La oportunidad que la vida me da

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Por Epigmenio Ibarra

Soy un hombre afortunado. La vida me ha tendido, en las circunstancias más adversas, muchas veces la mano. Sobreviví a la guerra y he tenido el enorme privilegio de registrar con mi cámara al hombro dos victorias históricas. Hoy, a mis 69 años, tengo frente a mí una nueva oportunidad: la libré, superé —con mis comorbilidades a cuestas— el covid. Es momento propicio —me parece— de reiterar ante ustedes los compromisos que han de guiar mis pasos de aquí en adelante.

No me mueven ni el odio ni el rencor; no soy avaro con la victoria y menos cuando esta es resultado de una lucha justa, democrática y libre. Hay que celebrarla, sacarle provecho, expandirla, consolidarla, volver sus frutos perdurables. Lo único que aborrezco es la guerra y a quienes por capricho, megalomanía criminal, ansia de poder, la imponen a los pueblos.

Coincido con Götz Aly —quien en su libro ¿Por qué los alemanes? ¿Por qué los judíos? analiza las causas profundas del antisemitismo— en que “la envidia destruye la convivencia social, mina la confianza, promueve el imperio de la sospecha e induce a las personas a aumentar su auto estima humillando a los demás… en este contexto, los envidiosos se auto intoxican, están cada vez más insatisfechos y se vuelven todavía más hostiles”.

Después de décadas de un dominio absoluto de la vida pública, el viejo régimen perdió en las urnas el poder. Sus dirigentes históricos, sus defensores, sus intelectuales orgánicos, los periodistas que a su sombra vivieron y que tantas prebendas y privilegios de él recibieron no han podido aceptar la derrota. El odio, el miedo, la envidia se han vuelto, para ellos y ellas, el único recurso para mantener a su lado a su “clientela” ideológica.

No pueden con la democracia; perdieron en buena lid y harían bien en reconocer y corregir las causas de su derrota histórica que, cómoda y cínicamente, atribuyen al “hartazgo de las masas”, al engaño al que fueron sometidas por un “mesías”, a la “ignorancia” de esas grandes mayorías empobrecidas. Vuelvo a Götz Aly y a la envidia, ese motor del odio social: “El éxito ajeno les consume y tachan a los envidiados de codiciosos, inmorales, egoístas y por ello dignos de desprecio. Los envidiosos se erigen a sí mismos en seres decentes y moralmente superiores”.

Se dicen valientes críticos del gobierno; se presentan como mártires de la libertad de expresión. Lo cierto es que son pocos los argumentos que esgrimen y mucha la rabia que destilan. Del insulto escatológico a la mentira van de las columnas en los diarios, la radio y la TV a las redes sociales; nada los contiene, nadie los reprime. Nunca habían gozado de tanta libertad. En unos meses veremos qué tan eficiente resulta su estrategia.

Yo, por mi parte, he de asumir, con alegría y firmeza renovadas, la tarea de apoyar a Andrés Manuel López Obrador en su lucha por la transformación de México. Estoy convencido de que vivimos, como dice Stefan Zweig, un “momento estelar de la humanidad”; tenemos la oportunidad extraordinaria de dar a nuestro país un rostro más humano, más digno, más democrático. Para eso llevamos a López Obrador a Palacio; mezquino, criminal y suicida sería regatearle el apoyo que precisa para cumplir con ese mandato.

Vienen tiempos duros; días que habrán de ser terribles, luminosos y decisivos. Tengo hambre y prisa de futuro. Quiero ver a mi patria transitar de la violencia heredada a la paz, con justicia y dignidad. No me quedan demasiados años; pero me sobran esperanza y fuerza para, al final, entregar buenas cuentas.

@epigmenioibarra

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