Por Luis Javier Valero Flores
El presidente Peña Nieto llega en el peor de sus momentos a la elección de la mitad de su sexenio. Como nunca antes presidente alguno -a partir de nuestra época, la de las elecciones no organizadas por el Gobierno- ha llegado con la creciente convicción popular de que se encuentra inmerso en un supermillonario conflicto de interés, percepción compartida por una inmensa mayoría ciudadana, cosa contraria a la sufrida por Felipe Calderón que, si bien no tenía las simpatías del electorado priista, no arrastraba su rechazo.
Hoy no es así, una buena proporción del electorado blanquiazul y la totalidad del de la izquierda rechazan de manera muy crítica al mexiquense y sectores importantes del electorado priista mantienen, por lo menos, bajas expectativas acerca del desempeño de uno de los mandatarios más cuestionados en su triunfo electoral.
El problema, para Peña Nieto, para el PRI y para el país, es que los cuestionamientos acerca de la participación del capital privado en el financiamiento de su campaña se han reforzado con la inquietante relación del grupo gobernante con el propietario del Grupo Higa, Juan Armando Hinojosa Cantú, (por las casas de la familia Peña-Rivera y la de Luis Videgaray) beneficiario de múltiples contratos millonarios en el Gobierno estatal de Peña Nieto y en el actual, federal, además de facilitador de los vehículos aéreos de la campaña presidencial en el 2012.
El problema es que los conflictos de interés del presidente Peña, su familia y su equipo, también abarcan a Televisa, la empresa de telecomunicaciones propiedad de la élite empresarial del país.
Por si fuera poco, el caso de los normalistas de Ayotzinapa ha minado seriamente la confianza ciudadana en las instituciones, incluidas las fuerzas armadas. Coincidentemente, el empresario Roberto Servitje, fundador del Grupo Bimbo, y uno de los ideólogos más importantes de la extrema derecha mexicana, afirmó que “algunos grupos inconformes” le han dado al caso “una dimensión que no tiene”. (Nota de SinEmbargo, 15/I/15).
Y las reformas aprobadas en los meses recientes, en las que las capas dirigentes, demagógicamente, tienen cifradas sus esperanzas no han generado -no van a generar- los resultados económicos que tanto prometieron.
Menos en este año. La petrolización de la economía mexicana es una más que evidente realidad; la salvaje disminución del precio del petróleo nos ha ubicado dramáticamente y ha llevado al Gobierno de Peña Nieto a aceptar que nos habían mentido, la multimencionada “cobertura de riesgo” en el precio del petróleo pertenece al pasado y ahora ya nos anuncian la instrumentación de un muy serio programa de recortes presupuestarios.
Tal realidad alcanzó a Chihuahua en el aspecto al que más le había apostado el gobernador Duarte, el de la explotación del gas shale. Videgaray, oficialmente, pospuso la puesta en vigor de la obtención del petróleo “por métodos alternativos”.
En ese entorno nacional se desarrollarán las elecciones federales.
Para el partido oficial en Chihuahua las cosas no se presentan de mejor manera, tiene a su favor la tradicional “cultura” priista, el peso de la estructura gubernamental estatal y la federal; eso lo hace favorito frente a su principal adversario y hasta ahora única oposición, el PAN, pues PRD, PT, Panal y Movimiento Ciudadano, conforman el bloque gobernante en Chihuahua.
Pero el PRI atraviesa por un momento muy difícil, los niveles de aprobación del gobernante estatal y de los alcaldes de las dos principales ciudades están por debajo de sus expectativas y casos como el del ViveBus y la denuncia en contra del Gobernador Duarte, amén de otros de menor impacto en la población, los ha colocado en un muy difícil situación al arranque de las precampañas.
Además, no gobiernan en Delicias y Cuauhtémoc. Por si fuera poco, en Parral debieron recurrir a los servicios de un ex panista (hoy exultante admirador del presidente Peña Nieto, luego de haber sido estridente antipriista de una vida completa); les favorecerá, todavía, el llamado “voto verde” y la conformación de los distritos federales, de manera tal que podrían alzarse con el triunfo, más o menos holgadamente, en los distritos 1 (con cabecera en Juárez, pero con varios municipios de población mayoritariamente rural o semirural); el 2 (también de Juárez, tradicionalmente de hegemonía priista, seguramente debido a que es el de mayor proporción de población con los menores ingresos de la entidad) y el 9 con cabecera en Parral.
