores de la misma escuela. El asesinato masivo se perpetró con pistolas automáticas y un rifle semiautomático que, según parece, era parte del arsenal propiedad del desequilibrado, que había adquirido las armas en su mismo pueblo sin ninguna dificultad. Incluso se reporta por vecinos que la madre del asesino Adam Lanza era una entusiasta de las armas y que habría alimentado este mismo gusto a su hijo, con el que salía con cierta frecuencia a los alrededores de Newtown a hacer tiro al blanco.
Según reportes médicos de los forenses que revisaron los cuerpos de los asesinados, cada uno presentaba entre tres y 10 heridas, lo cual da una idea de la saña con que se cometió el crimen.
Es entonces también comprensible la intervención pública de Barack Obama dando emocionada cuenta de la tragedia y la difusión también, sentida y adolorida, según parece, de la mayor parte de los medios que dan cuenta de lo ocurrido.
Lo que ya no resulta tan comprensible es que después de decenas de asesinatos masivos de gente inocente, en condiciones semejantes, no se haya hecho prácticamente nada verdaderamente importante, radical, para evitar este tipo de asesinatos multitudinarios de desequilibrados que generalmente terminan en el suicidio de los propios agresores.
La verdad es que la mayoría de estos crímenes han tenido lugar en Estados Unidos, donde la poderosa Asociación Nacional del Rifle (uno de los lobbys más fuertes de Estados Unidos, que, por ejemplo, recibe 300 millones de dólares anuales y cuenta con más de 4 millones de miembros) desde hace más de 20 años ha hecho muy cuantiosas inversiones para defender la industria armamentista y el derecho de los ciudadanos de Estados Unidos a poseer armas, oponiéndose rotundamente a que haya la menor restricción para la venta de pertrechos al público.
La asociación fue dirigida durante un buen número de años por el actor Charlton Heston, quien retóricamente sostuvo que ese derecho de los estadunidenses a vender y poseer armas sin limitación alguna encontraba su fundamento en la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que a la letra dice: Siendo una milicia bien preparada necesaria para la seguridad de un estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no será vulnerado. Para los partidarios del control de armas la Segunda Enmienda sólo alude a entidades oficiales como el ejército, mientras para los defensores de la libertad absoluta en ese campo la enmienda reconocería el derecho de todo individuo a poseer armas, sin restricción alguna. Tal es una polémica que se ha prolongado muchos años en Estados Unidos, en la cual los multimillonarios dirigentes de Asociación Nacional del Rifle han llevado prácticamente siempre la delantera, con base en el derroche de cuantiosos recursos que les ha servido para controlar en buena medida a los íntegros poderes Legislativo y Judicial de ese país.
Estados Unidos es el mayor vendedor de armas en el mundo.
Debe también decirse que las ventas internacionales de armas de Estados Unidos se triplicaron en 2011, con un incremento espectacular también en sus ventas a los países en vías de desarrollo (el gran comprador fue, como podía esperarse, Arabia Saudita). Los otros grandes vendedores al escala internacional fueron recientemente Rusia y Francia.
Nos hemos referido a la última tragedia de Connecticut. Pero parecería que exclusivamente nos referimos a Estados Unidos como patria de preferencia en la que se producirían casi exclusivamente este tipo de inconmensurables tragedias. No es así. En estos días han sido recordadas otras tragedias análogas, por ejemplo, en Noruega o en Bakú, Azerbaiyán. Sin embargo, no debemos equivocarnos: por desgracia para ese país la mayor parte, la mayor frecuencia y el mayor número de víctimas se da en Estados Unidos. Por eso pensamos que hay un vacío, o una forma de vida o un estilo cultural que contribuyen poderosamente a propiciar este tipo de tragedias.
Desde luego pienso que los medios de comunicación y su estilo contribuyen esencialmente a condicionar este tipo de conductas. De ninguna manera creo que haya una suerte de relación de causa a efecto entre la difusión de cierto estilo de vida y el hecho de que se produzcan tragedias de esta magnitud. Pero sin existir esa relación lineal de causa a efecto hay, sin duda, un condicionamiento general en los mensajes que se transmiten y el hecho de que se produzcan en su peor versión estas inaceptables tragedias.
Pero el hecho de que haya, por ejemplo, en las películas una repetición casi ilimitada de situaciones de guerra, o de liquidación a mansalva de hombre y mujeres sin demasiada explicación, sino casi como deporte o como formas de vida pretendidamente inocuas de los liquidadores, comporta quiérase o no una ética (o un ethos) que va penetrando lenta paro seguramente en la conciencia (o en el inconsciente) de muchos jóvenes que no encuentran mejor realización que seguir los patrones de conducta de sus héroes.
Es una lástima, pero mientras no se utilice la inmensa capacidad de los medios de comunicación actuales para fomentar altos valores veremos con horror y tristeza que sus enseñanzas, con mucho más frecuencia que lo deseable, sufrirán esas tremendas distorsiones como las que hemos presenciado horrorizados en estos últimos días.
Fuente: La Jornada