Por Javier Corral Jurado
Desde que la entregué en Los Pinos, el sábado 1 de Septiembre, estaba consciente que la carta que dirigí de manera personal al Presidente Felipe Calderón corría el riesgo de filtrarse a la opinión pública, más aún cuando remití copia de ella a los senadores del grupo parlamentario del PAN que estuvieron en la cena del 28 de agosto, en la que el Presidente me llamó cobarde, en mi ausencia. Por eso también cuidé el contenido de la carta y no me referí a otras cosas más delicadas que el Presidente dijo en esa reunión, tampoco me tocaba a mí descargar todo el asunto, habiendo estado presente el Presidente del Partido.
Cuando pasó la primera semana sin que la carta saliera a la luz pública, creía conjurado el riesgo de la filtración y eso me dejaba enteramente satisfecho porque se cumplía redondo el objetivo: descargarme de la acusación que el Presidente hizo ante mis compañeros y dejarle claro al Presidente que no le pasaría ni una más sin que obtuviera respuesta de mi parte, y todo ello, sin que trascendiera a la opinión pública. Nunca fue mi objetivo que la carta se publicara, y por ello, niego categóricamente que yo se la haya entregado al periódico Reforma.
Los primeros que lo saben son los editores de Reforma, de ahí que lamente la nada profesional conducta de éste periódico al reforzar la duda de la filtración de mi parte; es pueril ese manejo. El periódico tiene derecho a reservarse la fuente que lo aprovechó para desatar la polémica, pero no tiene derecho y es injusto, consentir que yo la divulgué. Como ejemplo de ello, Reforma publicó el jueves como nota informativa un boletín de la Secretaría de Gobernación en la que el “valiente” subsecretario, Rubén Fernández, confirma mi “cobardía” en el hecho de que haya divulgado la carta en medios. Como si Reforma, y él mismo, no supieran que no lo hice.
Por otro lado, conozco perfectamente la forma de operar de Los Pinos para revertir críticas o momentos críticos y de la sangre fría que se ha desarrollado en su área de comunicación social para falsear, intrigar y calumniar, incluso, a los propios compañeros de partido. Un caso ejemplar de ese manejo es el de MVS y la banda 2.5 ghz – tema que por cierto fue el motivo de la ira del Presidente contra mí -.
Sostengo que la filtración de la carta tuvo el propósito de atajar o por lo menos distraer, la declaración que el Presidente Calderón hizo durante su gira en Vladivostok, Rusia, en relación con “algunos compañeros” del Partido. Textualmente el Presidente dijo: “Ahí, dentro del PAN, quizá algunos compañeros que hubieran querido que el apoyo del Gobierno hubiese ido mucho más allá de los límites legales. Yo no acepté eso. Yo sabía que había que conducirse dentro de los cauces de la ley, sin la utilización de fondos públicos para campañas políticas. Eso hice y, desde luego, que estoy convencido de que eso fue lo correcto”. Ese dicho, realmente delicado, fue negado rotundamente por el Presidente del Partido Gustavo Madero, y también por el Senador Roberto Gil, ni más ni menos que el ex-secretario particular del Presidente, quien le propuso a su ex jefe que señalara concretamente quiénes le habían formulado ese planteamiento y procediera conforme a la ley. Sin embargo la polémica no creció a mayores porque alguien decidió responderle con más contundencia al Presidente, a través de mi carta.
Ya publicada la carta y desatada la polémica es importante recoger algunas de las reacciones más significativas de este episodio porque describe en mucho la realidad que vive el PAN, y la tensión que ha generado la pretensión del Presidente de la República de seguir controlando la vida del Partido. Ahí se inscribe la divulgación, en la disputa por el PAN.
Digo de entrada que escribir y enviar La Carta no fue una decisión fácil; lo consulté con mi familia, algunos amigos y compañeros senadores. Ciertamente la opinión estaba dividida, y opté por hacerlo como respuesta de una íntima convicción: mi derecho al honor, la defensa de mi dignidad personal frente a un señalamiento que tuvo el propósito de agraviarme, vulnerarme ante el grupo de senadores de mi partido y crearme entre ellos un ambiente hostil. No creo que se piense sinceramente que, cuando un Presidente, personaliza así las cosas, sea un “asunto menor”. Mucho menos en el Presidente Calderón, que muy pocas veces olvida.
A la crítica que me hace responsable de “ventilar públicamente” la carta, ha sobrevenido otra, más externa al PAN que de carácter interno, en el que me reclaman una postura tardía frente a los excesos del Presidente, o lo que es peor, haberme esperado “a que se fuera”, como si en realidad ya se hubiera ido, e incluso, como si no tuviera ganas de quedarse a dirigir el PAN. Nada está más lejos de la verdad que esta argumentación; he acreditado públicamente mis disensos y mis acuerdos con el Presidente Calderón a lo largo de su gobierno. Fui de los pocos en defenderlo con toda decisión en la tribuna de la cámara de diputados en los momentos más necesarios, pero también de los pocos en señalarle claramente sus errores y excesos, y la vergonzosa subordinación al poder de Televisa, su mayor debilidad. De ahí proviene nuestro rompimiento, porque el Presidente Calderón quiere incondicionales. Y eso jamás lo seré de nadie.
