Un documental mexicano refleja la desesperanza y agotamiento de las familiares de los desaparecidos en México
Natividad Guerrero Sodano repite la misma rutina todos los días. Llama al teléfono, a la unidad antisecuestros, pregunta por el abogado que lleva el caso de su hija desaparecida en septiembre de 2010. Hace casi cinco años que no la ve. Se esfumó en Calera, (Zacatecas, a 620 kilómetros al noreste de la Ciudad de México). Desapareció con su pareja, Luis Ramón Enciso. Se los llevaron y dejaron a un niño, un pequeño del que Natividad se ha hecho cargo desde entonces. Pero no deja de hacer la misma llamada. Aunque casi siempre reciba las mismas respuestas: “El proceso sigue en investigación”. “El licenciado aún no ha visto los avances en su caso”. Natividad sostiene a su nieto, atiende a su marido, se ha tenido que mudar por los costes imprevistos de la búsqueda de su hija, una de las cerca de 30.000 personas desaparecidas en México desde 2010. Ella se llamaba Dalia.
Natividad es una de las tres protagonistas de Retratos de una búsqueda, un desgarrador documental de 67 minutos estrenado el 22 de octubre de 2014. El trabajo de investigación y producción llevó tres años, explica su directora, Alicia Calderón, también responsable del guión junto con José Miguel Tomasena. El pequeño equipo que hizo Retratos de una búsqueda jamás imaginó que su estreno y gira en el ciclo Ambulante, en México, coincidiría con la desaparición de 43 estudiantes de magisterio en Ayotzinapa, que puso el foco de la atención en el drama de los mexicanos que se han esfumado por la violencia desatada en México en los últimos 10 años.
“Quise tomar por ejemplo a las madres porque son ellas las que mejor reflejan la historia, la desesperación de no encontrar a tu ser querido. Y quise elegir tres perfiles distintos para mostrar cómo la desaparición en México ha afectado a todos los niveles sociales y culturales”, explica Calderón. El trabajo del equipo de Retratos de una búsqueda, financiado en parte por crowdfunding y recursos del Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), se convirtió en un ejercicio de voluntad que llevó días, meses, que retrata la cotidianidad de unas madres que todos los días se hacen las mismas preguntas: ¿Qué habrá comido mi hijo hoy? ¿Habrá dormido? ¿Dónde está?
La lente de Calderón sigue Guadalupe Aguilar, una mujer de clase media que se convierte en un detective al intentar investigar por su cuenta los últimos pasos de su hijo, José Luis Arana, desaparecido a plena luz del día en Guadalajara, una de las principales ciudades del país, en enero de 2011. La búsqueda incansable por sus últimos rastros, sus últimos pasos. Recorre el pasto de un baldío con un palo para intentar buscar un indicio, “algo”. Llegó hasta a reclamarle, en persona, al expresidente Felipe Calderón por las deficiencias en la investigación en el caso. “Le echaría una mano”, le responde el presidente. Han pasado los meses y el caso sigue abierto. No hay respuesta, no hay indicios, no hay porqués. Arana tiene dos hijos.
Retratos de una búsqueda también cuenta la historia de Margarita, madre de Yahaira Guadalupe López Bahena, una chica casada con un miembro del Ejército mexicano que busca a su hija con la ferocidad de un tigre herido. Ella se esfumó en Matamoros, Tamaulipas, al noreste del país. Presionó a las autoridades, buscó hasta el último recurso y le entregaron el cadáver de un cuerpo, sin cabeza, y una horrorosa confesión de un testigo que no aparece a cuadro que narra los últimos minutos de su hija.
López fue una de las madres que participó en una huelga de hambre en 2012 frente a Segob; Aguilar marcha hasta Washington con la Caravana por la Paz de Javier Sicilia para denunciar lo que ha ocurrido con su hijo, Natividad llama todos los días, desesperada, una respuesta, al tiempo que se ocupa de educar a un niño que, entre más crece, más preguntas se hace: “¿Dónde están mis papás?”. Y no son solo ellas. Es un retrato microscópico para reflejar la situación de miles.
El cuidado de Calderón y Tomasena para narrar la historia refleja la desesperación de las madres por no encontrar a sus hijos y de unas autoridades “que no han sabido responder a las denuncias de estos casos”, explica la directora. Las palabras que las madres dicen en la cinta golpean como rocas. “No estamos buscando un perro”. “No somos un daño colateral”. “No más narcoguerra”. “Ellos saben quién eres tú y tú no sabes quiénes son ellos”. Y el efecto en el espectador basta verlo en un cine. En una función de la película, la pequeña audiencia se queda en silencio. Hay una sesión de preguntas y respuestas al final con los realizadores. Un grupo de mujeres, en las últimas filas, se une a la conversación. “Nosotras también estamos buscando a nuestros hijos”.
Fuente: El Pais