Por Elizabeth Palacios/ BBC
Como cualquier otro luchador mexicano, Súper Astro no se quita la máscara ni revela su verdadero nombre.
A los 58 años todavía compite de vez en cuando, pero su ocupación principal es administrar su restaurante de sándwiches Tortas Súper Astro, en Ciudad de México.
Un trabajo que lleva adelante utilizando su máscara plateada y negra.
El restaurante es un homenaje a la lucha libre, el popular deporte mexicano.
Cuadros y pinturas de Súper Astro y otros héroes enmascarados adornan las paredes.
Y en el lugar se especializan en vender porciones gigantes para satisfacer las necesidades calóricas de los numerosos luchadores que se encuentran entre sus clientes habituales.
El sándwich estrella es el Súper Astro Especial, de 41 centímetros de largo y un peso de 2,5 kilogramos, relleno de carne de res, jamón, tocino, salchicha, queso, omelette, cebolla, tomate y aguacate.
Cuesta 270 pesos (unos US$17), pero si lo puedes comer en menos de 20 minutos, te lo llevas gratis. No muchos lo consiguen.
Súper Astro abrió el negocio en 1986 porque, pese a la popularidad de la lucha libre en el país, a los luchadores se les pagaba muy poco.
Dice que se dio cuenta de que había demanda de una tienda de sándwiches que sirviera comida en grandes cantidades y a precios bajos.
Y al mismo tiempo, el restaurante le daría una fuente más confiable de ingresos.
Ingresos modestos
Casi 30 años después, los luchadores todavía reciben ingresos modestos, sobre todo en comparación con las estrellas de la empresa estadounidense World Wrestling Entertainment (WWE).
Mientras sus luchadores pueden embolsarse fácilmente US$2 millones al año, los mejores luchadores mexicanos ganan alrededor de US$1.600 en los principales eventos semanales, y a la mayoría se le paga mucho menos.
A pesar de las continuas quejas de los luchadores de que los promotores se quedan con demasiado dinero, simplemente no hay muchos recursos en torno a la industria.
Aunque la lucha libre tiene una base de seguidores leales, su popularidad en México no es como la del fútbol, el béisbol y el boxeo.
Los dos o tres mayores eventos de lucha libre del año pueden atraer a multitudes de 17.000 personas.
Pero a la mayoría de las peleas semanales, donde las entradas tienen un costo de alrededor de 300 pesos (unos US$20), van entre 1.000 y 3.000 espectadores.
Numerosas peleas son transmitidas por televisión, pero una de las principales organizaciones de lucha libre, Lucha Libre AAA, de propiedad familiar, sigue haciendo la mayor parte de su dinero por la venta de entradas y el patrocinio.
Su facturación anual es de aproximadamente US$20 millones, frente a los US$500 millones de la WWE.
La industria de la lucha libre también tiene que hacer frente a que los mexicanos pueden ver por televisión las peleas de la WWE.
Incluso la WWE organiza un par de encuentros en México cada año.
Sin embargo, a pesar de las presiones sobre la lucha libre, las pequeñas empresas que forman su columna vertebral, como los creadores de las máscaras y la propia AAA, mantienen grandes ambiciones para que el negocio prospere.
Origen irlandés
El origen de la lucha libre se remonta a la segunda mitad del siglo XIX.
Toma su nombre del hecho de que en esta disciplina se permiten muchos más movimientos que la lucha grecorromana, de la cual se desarrolló.
La lucha libre se hizo popular en México en la década de 1930.
El uso de máscaras comenzó casi al mismo tiempo, cuando un luchador irlandés que vivía en México, conocido como “Ciclón McKey”, quiso convertirse en el primer luchador enmascarado.
El “Ciclón McKey” empezó usando una máscara de piel de cabra hecha para él por un zapatero llamado Antonio Martínez.
A pesar de que no le gustó el primer diseño, el irlandés comenzó a pedirle más, y rápidamente otros luchadores lo imitaron y pidieron a Martínez sus propias máscaras.
El negocio se llama ahora Martínez Deportes, y está dirigido por el hijo del difunto Martínez, Víctor.
Es uno de los pocos fabricantes de máscaras tradicionales de lucha libre en el país.
Produce 450 por semana, a partir de diseños que requieren 17 mediciones de la cara del luchador, y cuestan US$100, las versiones más asequibles.
Están hechas de fibras sintéticas o artificiales para hacerlas más ligeras y respirables.
A pesar de la disponibilidad de máscaras chinas mucho más baratas, Martínez Deportes es un buen negocio.
Suministra a la mayoría de los alrededor de 250 luchadores profesionales en México, y en los últimos años creó un sitio web para vender a los fanáticos de la lucha en todo el mundo.
“Mi padre era un perfeccionista y me dejó ese legado. Es mi responsabilidad mantener su prestigio”, asegura Martínez.
“Hoy en día las máscaras siguen siendo uno de los elementos clave que dan vida a la lucha libre. Las imitaciones chinas parecen de aficionado, nunca tienen la calidad de una máscara profesional, la calidad no es la misma”, añade.
“Mucho para ofrecer”
AAA trabaja duro para crear nuevas fuentes de ingresos para el deporte. Recientemente ayudó a crear un videojuego de lucha libre.
También espera que la lucha libre alcancé las pantallas de televisión en EE.UU. a través de un “reality show” sobre la vida de los luchadores.
En su restaurante, Súper Astro asegura que a pesar de las presiones, la lucha libre seguirá siendo popular.
“Todavía hay mucho para ofrecer al público que nos es fiel. El público lo sigue exigiendo, lo disfrutan y pagan para ver un buen espectáculo”.
Su optimismo es compartido por el exluchador Nicolás Sánchez (conocido por sus antiguos seguidores como “Hércules Moderno”), quien ahora dirige un gimnasio en Ciudad de México donde entrenan luchadores.
“La lucha libre es parte de México, vive en el corazón de la gente”, asegura.
“Aquí vienen los jóvenes con entusiasmo, quieren ser luchadores, sueñan y suben al cuadrilátero para ser estrellas. Nosotros y los entrenadores estamos aquí para apoyar sus sueños”, dice Sánchez, de 52 años.
Sin embargo, Víctor Martínez no es tan optimista. Se queja de que la lucha libre está perdiendo algunos de los movimientos más acrobáticos del pasado para transformarse en algo parecido al mundo del espectáculo y la fuerza bruta de la WWE.
“La lucha libre no es lo que era antes”, señala.
“Ahora es más espectáculo, más circo y menos deporte. Pero a la gente todavía le gusta, eso no va a cambiar”.
Fuente: BBC