Por Marta González Borraz*
Cerca de un tercio de los alimentos producidos cada año para el consumo humano acaba en el cubo de la basura. Se desperdician 1.300 millones de toneladas mientras 1.000 millones de personas pasan hambre cada día. Es la paradoja de la sociedad del despilfarro. Europa y Estados Unidos se abastecen del doble de alimentos que son necesarios para cubrir las necesidades de sus poblaciones. Según cálculos de Intermon Oxfam, en los países enriquecidos se despilfarra casi la mitad de lo que se produce.
Se trata de un modelo de crecimiento que obliga a consumir cada día más y más rápido. Junto con los malos hábitos de consumo generalizados y la superproducción, esto provoca que derrochemos toneladas de productos y se tenga que prestar ayuda alimentaria a los países empobrecidos. A las consecuencias morales se suma el desaprovechamiento de recursos y el perjuicio que causa al medioambiente.
Los desperdicios por el despilfarro alimentario se reparten entre instituciones públicas, hogares, y cadenas de producción y distribución. Los consumidores nos dejamos llevar por las ofertas 2X1 y adquirimos el doble de productos sin necesitarlos, lo que unido al límite de consumo impuesto por la fecha de caducidad provoca que tiremos cada año decenas de kilos de alimentos. En hospitales y colegios públicos el desecho de comida en perfecto estado es producto de malas previsiones a la hora de prepararla.
En la producción y distribución se concentra el mayor volumen de comida desperdiciada. Las frutas y hortalizas son los alimentos con la tasa más alta de desaprovechamiento, ya que las grandes marcas imponen estrictas condiciones a los agricultores. Éstos producen más de lo que se va a consumir por miedo a quedarse sin la cuota exigida. Además, impera la estética por encima de la calidad, por lo que los agricultores deben desechar aquellos productos que presenten algún desperfecto externo, aunque el interior sea bueno.
El desperdicio se produce también en otros sectores como la pesca. La FAO calcula que en torno al 30% de las capturas se devuelven muertas al mar. Los pescadores se ven forzados a tirarlas por la borda si sobrepasan el cupo diario de pesca permitido por la Unión Europea, ya que la técnica utilizada es el arrastre, en la que se emplea una red que barre el fondo del mar y captura todo lo que encuentra a su paso. Además, el pescado que no se vende en las lonjas acaba en el contenedor. Los supermercados también desechan cada día comida en perfecto estado. En los cubos de basura, a la salida del establecimiento, sobresalen productos a los que les quedan días para caducar debido a la carrera con la competencia por la frescura de los alimentos. Todo lo que no sea atractivo para el consumidor se despilfarra.
A pesar de ello, sólo el 20% de los supermercados en España cuentan con un acuerdo de colaboración con entidades solidarias y les dan la comida que retiran que aún se puede consumir. Varias organizaciones exigen un cambio y denuncian la indiferencia del Gobierno ante el problema. En Francia se han desarrollado ya varias iniciativas que pretenden redistribuir los alimentos desechados por las grandes cadenas y ofrecérselos a quienes no se los pueden permitir. Les Paniers de la Mère es una federación de asociaciones que recupera el pescado que se va a despilfarrar y lo limpia y prepara para donarlo a los Bancos de Alimentos, además de promover la inserción de personas sin empleo. Otra alternativa es La Tente des Glaneurs, un grupo de voluntarios que cada domingo organiza un mercado al que se acercan personas sin recursos para recibir de forma gratuita los alimentos que iban a ser desperdiciados por los supermercados.
No son soluciones definitivas, pero de momento sirven de paliativo. Educar al consumidor y que el Estado se involucre son medidas fundamentales. Pero mientras tanto, alternativas como éstas evitan que millones de toneladas de alimentos acaben en los contenedores, y luchan contra el hambre y la vergüenza de derrochar comida mientras millones de personas en el mundo rebuscan en los cubos de basura.
* Marta González Borraz. Periodista
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