Por Héctor Tajonar
Ante la proximidad de las elecciones intermedias, la calidad y el futuro de la democracia mexicana vuelven al centro del debate. En un ambiente de hastío frente a una oferta política decepcionante de los 10 partidos que participarán en la contienda, la banalidad y vaguedad de sus propuestas, la abrumadora estulticia de los spots y la mediocridad de la mayoría de los candidatos, los ciudadanos interesados en los comicios se preguntan no por quién votar sino si vale la pena asistir a las urnas.
La idea de anular o romper la boleta –no de abstenerse de sufragar– se extiende entre el sector mejor informado de la sociedad. Algunos, como el poeta Javier Sicilia, aspiran a que ese voto de rechazo se traduzca en un boicot electoral como punto de partida para la refundación nacional. Además de la necesidad de precisar los métodos y las metas de tal proyecto, ello requeriría de una gran capacidad organizativa para reunir en un propósito común a una disidencia disgregada e ideológicamente diversa.
Frente a esa posición, calificada como “apocalíptica” por quienes no la comparten, se sitúa un grupo de analistas que prefieren exaltar los avances institucionales ocurridos desde 1977, así como el aumento de la pluralidad y los derechos ciudadanos, en lugar de enfatizar las irregularidades, abusos, corruptelas, trampas y violaciones a la ley –en ocasiones avalados por las autoridades electorales– que aquejan a la democracia mexicana. Se oponen a la anulación del sufragio por considerar que favorece al partido con más votos potenciales, en este caso al PRI, además de estar a favor de “recargar de sentido al rito electoral” (Woldenberg).
Dentro de ese grupo se privilegian el análisis cuantitativo del proceso basado en las encuestas sobre las preferencias electorales de los distintos partidos, las posibles alianzas entre ellos, y la previsión de los resultados de los comicios de este año e, incluso, con proyecciones para 2018. Su interés está centrado en qué partidos, alianzas y candidatos resultarán victoriosos, no en cómo mejorar la deficiente calidad de la democracia mexicana.
Hay algo que también une al grupo de intelectuales y analistas que se muestra complaciente con el estado de nuestro régimen democrático: su desagrado por los “escándalos mediáticos”. Desde su perspectiva, la prensa libre ha convertido a la política en un espectáculo escandaloso, y ello conduce al desprecio por quienes la ejercen, al declive de la confianza, así como a la confusión y a la degradación de dicha actividad (Roger Bartra).
Ya no interesa tanto analizar las razones del fango sobre la democracia ni sus posibles remedios; lo que parece molestar no es la degradación de la democracia, sino que de ello se haga un escándalo. Lo deseable es “que muchos ciudadanos opten por una actitud serena y civilizada frente a las voces alarmistas, conscientes de que es necesario defender, y por supuesto mejorar, el sistema electoral que tanto trabajo ha costado implantar” (R. Bartra, México se mexicaniza, diario Reforma, 24-03-2015).
Para consolidar una democracia digna de ese nombre en el país –no sólo mejorar el sistema electoral– es indispensable criticar con severidad y rigor la perversión democrática que hemos padecido desde 2000, que ahora tiene claros y ominosos signos de regresión autoritaria.
Llama la atención la coincidencia entre dos de los más destacados intelectuales mexicanos de izquierda, antes mencionados, con el dirigente de Canacintra, quien, tras su panegírico a Peña Nieto, fustigó “la retórica de la tragedia nacional” en términos obsoletos que creíamos superados: “Quienes buscan incendiar a la nación profundizando el déficit de confianza son igualmente letales, ya sea con capuchas en las calles o detrás de una computadora, o coordinando desinformación y abonando a la desestabilización”. Los tiranos o los responsables de la crisis de confianza son los políticos, no los críticos. No lo olvidemos.
“La democracia es un poderoso remedio contra la insolencia. Su propósito es evitar que el pueblo sea violado. La democracia es un arma idónea para exponer públicamente la corrupción y la arrogancia, falsas creencias y zonas ciegas, malas decisiones y actos perniciosos (…) Además de realizar elecciones periódicas supervisadas por una institución electoral incorruptible, una democracia representativa requiere que los políticos renuncien o sean sometidos a juicio (impeachment) cuando estén involucrados en conflictos de interés; así como leyes y medios de información independientes que garanticen el derecho de los ciudadanos a cuestionar y criticar a sus representantes elegidos: dichos instrumentos probados fueron diseñados para señalar a quienes se salieron de la raya al ejercer el poder sobre otros”. (John Keane, Life and Death of Democracy, 2009, páginas 867 y 868.) (Perdón por lo largo de la cita, pero parece haber sido redactada para alertarnos sobre la situación actual de México.)
Los problemas y desafíos que enfrenta la democracia mexicanizada no son exclusivos de nuestro país; son comunes a naciones que, como la nuestra, provienen de regímenes autoritarios y, por tanto, conservan características y tendencias de dicho sistema, que es necesario superar si se quiere evitar una regresión y acceder a la consolidación de una democracia madura.
El número correspondiente a enero de 2015 de la prestigiada revista Journal of Democracy, que celebra 25 años de su aparición, fue dedicado a un tema relacionado con la disyuntiva que enfrenta México: ¿Está la democracia en decadencia? Esta edición histórica ofrece una oportunidad para reflexionar, comprender y tratar de superar los obstáculos que se oponen a la consolidación de la democracia mexicana desde una perspectiva de política comparada.
Criticar a la democracia mexicanizada no es debilitarla; por el contrario, es la única vía para perfeccionarla. En el mejor de los casos, la complacencia produce estancamiento, y lo más probable es que propicie la restauración del autoritarismo disfrazado. El fortalecimiento democrático de México será crítico o no será.
Fuente: Proceso