Por Lydia Cacho
En la isla de Bali, Indonesia, luego de dar una conferencia, una joven reportera se acerca a mí. Las redes de explotación sexual de niñas y adolescentes en su país son manejadas por menores de 20 años. Tiene información, pero ignora cómo adentrarse a investigar lo que a simple vista es un fenómeno aislado pero en realidad demuestra que la industria del sexo comercial ha logrado crear una cultura de normalización de la explotación sexual y la pornografía.
Una joven de 17 años fuma y se expresa como una experimentada madrota. “Chimoy” fue entrevistada hace unos días por Margie Mason, reportera de AP, en Bandung, Indonesia. La joven relata cómo a los 14 años, la hermana mayor de su novio la invitó a prostituirse prometiéndole mucho dinero rápido. La chica no se atrevió, sin embargo consiguió a unas amiguitas que tenían serias dificultades económicas y comenzó a llevarlas con su cuñada que funcionaba como enganchadora y explotadora. Con los años, Chimoy fue con algunos clientes, pero en realidad descubrió que el verdadero negocio no está en prostituirse a sí misma sino en llevar a otras a entrar en la industria sexual.
Por eso la joven, antes de cumplir los 18 años, se ha convertido en una de las cientos de “madrotas” jóvenes en este país de Asia Pacífico que consta de 17,508 islas donde habitan 237 millones de personas. Este hermoso tejido de archipiélagos contiene a la mayor población musulmana del mundo (86.1%) con su conservadurismo y represión hacia las mujeres, con sus rezos cinco veces al día y sus cientos de rituales religiosos. Este lugar tiene 300 etnias diferentes. Con una riqueza natural insuperable, se precia de su multiculturalidad y tolerancia a la diversidad religiosa.
Es en este contexto en que, según la ONU, 3.2 millones de niñas, niños y jóvenes entre 10 y 17 años son explotados cada año dentro del país. La normalización de diversas formas de esclavitud como estrategias de mejora económica ha permitido que las autoridades educativas de ese país hayan firmado convenios con empresarios que reclutan a menores de 16 años en las escuelas para llevarles como “practicantes” a trabajar gratuitamente en la industria pesquera. Los índices de matrimonios forzados siguen siendo tan elevados que les arrebatan a las niñas la posibilidad de tomar decisiones sobre el amor y el erotismo.
Las cifras oficiales del gobierno indonesio reconocen que cada año entre 40 mil y 70 mil niñas son explotadas sexualmente en sitios turísticos para alimentar la industria del turismo sexual de adultos extranjeros. Esto sucede en las islas de Batam, Karimum, Bali y Riau. Las organizaciones civiles se enfrentan a un reto monumental cuando son las y los jóvenes quienes manejan las redes de explotación sexual. Aunque jóvenes como “Chimoy” aseguran que detrás de ellas no hay adultos, lo cierto es que el 90% de los clientes de estas niñas y adolescentes tienen más de 25 años. Es decir, es una industria que ha encontrado su propulsión gracias a la demanda de sexo con adolescentes. En la mayoría de casos son hombres jóvenes quienes enganchan a las chicas, como en el caso de “Chimoy”, para que luego alguna adulta más experimentada las involucre en una suerte de sistema piramidal de prostitución infantil y juvenil.
El 90% de las chicas son contactadas por Facebook, Twitter y otras redes sociales. La policía local no tiene habilidades ni especialistas para entender el funcionamiento de las redes cibernéticas de reclutamiento. La mayoría de padres y madres de clase media y media alta no conocen los peligros de este fenómeno ni saben cómo y con quién se comunican sus niños y niñas por Internet. Mientras tanto, la Comisión Nacional de Protección a la infancia reportó que este año se detuvieron a 21 chicas de entre 14 y 16 años que actuaban como “mamis” reclutando a chicas para ser prostituidas. La activista Leonarda King, directora de Terre des Hommes, organización civil que trabaja contra la trata en la isla de Jakarta, asegura que cada vez se encuentran a más niñas de entre 11 y 12 años metidas en el negocio de la prostitución de manera absolutamente normalizada. En Surabaya, la AP reportó que una chica de 15 años fue detenida manejando una red de 10 niñas por la que cobraba entre 50 y 150 dólares por encuentro sexual con hombres locales y turistas.
No solamente los turistas asumen que si la chica acepta es porque es una trabajadora sexual profesional, el hecho de que tenga 12 o 13 años resulta sin importancia para los clientes que las piden por SMS o BB Messenger entregadas en su hotel. El secreto de cómo estas chicas asimilan la prostitución radica por un lado en el abandono; la mayoría son hijas de padres musulmanes polígamos que nunca les hicieron caso; hijas de madres sometidas al Islam que silencian la sexualidad y niegan libertades. Las chicas entonces encuentran una familia en sus amigas que, como “Chimoy”, les proponen huir de casa para vivir con ellas, tener libertad económica, afecto y solidaridad. Una de estas jóvenes ahora de 16 años, contratada por “Chimoy”, dice que su vida es mejor que con su padrote adulto que sólo la explotaba; asegura que su “madrota” es como una segunda madre para ella, a pesar de que sólo le lleva un año.
“Chimoy”, quien a los 16 años ya tenía dos hijos es, como miles de adolescentes en este país, adicta al crystal meth, conocido en Indonesia como Shabu-shabu. Ellas, junto con los chicos de 15 años que ofrecen servicios sexuales a turistas adultas, quieren el dinero para comprarse teléfonos inteligentes, tener la Black Berry o el iPhone o tablet del momento, vestir como los extranjeros, pagar la renta y comer lo que les gusta. Sika, de 14 años dice: “cualquier cosa es mejor que vivir encerrada, forzada a usar velo y a casarme con alguien que mi padre escoja”.
Lejos de la mirada de las y los adultos, en un mundo lleno de hipocresía, desigualdad y dobles discursos, la industria del sexo comercial y la pornografía infantil ha encontrado su nuevo y más productivo nicho: la primera juventud, esa edad en que se estructuran los criterios de la sexualidad, el erotismo, la autoestima y la imagen corporal. Nada más impactante que escuchar a una chica de 12 años decir: “yo soy una trabajadora sexual, con mi cuerpo me compro lo que quiero”. Detrás de ellas hay una sociedad y un Estado que no les dan oportunidades reales de libertad y educación, y una industria de adultos y adultas que han vendido la prostitución como una profesión cualquiera. Lo que estas chicas no saben es que esa ocupación las dejará en la situación más precaria antes de llegar a los 25 años, el 70% tendrá hijos no deseados, el 30% quedará adicta a las drogas y el 10% tendrá VIH/SIDA contagiado por algún cliente que pagó extra por no usar condón.
Sabiendo todo esto la respuesta de las autoridades es reprimir más a las niñas, exigir certificado de virginidad para permitirles entrar en secundaria, o casarlas más jóvenes para que tengan a un hombre que las controle. No se preguntan cómo es que una niña de 12 años cree que su cuerpo sexuado es el único recurso que tiene para obtener afectos, libertades y recursos económicos. Leer más sobre este autorEs periodista y activista.Publicaciones anteriores de Lydia CachoSeguir a
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Fuente: Sin Embargo