Puede ganar el distrito 7 (Cuauhtémoc) pero sufrirá una fuerte competencia pues las simpatías por el PAN son grandes en esa ciudad y han crecido en algunos de los municipios más importantes, como Guerrero.
Pero si las simpatías por el PAN se mantienen como hasta ahora, a pesar de lo que ocurre en este partido, de lo realizado en su paso por la presidencia de la república, de los no pocos escándalos de todo tipo, protagonizados por varios de sus más connotados miembros, de los crecientes niveles de corrupción, denunciados o conocidos por las redes sociales, o por sus intensas confrontaciones, es posible que recupere los distritos 3, de Juárez, y el 6 de Chihuahua y pueda alzarse con la victoria en el 5, de Delicias.
Que el PRI chihuahuense salga con un marcador de 6-3 será el premonitorio de muy serios problemas electorales en 2016; pero si acaso perdiera 4 distritos -acaso el de Cuauhtémoc, o el 8 de Chihuahua, o el 4 de Juárez- se convertiría en una catastrófica derrota, con todo y que mantuviera mayoría de triunfos en el estado.
Rasgo importante del proceso electoral -especula el escribiente- será que, salvo en algunos casos, los menos, importarán menos los candidatos y adquirirá un mayor peso las preferencias partidarias, no tanto porque éstas hayan crecido, sino porque en una situación como la actual, en la que el rechazo a las figuras gubernamentales es tan grande (no está a nuestro alcance, aún, una medición certera, pero indudablemente es de dimensiones mayores), en un entorno electoral bipartidista, que el elector, para castigar a aquellos, optará por la alternativa partidista que considere con mayores posibilidades de triunfo y, por tanto disminuirá el peso del candidato en la manifestación de las simpatías electorales.
Sin embargo, para el partido favorito -o el que se cree con mayores posibilidades, o el que detenta el poder- las figuras de los candidatos sí pesará en mayor medida, pero en sentido contrario.
Si el rechazo al gobernante es creciente, es probable que cuanto más cercanos a éste se adviertan los candidatos es probable que deban arrostrar parte del voto de rechazo, caso que deberá afrontar Carlos Hermosillo, candidato en Parral y Fernando Uriarte en Juárez (aunque en menor grado).
Adriana Terrazas -4 de Juárez- deberá enfrentar serios, muy serios riesgos. Además del crecimiento de las simpatías blanquiazules en el distrito, su paso por la administración municipal de Enrique Serrano ha sido escandalosa. Primero, el episodio de su llegada al gabinete, en un claro caso de nepotismo pues su prima era regidora electa y luego el haber sido sorprendida en un más que evidente acto de uso de recursos públicos para favorecer a su partido, condicionando la entrega de materiales por instancias gubernamentales, hecho develado por un trabajo periodístico de El Diario y luego retomado jurídicamente por el PAN.
Georgina Zapata, a pesar de representar la manera en que el viejo corporativismo priista hereda a sus delfines todo, puestos públicos, dinero, canonjías, privilegios sin par, cargos sindicales, probablemente no tendrá problemas en el más cómodo de los distritos para el PRI. Caso contrario deberá vivir el ex dirigente estatal priista, Alejandro Domínguez (8 de Chihuahua) quien enfrentará la que seguramente es la ciudadanía con mayores niveles de reclamo a la actual administración estatal. Este distrito cuenta con el mayor porcentaje de usuarios del transporte urbano, y no necesariamente de la ruta troncal, sino de las rutas alimentadoras, las que más problemas han generado a los usuarios. No le será fácil.
Y si el panorama aquí descrito -aceptando estar equivocado, aunque puede ser menor- es el prevaleciente en el país, entonces el Gobierno de Peña Nieto puede recibir una de las derrotas electorales más catastróficas; a su favor cuenta la profunda división del panismo nacional y la de la izquierda, ahora más que evidente a raíz de Ayotzinapa.
Pero sólo son las elecciones de mitad de sexenio.