Quizá algunos lo recuerden pero está ampliamente documentado y “subido” a internet: en agosto de 2008, renuncié como integrante del CEN del Partido bajo la presidencia de Germán Martínez. El Presidente Calderón había ordenado defenestrar a Santiago Creel como coordinador panista en el Senado. Protesté la forma y el fondo, y publiqué: “En mi separación definitiva del CEN, el motivo mayor es la incompatibilidad absoluta que ahora veo entre las acciones y decisiones que toma el gobierno y la dirigencia del Partido, con la causa fundamental en que muchos mexicanos nos hemos empeñado a lo largo de la última década: el combate a los Monopolios y la lucha por la democratización de los medios de comunicación”.
“El partido debe enarbolar las banderas en contra de los monopolios porque estos limitan la libertad de competencia, en lo económico, y la libertad de expresión, en lo político. Imponen ilegal e inmoralmente su poder al Estado y este debe ser rector de la sociedad, no propietario de empresas, sino regulador de actividades estratégicas de los particulares. Hoy asistimos a una lamentable subordinación política de una buena parte de la clase política en el gobierno y en el partido al poder de las televisoras, y ello explica la forma, pero sobre todo el fondo de la remoción del Senador Santiago Creel como coordinador de los senadores del PAN… El Presidente del Partido o de la República deben respetar la dignidad de la persona humana cualesquiera que sea el origen político de ella, menos aún considerar si les simpatiza o no. Es deber moral hacerlo”.
Me pareció, sino staliniano, cuando menos grotesca la defenestración de Creel, como sacrificio humano para agradar a los dioses, no del Olimpo, sino de los medios. Lo dije en su momento y no me esperé a que pasaran las elecciones del pasado 1 de julio, como tramposamente se afirma.
Sin embargo, lo que me parece más relevante de comentar son las reacciones al interior del Partido, y las tensiones que se asoman a partir de la Carta, dibujan de alguna manera la complejidad que tendrá la recuperación del PAN de su electorado.
En efecto, ha sobrevenido un embate de eso que se llama el “calderonismo”; pero también, un insospechado alud de mensajes de apoyo y respaldo público y privado al contenido de La Carta. El mismo miércoles 12 que se publicó, asistí a Xalapa, Veracruz, y ofrecí una conferencia sobre el 73 aniversario de la fundación del Partido, en un abarrotado auditorio del CDE del PAN. Fue impresionante la solidaridad de la gente, la que, a mano alzada, me confirmó en su inmensa mayoría ya conocer la carta.
El jueves 13 asistí a la ceremonia con la que el CEN conmemoró también la fecha. Desde que llegué no dejaron de acercarse panistas de distintos rumbos para expresarme su coincidencia y mostrarme su respaldo; varios de ellos conocen el sello de la casa presidencial y me instaron a no flaquear frente “a lo que venga”. Varios diputados y, por supuesto, las inconfundibles voces de Ernesto Ruffo y Héctor Larios, hicieron a su manera una defensa de mi derecho a defender mi honor personal. Sin exagerar, entre los cientos de mensajes que he recibido, la mayoría me hace eco de su sentir, “de lo que muchos no se atreven a decir”.
En el embate en mi contra tomó la delantera el Senador Ernesto Cordero, nada más y nada menos que, mi coordinador parlamentario. Poco diestro en el uso del lenguaje y ayuno de algunos recursos intelectuales en lo político, substituyó de inmediato el argumento con el improperio; todo se debía a que soy un político frustrado, fue su explicación. En su visión, el Presidente Calderón no puede, ni debe recibir una crítica como la que le enderecé en mi carta, el Presidente de la República es intocable, sólo él tiene dignidad humana que debe ser respetada; si el Presidente de la República le llama a uno de sus senadores “cobarde”, no tiene la menor importancia. La síntesis de la incondicionalidad, por encima de la razón, y por debajo de la dignidad.
Sé que en Ernesto Cordero está cruzado además un hecho que no ha sabido procesar y que lo lamento profundamente. Cuando buscó mi apoyo para ser coordinador le dije con todo respeto, pero también directa y francamente que me parecía que él no debía ser el coordinador, no por un asunto de inexperiencia legislativa que estoy seguro podrá suplir con su conocimiento técnico en otras materias, sino por lo que representa, una extensión del Presidente de la República en el Senado, con sus modos y sus lozas, en un momento en el que el PAN necesitaba enviar un mensaje de renovación y mirada hacia el futuro, pues por sus grupos parlamentarios pasa la viabilidad del Partido para el 2018.
Dice Ernesto Cordero que Felipe Calderón fue un gran Presidente de México; yo agrego que por lo menos pudo haberlo sido. Pero tanta incondicionalidad lo echó a perder, porque en la naturaleza humana está la propensión al exceso, al exabrupto y si no hay equilibrios, contrapesos, cualquier hombre por muchas que sean sus virtudes, no importa su origen partidista, pierde la mesura. Mucho más cuando ese hombre puede disponer a su antojo de las fuerzas armadas de una Nación y conferirle a miles de hombres y mujeres cargos de responsabilidad pública en el gobierno. En esta realidad está basada la teoría política de la división de poderes. Esa teoría debiera ser estudiada por los colaboradores de cualquier Presidente de la República, sean amigos o no.
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