Por Juanlu González
En muy pocas palabras, podría definirse al periodismo como una actividad que persigue la obtención de información sobre eventos de actualidad para su publicación recurriendo a fuentes verificables o a los testimonios propios de los profesionales en el lugar donde se genera la noticia. La verificabilidad y la separación diáfana entre información y opinión, son la base de la credibilidad de un medio, aunque en estos días habría que añadir también como condición indispensable para la generación de confianza la distinción entre noticia y la publicidad. No me refiero ya a los publirreportajes tradicionales, sino en lo que se denominaría en otros ámbitos como pura y simple propaganda. En el periodismo actual se mezclan indisolublemente estos cuatro conceptos —información, opinión, publicidad y propaganda— hasta el punto de que en la mayoría de los media resulta casi imposible separarlos. El esfuerzo por estar informado con ciertas dosis de objetividad para poder forjarnos una cosmovisión personal se convierte así en una tarea titánica, laboriosa y no exenta de riesgos.
El problema surge cuando los medios de comunicación comienzan a formar parte de conglomerados empresariales ajenos al mundo de la comunicación o cuando la concentración de medios en manos de un individuo o corporación es tan grande que puede influir en la opinión pública para poner o quitar gobiernos o para convertir la opinión publicada en opinión pública. Por si fuera poco, la extrema dependencia de la publicidad en la subsistencia de prensa, radio y televisión los hace enormemente sumisos al poder financiero y empresarial y, cómo no, también de los gobiernos que, con la publicidad institucional, pueden elegir a quienes alimentan o desnutren en función de las empatías con las líneas editoriales. Cuánta razón tenía Chomsky cuando afirmó que los medios de comunicación se habían convertido en meras empresas que viven de vender espacios publicitarios a otras empresas y a gobiernos. La información en manos de las corporaciones mediáticas no es un derecho, es una mercancía y, como tal, tiene el valor de quien esté dispuesto a comprarla. Obviamente, informaciones molestas contra el poder de una multinacional o un estado no tienen ningún valor para los medios que vivan de ellos, por tanto, nunca alcanzarán portadas, cabeceras o lugares destacados.
Podría poner muchos ejemplos, hay multitud de libros publicados sobre manipulación informativa, sobre todo con análisis sobre hechos de la Guerra Fría. Personalmente podría citar algunos vividos en primera persona. Recuerdo cómo un periódico reconocido por su lucha en favor del medio ambiente cambió su línea informativa en el momento en el que consiguió jugosos contratos de publicidad anuales. Comenzó con publirreportajes señalados como tal, pero luego incluso perdieron esa denominación presentándolos como simples reportajes periodísticos y, finalmente, llegaron a contaminar las noticias relativas a movilizaciones sociales, informes ambientales o de salud pública que, desde ese momento, se ocultaron, camuflaron o tergiversaron en pos del mantenimiento de unos contratos por los que se percibía mucho más que por las ventas de los diarios en los kioscos. Así fue cómo la propaganda invadió todas las secciones de un medio. Ces’t la vie, me dijo un alto directivo del mismo —reconociendo el hecho— no podemos hacer otra cosa si queremos subsistir.
Quienes hayan seguido de cerca los posts y los comentarios en los biTs RojiVerdes sobre el diario Público, sabrán la gran decepción que ha causado entre la izquierda alternativa por sus posturas en política internacional, concretamente en lo relativo a Oriente Medio. Costaba mucho trabajo entender su postura neocons hasta que comenzaron a emerger las relaciones de accionistas del medio con Qatar y con al Jazeera, también secuestrada por EEUU como desveló oportunamente Wikileaks en su día. El uso de fuentes insolventes, la toma de partido por uno de los bandos, la participación en montajes mediáticos, la ocultación de informaciones incómodas que podrían hundir su argumentario preestablecido, la toma en consideración de datos no contrastados, etc. han sido y siguen siendo la tónica habitual de este medio. Recientemente, a la vista de las evidencias, a veces se cuelan informaciones de analistas que se salen del discurso editorial, pero nunca alcanzan la zona donde supuestamente se publican las noticias, como mucho llegan a los blogs allí anidados en su sección de Opinión.
El caso de El País con Latinoamérica es mucho más conocido y estudiado. En ocasiones, como estos días con la enfermedad de Chávez, su grado de manipulación logra alcanzar tintes grotescos y puede hacer el más espantoso de los ridículos. Pero el día a día, si cabe, aún puede ser mucho peor. Entre otras cosas porque la manipulación es más efectiva cuanto más desapercibida pasa y el día a día de auténtica gota malaya de un medio de este tipo puede ser demoledor contra las causas emancipatorias en América Latina. Este grupo es el principal responsable de la distorsionada imagen que se tiene en España de líderes como Evo Morales, Daniel Ortega, Cristina Fernández… o el mismísimo Hugo Chávez. Las relaciones de la multinacional PRISA con el entramado empresarial y mediático del «nuevo» continente son secularmente conocidas por lo que no ahondaré en ellas, pero son lo suficientemente fuertes para hacer que un medio supuestamente progresista y democrático se alíe con golpistas y con estados que violan sistemáticamente los derechos humanos. Los golpes de Honduras o Venezuela, así como el apoyo a gobiernos como el de Uribe no se explican de otro modo. ¿Para qué sirve su archiconocido Manual de Estilo?
