Por Salvador Camera
No considero que el affaire de las tonterías dichas por Lorenzo Córdova deba costarle la presidencia del INE, mucho menos su puesto como consejero en ese instituto. Tampoco se me escapa el timing de la filtración en su contra, y menos paso por alto la urgencia de que ya discutamos en serio sobre qué hacer con el “todos espiamos” (los que no espiamos toleramos esa práctica al punto de que casi siempre divulgamos, acríticamente, lo espiado). Sin embargo, la disculpa de Lorenzo Córdova no debe bastar para cerrar el caso.
Me enfocaré en un punto nada más. Lorenzo Córdova es la cabeza de una de las instituciones más importantes de México. Eso conlleva mucha responsabilidad. Estoy cierto de que lo sabe y de que por lo visto hasta hoy (salvo en la infinita tolerancia al sabotaje del PVEM) actúa en consecuencia. O al menos eso creía antes de este escándalo. Porque la conversación filtrada contiene algo mucho más grave que un comentario jocoso. Y no, no es necesariamente el racismo per se.
El contexto, como siempre, importa. Y lo que tenemos es a un jefe, a un líder, es más, déjenme ser exacto: al presidente de un organismo del Estado mexicano que no sólo goza de autonomía sino que es autoridad, haciendo mofa de los indígenas ante un subalterno, burlas que ocurren en una conversación que no pertenece al ámbito de la intimidad de una pareja ni nada por el estilo.
Los comentarios que hace un jefe, incluso los de tono casual, marcan pautas de comportamiento, son líneas que definen lo que se vale o lo que no se vale en una organización. Si Córdova se permite esas “jocosas” licencias, no podemos sino anticipar que quien le oiga -subalternos-, luego proceda en concordancia, permitiéndose comentarios similares y, peor, generando discriminación, no sólo verbal, en contra de los indígenas. Si lo hace el jefe…
Voy a un caso extremo que es conocido. Cuando se filtran las terribles imágenes de los abusos de soldados de Estados Unidos en la prisión de Abu Ghraib la responsabilidad de Donald Rumsfeld, secretario de la Defensa en aquellos aciagos momentos, fue puesta a debate. En un reportaje de The New Yorker, hay unas líneas muy esclarecedoras sobre cómo surgieron esas violaciones a los derechos humanos. “Puede ser que Rumsfeld no sea directamente culpable de lo que pasó -dice un entrevistado por Seymour M. Hersh-, pero él es responsable de los frenos y los contrapesos. El hecho es que desde el 11 de septiembre hemos cambiado las reglas sobre cómo lidiamos con el terrorismo, y creamos las condiciones donde el fin justifica los medios”. (http://www.newyorker.com/magazine/2004/05/24/the-gray-zone).
No, Lorenzo no debe renunciar por este episodio. Pero sí tiene que mostrarle, con diversos hechos (¿campañas? ¿activismo? ¿contrataciones de indígenas?) a la sociedad que se da cuenta de que como líder de una organización fundamental del Estado mexicano no debió permitirse mensajes que pudieran crear, en ese organismo, conductas que impongan a los indígenas aún mayor marginación.
Dicho con otro ejemplo. Creo que fue a Adolfo Gilly a quien oí contar que una vez el presidente Cárdenas citó en Los Pinos a su gabinete para que le acompañaran a una gira por comunidades indígenas. Todos se presentaron en atuendo campirano. De mezclilla. El general los envió a cambiarse. Usen sus mejores trajes, como hacen los indígenas cuando vienen a verlos a ustedes.
Setenta y cinco años después, la recomendación de Lázaro Cárdenas tiene vigencia. Por algo será.
Twitter: @SalCamarena
Fuente: El Financiero