Por Sabina Berman*
1.
En una república con millones de celulares controlar el flujo de la información es imposible. Cada celular es una diminuta televisora –registra imagen y tiene canales de distribución nacional en las redes sociales–.
La información se ha vuelto incontrolable, a menos que un gobierno recurra a los métodos dictatoriales chinos: intervenir y cribar la red social.
2.
Lo entiende este joven gobierno pero también no lo entiende. Como muestra de su incomprensión su diálogo continuo con las televisoras abiertas, en la creencia de que de ahí sigue surgiendo la información que importa a los ciudadanos.
Falso, hoy más mexicanos se informan en las redes sociales, la radio y la televisión por cable que en la televisión abierta. Y por definición, los ciudadanos de las redes son más participativos. Creen que pueden mover a la Patria con un tuit. Un tuit que se multiplique en 5 mil tuits. Que se multipliquen en una algarabía tuitera.
Ah inocentes, por una ocasión tienen razón. Podrían moverla antes de que acabe esta primavera.
3.
¿Cómo iba a adivinar este gobierno que al ocultar la información sobre la guerra contra el crimen –más exactamente: al relegarla en los medios masivos a sitios discretos– despejaría el centro de la atención pública para que las redes sociales colocaran ahí otra guerra: la guerra de los tuiteros contra el abuso del poder de la clase política?
4.
Un tuitero en cada hijo te dio: el himno nacional adaptado a la guerra de los muchos contra los pocos del privilegio.
A los muchos nos interesa anular los privilegios de los pocos. Es decir que nos interesa la Justicia. La Justicia: la aplicación estricta de la Ley que ordena la convivencia y nos da un terreno de igualdad, donde cada ciudadano vale lo mismo que su prójimo.
5.
Pero hasta ahora ninguna delación tuitera de un abuso de Poder ha terminado en la Justicia. Ninguna.
El director de la Profeco es destituido con honores. “Ha sido un funcionario ejemplar”, declara el secretario de Gobernación en la ceremonia de destitución.
El exministro de Justicia pide perdón por haber cometido una cadena de violaciones a la Ley, su expareja emerge de un encarcelamiento ilícito de un año, pero nadie paga nada a la Justicia.
Y para caso emblemático del doble rasero en el que vivimos, el del nieto golpeador del Procurador de Justicia de la Nación. El Procurador de Justicia interviene para evitar que la Justicia se procure: su nieto pide perdón en vez de pagar a la sociedad por lo menos una noche de encarcelamiento, luego de allanar una casa ajena y golpear a una mujer dormida.
El nieto golpeador del Procurador de (In)justicia pide perdón y se va a su casa.
6.
¿Hay que aclararlo? La Justicia no es una Iglesia Católica donde pedir perdón esfuma el pecado.
Mientras los tuiteros no persigan cada delito que circula en la red hasta que ocurra la Justicia, en México todavía no habrá cambiado nada.
Nada.
7.
El gobierno se ha puesto a la mitad del camino de cruzar la raya que implica la Justicia. Esa es la raya que implica un verdadero cambio. Y mientras el Gobierno resuelva cada escándalo de abuso de Poder con una destitución llena de simulaciones, estará alejándose más y más de la confianza de la gente.
8.
El dilema para los tuiteros patrióticos es otro: pueden perderse en el regocijo del escándalo y la celebración de las falsas contriciones de los privilegiados; o pueden fijarse la meta de la Justicia.
9.
Otra vez vale decirlo. Los muchos aspiramos a vivir en un Estado de Derecho, es nuestra conveniencia. Pero vivimos en un Estado de Privilegio para los pocos.
Por eso bajo cada piedra cada semana un tuitero encontrará otro abuso de poder. Por eso la guerra de los tuiteros crecerá y crecerá y crecerá.
Por eso puede convertirse en una nube de ruido consuetudinaria, y sin consecuencia. Un relajo consabido. Una lotería donde cada semana se elige casi al azar a un abusador del poder y se le ajusticia en la guillotina de la infamia –que es una guillotina ficticia.
O esta guerra puede reformar el Poder. Es decir, llevar al sometimiento del Poder a la Justicia.
Ojalá.
(*) Este análisis se publica en la edición 1911 de la revista Proceso, ya en circulación.