La reciente batalla contra la Ley de Medios argentina es igualmente explicable en términos extrainformativos. Si cualquier lector recibiera información precisa de qué significa la norma en términos de democracia e independencia, probablemente recibiría el aplauso de una inmensa mayoría de la opinión pública. Si El País contara cómo le afecta esa ley y por qué, con más elementos de juicio, muchas personas entenderían el por qué de una postura tan visceral que, bajo el manto de la información, esconde pura opinión interesada.
De los medios de derecha de nuestro país es mejor ni hablar, el marcado desprecio por la democracia, por la verdad y por la libertad las convierte en puros libelos al servicio de espurios intereses. Pero al menos no engañan a nadie, son justamente eso, instrumentos de los mercados, del sector financiero, de las élites para que el poder político, el poco que aún reside formalmente en el pueblo, no se les vaya de las manos del todo. Así las cosas, a cualquier espectador pasivo únicamente le queda escoger el medio que le proveerá de propaganda en función de sus filias y sus fobias.
De unos años a esta parte, se ha producido una eclosión de medios estatales de países que están de alguna manera al margen, e incluso en contra, de los mercados dominantes y que no pueden hacer llegar su visión de los hechos a la opinión pública. Así, han surgido televisiones internacionales que tratan de contrarrestar la propaganda negativa que se vierte sobre ellos por medios corporativos. Normalmente se trata de países o regiones en abierto conflicto con el imperio, en el punto de mira de futuras intervenciones militares, acosados económicamente, víctimas de procesos de desestabilización o antagónicos en la lucha permanente por espacios de influencia regional en un mundo de recursos finitos cada vez más escasos. La bolivariana TeleSUR, Rusia Today y la iraní HispanTV son algunas de las más conocidas al emitir en castellano, pero hay muchos otros que lo hacen en inglés que pertenecen a esta misma categoría. Su importancia debe ser analizada y valorada en función del contexto en el que se nacen y se desarrollan, pero también como espacios abiertos a la disidencia informativa en los países en los que operan. De ahí que resulten tan molestos al establishment y se estén produciendo episodios de censura política como los que ahora afronta HispanTV en nuestro país y en media Europa, acrecentados por vetos empresariales que impiden visionar determinadas cadenas en función de los idearios de los responsables de las plataformas de cable o satélite.
Sin embargo, para pesar de los poderosos de todo signo y condición, siempre queda la alternativa de internet donde, al menos por el momento, es prácticamente impensable la censura en la mayoría de los países. Lo complejo es seleccionar fuentes veraces, no contaminadas por intereses políticos o económicos y acceder a contenidos ocultos o a interpretaciones más certeras de lo habitual, tan frecuentemente sesgadas como los datos de los que parten. Es ahí donde el poder juega con el descrédito de todo lo que se aleja del mainstream mediático. Todos habremos oído en alguna ocasión eso de las «teorías conspirativas» cuando se trata de enfrentar versiones incómodas de la realidad, cuando quizá la versión «oficial» puede ser mucho más conspiranoica e inverosímil que la —llamémosle— alternativa. Por ejemplo, ¿quién en su sano juicio se atrevería a creer que unos pilotos inexpertos de avionetas fueron capaces de secuestrar grandes aviones y chocarlos con edificios concretos cuando su propio instructor de vuelo ha dicho que es algo del todo imposible? Únicamente como acto de fe podemos tragarnos sin digerir una bola de semejante tamaño, o quizá por la confianza que nos pueden inspirar nuestros próceres… o porque una mentira mil veces repetida puede llegar a parecernos una verdad. Sin embargo, su teoría conspirativa particular no aguanta ni el más mínimo análisis racional y, a pesar de ello, no se admite pensar siquiera en otra posibilidad diferente que, de inmediato, es tachada de lo mismo que ella adolece.
A falta de mass media independientes, con la crisis de credibilidad que atraviesan muchos medios tradicionales, el recurso a páginas personales, a sitios sin ánimo de lucro, a proyectos profesionales cooperativos, a fuentes directas y a ONGs —de las de verdad— se hace cada día más imprescindible. Lógicamente, es imposible abandonar del todo a los medios convencionales. Sea por su ubicuidad, por su capacidad, por su inmediatez, por sus recursos materiales y técnicos, seguirán jugando un papel determinante. Pero después de tantas y tantas «conspiraciones» en las que han participado contra la opinión pública (incubadoras de Kuwait, aves petroleadas del Golfo, ADM de Irak, fosas comunes de Libia, matanzas de Siria, montajes de Yugoslavia, programa nuclear militar de Irán…), deben ser tratados como fármacos potencialmente peligrosos, hay que consumirlos con precaución y leyendo previamente el prospecto por la gran cantidad de contraindicaciones que contienen en su interior. En contraposición, aquí va una relación de webs alternativas generalistas en castellano que pueden prescribirse sin receta: Nodo50, Tercera Información,Rebelión, Kaos en la Red, laRepública, Diario Octubre, Red Voltaire, Insurgente o La Haine. Deben tomarse a diario para prevenir episodios de desinformación aguda.
Fuente original: http://www.bitsrojiverdes.org/wordpress/?p=8861