Por Alberto Híjar Serrano
Hacer la historia de las ausencias y prohibiciones de los institutos y escuelas de Estado, es riesgoso y arduo. Nadie conoce el tema, hay pocos escritos en su mayoría periodísticos, los testimonios no siempre justos de combatientes están en colecciones de circulación selectiva, la documentación policiaca y jurídica está bajo resguardo de la seguridad del Estado que sólo la facilita si tiene más de 30 años. La inexistencia de una relación de las víctimas y los sobrevivientes obligan a la construcción de un mapa donde las señales necesarias y las ausentes van planteando rutas y fronteras. Seis años tardó la pasante de historia de la UNAM Adela Cedillo en convertirse en una de las más importantes historiadoras de las organizaciones político-militares posteriores a 1968, en especial las FLN. Entre la primera y la última entrevista transcurrió un tiempo completo de acopio, organización de archivos y consultas bien planeadas a los documentos resguardados en el Archivo General de la Nación, Chiapas, Tabasco, Veracruz, a la par que localizaba familiares amables y bien dispuestos a informar gracias a la apariencia sencilla y directa alejada de todo influyentismo tanto el del Estado como el de los mandos revolucionarios que se oponen a toda investigación que no pase por su autorización.
De aquí los rumores malignos para sembrar sospechas e impedir la continuación del trabajo como si se tratara de dejar el camino libre a los cronistas del Estado como Carlos Tello, Oppenheimer, Fernández Menéndez y los de las agencias europeas.
El derecho a la memoria llama una investigadora con productos importantes a la necesidad de asumirse como sujetos activos en situaciones nuevas para realizar la herencia de las víctimas sin hacer caso de los regaños y las sospechas infundadas de las voces autorizadas (¿por quién?). Otra investigadora ejemplar, Liliana García, presentó como tesis de doctorado en la UAM Xochimilco un trabajo sobre los efectos de los crímenes de Estado hasta la tercera generación en la Sierra de Guerrero. Cuando al fin fue presentado en 2008 como tesis profesional de Adela El Fuego y el Silencio, Historia de las FLN (1969-1974) los invitados al examen nos asombramos de la selección de imágenes históricas de personajes, lugares, fichas policiacas, documentos clandestinos capturados en las masacres de Nepantla y Chiapas de febrero de 1974. Quedó claro que la teoría y la práctica revolucionaria no niegan la existencia del Estado y se valen de la construcción del poder popular en los recovecos como parte del poder popular. El título de la tesis es exacto porque alude a la disciplina militante y a la condición orientada por la estrategia político-militar revolucionaria.
Sin duda, Adela Cedillo sabe más y mejor de las FLN que sus militantes y colaboradores educados en el clandestinaje estricto para no saber ni preguntar de más. De no haberse practicado esta disciplina, la crítica a quienes sabían casi todo por su antigüedad, las FLN no hubieran sobrevivido al golpe de 1974. Pero ahora habría que ubicar históricamente lo que ocurrió de manera respetuosa propia de la visión desde fuera que ha ido construyendo la dimensión dialéctica e histórica. Entre los veteranos integrados a la vida civil el aprecio por Adela ha crecido y le ha ganado relaciones valiosas, lo mismo del joven llegado desde Inglaterra al encuentro de la memoria de su padre, que los y las familiares que por estos días recuerdan a sus víctimas.
El cuidado de si misma, esta práctica de la Grecia clásica rescatada por Foucault como condición de la verdad, ha sido cumplida por Adela. Su tesis de maestría sobre lo ocurrido de 1974 a 1995 por supuesto que preocupa a quienes se autodefinen como poseedores exclusivos de la verdad. Adela respeta esta posición principista antidialéctica y antihistórica porque tiene muy clara la dificultad de reconstruir las relaciones político-militares, los avatares del mando único y centralizado, las inseguridades trágicas por sus resultados funestos. No se va Adela por las ramas de la reconstrucción literaria como hacen escritores como Carlos Montemayor, Vargas Llosa o Fritz Glockner con todo lo que significa el despliegue ideológico que se da por bueno. No está en México Adela que vive su desempleo con la dignidad de quien prefiere no buscar patrocinios de los aparatos de Estado. El nombre de su colectivo de trabajo sobre las víctimas del terrorismo de Estado, plantea su posición y su trayectoria. Se llama Nacidos en la tempestad como el libro proyectado por el camarada Pavel para continuar Así se templó el acero, escrito entre hospitales, enfermedades y operaciones graves que no impidieron cumplir las comisiones revolucionarias. Estas precisiones son propias de la historia otra.
Fuente: http://alainet.org/active/61629&lang=es