Un inmueble colonial ubicado en San Luis Tehuiloyocan, en Puebla, recibía a una congregación compuesta por practicantes de ritos demoniacos en el siglo XVIII, dice José Antonio Terán Bonilla, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en su libro La guarida del Diablo.
Grupos de estudiantes se reúnen en una casa colonial que ahora funciona como la Biblioteca Pública de San Luis Tehuiloyocan, en Puebla, pero en el siglo XVIII, este lugar recibía a una congregación muy distinta, compuesta por practicantes de ritos demoniacos, comenta José Antonio Terán Bonilla, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y autor del libro La guarida del diablo.
A este inmueble también llegan curiosos atraídos por los rumores sobre la misteriosa casa, “la única en Latinoamérica por su mural y arquitectura dedicada al culto satánico”, según aparece en Facebook. Más allá del morbo que genera, para el arquitecto Terán, la antigua vivienda es una manifestación plástico-espacial del pensamiento y rituales mágicos en un ámbito rural de la Nueva España.
En La guarida del diablo, libro que será presentado este jueves 22 de agosto en la Dirección de Estudios Históricos del INAH (Allende 172, centro de Tlalpan), el autor profundiza en tesis elaboradas y discutidas en dos volúmenes previos, sustentadas además con las aportaciones de José Pascual Buxó, experto en literatura novohispana, y de Santiago Sebastián, especialista en iconografía e iconología cristiana.
En esta nueva publicación de El Errante Editor, José Antonio Terán, también doctor en Historia del Arte, ofrece —aparte de una lectura iconográfica de la fachada de la casa interior— una serie de elementos que le permiten sostener que esta morada fue erigida para el culto al demonio en contraposición al cercano santuario católico de Santa María Tonantzintla.
Cabe anotar que tanto la casa de San Luis Tehuiloyocan como el templo mariano de Tonantzintla, se localizan en la región de Puebla-Cholula.
Ante la duda de cómo pudo escapar la casa de Tehuiloyocan a la vista de las autoridades inquisitoriales, el investigador argumenta que la construcción pasa desapercibida entre las demás del pueblo y sus altas bardas sirvieron de protección, asimismo, el lugar era considerado un pueblo de indios y la Inquisición tenía escasa jurisdicción sobre ellos.
“Si la Inquisición hubiera descubierto esta construcción la hubiera destruido, pues las escenas obscenas no eran permisibles, así como el escribir de manera incorrecta las oraciones. Prohibiciones que presenta el recinto en cuestión”, señala José Antonio Terán.
Es el mural fechado en 1760, el cual estuvo policromado y del que permanecen figuras y/o inscripciones elaboradas con la técnica del mosaico(alineamientos de pequeñas piedras), el que pone en evidencia las actividades clandestinas que debieron realizarse en el patio de la casona. Dos monos antropomorfos que flanquean la puerta de la casa son la clave del discurso iconográfico.
Ambas representaciones —describe el doctor Terán— “llevan sombrero rematado por una cruz. Ante cada animal hay algo que sugiere un altar y encima un recipiente en llamas. Todo ello aviva la idea que se trata de un ritual, máxime que debajo de ambas figuras se aprecia un doble círculo con seis puntos, atributo asociado a la celebración de la misa negra”. También, bajo uno de los monos aparece una inscripción en castellano que alude a la concepción sin mancha de la Virgen.
“La presencia en el mural de los anagramas de Jesús y José, los templos, la barca, los símbolos de la Pasión, los ciervos, etcétera, se explica porque esas imágenes eran imprescindibles en los rituales diabólicos para profanarlas de manera burlona”, explica el autor de La guarida del diablo, quien añade que en la viguería de la casa aparece inscrita a la inversa la oración del Magnificat, acto considerado sacrílego.
Con todos estos elementos, José Antonio Terán deduce que el autor intelectual del mural debió ser un profesional de la magia o por lo menos semi ilustrado en ella.
Las misas negras
Sin embargo, Pascual Buxó, investigador emérito de la UNAM, aventura que la persona convocante a las misas negras “no podría haber sido otra que uno de los sacerdotes del lugar, alguien provisto de la suficiente autoridad para sentirse al amparo de suspicacias”, a la vez comenta que criollos de la región de Cholula debieron ser los partícipes, en comunicación con indios hechiceros.
Otro aspecto a tomar en cuenta dice Terán Bonilla, adscrito a la Dirección de Estudios Históricos del INAH, es el referente a la orientación del inmueble, de modo que se planeó de forma deliberada hacia el poniente, contrario a lo que marca el catolicismo.
Lo anterior es uno de los motivos por los que el arquitecto piensa que la misteriosa casa de Tehuiloyocan es una contraposición al santuario de Santa María Tonantzintla, el cual sí se diseñó bajo las indicaciones de orientación y planta arquitectónica sugerida por los liturgistas y vigentes durante el periodo barroco.
José Antonio Terán concluye que es posible que, “en contraposición con las festividades que se hacían en Tonantzintla por el nombramiento de la Inmaculada Concepción, en 1760, como patrona de las colonias españolas, las buenas cosechas permitieron que en aquellos años se hiciera una ampliación y engalanamiento al santuario, y que el recinto de Tehuiloyocan surgiera como una antítesis del mismo”.
Se desconoce el momento en que la casona dejó de funcionar para los rituales mágicos y comenzó a modificarse, de manera que en su gran patio se construyeron corrales y cobertizos. Después de su recuperación, hace algunos años, actualmente aloja a la Biblioteca Pública de San Luis Tehuiloyocan.
De lectura amena, La guarida del diablo permite al público introducirse a través de sus capítulos en el pensamiento cristiano y el barroco, así como en la cosmogonía mágica y la Inquisición, para luego adentrarse en los casos específicos del santuario de Tonantzintla y el recinto de Tehuiloyocan.
El libro será presentado este jueves 22 de agosto en la Dirección de Estudios Históricos del INAH a las 12:00 horas, en la Ciudad de México, con los comentarios de los doctores Martha Fernández, Rebeca Monroy y Manuel Ramos.
Fuente: INAH