La caída de Graco

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Por Javier Sicilia

La tradición judeocristiana ha visto en la figura de Lucifer –Heylel, en hebreo, “El portador de la luz”– a un ángel que la soberbia hizo caer de la más alta cumbre. Dos pasajes, uno de Ezequiel (14: 12-24) y el otro de Isaías (28:12:19), dan cuenta de ello con la fuerza y la luminosidad de la poesía. La poesía, contra los reduccionismos del racionalismo, es una manera de aproximarse a los misterios más profundos de la realidad.

No sabemos si Lucifer existe, y no pretendo aquí polemizar sobre un asunto que pertenece al orden de la fe. Quiero decir que esa figura, descrita por los poetas de la antigüedad judía, expresa la realidad de ciertos seres humanos que, estando en la cumbre, caen a causa de su soberbia.

México está lleno de ellos. Graco Ramírez, gobernador de Morelos, pertenece a su estirpe. Ciertamente, no ha tenido ni tiene los grados de perfección que describen Isaías y Ezequiel al hablar de Lucifer. Posee, sin embargo, la soberbia. Semejante a él, Graco, que subió a las alturas fingiendo ser –uso las magníficas imágenes de Ezequiel– el “sello de una obra maestra, lleno de sabiduría (…) protector de alas desplegadas (que caminaba) entre piedras de fuego”, pronto se reveló “por la amplitud de su comercio” como un ser “lleno de violencia” que “corrompió la sabiduría por causa de su esplendor”.

Devorado por una sobrevaloración de sí que lo llevó a creerse capaz de hacer, como un Dios invertido, cualquier cosa, su gobierno no ha dejado de despreciar a las víctimas, de desaparecerlas en fosas clandestinas, como las de Tetelcingo y Jojutla;­ de maquillar las cifras de la violencia para que los criminales continúen impunemente asesinando, descuartizando, secuestrando y extorsionando a la gente; de aumentar la violencia y la violación de los derechos humanos con un mando único policiaco que asola a la población; de destruir las vidas comunitarias y el ambiente de Morelos con termoeléctricas, mineras y megaproyectos; de intentar someter a la Universidad del Estado difamando a su rector y secuestrándole sus recursos; de violentar a la Iglesia, calumniando a su obispo y amenazándolo –como lo ha hecho también con el rector– con la cárcel; de colocar a su familia en el poder, como lo hacían los virreyes y los caciques; de intentar destruir la vida de los transportistas y sus familias con un peregrino proyecto de transporte inviable para la orografía de Cuernavaca; de corromper a muchos legisladores para tenerlos como súbditos de sus caprichos; de hacer negocios millonarios y endeudar con ello a Morelos de forma inimaginable.

Estas atrocidades han comenzado a precipitarlo. No es Dios quien, como dicen los poetas al hablar de Lucifer, lo ha hecho, sino la gente que se ha unido en el Frente Amplio Morelense (FAM) y que el pasado 16 de agosto tomó las calles de las tres principales ciudades de Morelos (Cuernavaca, Cuautla y Jojutla) para exigir su salida como gobernador, un juicio político a él y a sus colaboradores y un gobierno de conciliación que nos lleve a un nuevo pacto social. Unidos en ese frente, los ciudadanos han comenzado, cito de nuevo a Ezequiel, a reducirlo “a cenizas sobre la tierra a los ojos de todos los que (lo) miraban” y a mostrarlo como lo que es: “un objeto de espanto”.

Si cuando este artículo llegue a los ojos de los lectores Graco aún permanece en el poder, no será por sus virtudes, sino porque la soberbia de su partido y la ceguera de las autoridades federales, a las que el FAM ha apelado y reconoce como los únicos interlocutores, han decidido prolongar su caída.

Pero aun si éste fuera el caso, Graco ya no gobierna Morelos. Su presencia y sus actos aumentan la ingobernabilidad del estado, la indignación entre los morelenses y la cohesión del FAM que, fiel a la no-violencia, intensificará sus acciones de resistencia civil.

Graco Ramírez cayó cuando el 16 de agosto 100 mil ciudadanos salieron a las calles y tomaron simbólicamente los poderes del estado. Desde ese momento dejó de gobernar. No importa que las instancias de gobierno, cada vez más alejadas de la vida ciudadana, pudieran seguirlo sosteniendo como gobernador; su investidura es desde ese 16 de agosto sólo un cascarón vacío, un nombre sin contenido, una presencia sin sustancia, el rostro de la iniquidad y la traición. Un gobernador que no tiene ya a quién gobernar porque los ciudadanos ya no lo reconocen, ha dejado de existir como tal.

El FAM, que lo ha hecho caer, está formado por más de 100 organizaciones y cientos de ciudadanos que representan los agravios de una región herida, pero que han logrado unificarse alrededor del agravio que los reúne a todos y que representa el agravio fundamental de la nación: la inseguridad, la injusticia y la impunidad representada por un gobernador que en su soberbia no ha dejado de usar al estado para los intereses del crimen. Su ejemplo debería ser seguido en todo el país. El FAM ha repetido las palabras de Isaías: “¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Has sido abatido a la tierra, dominador de naciones! Tú que dijiste en tu corazón: ‘Al cielo subiré, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono y me sentaré en el Monte de la Reunión en el extremo Norte. Subiré a las alturas del nublado y seré como el Altísimo”.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, boicotear las elecciones, devolverle su programa a Carmen Aristegui y abrir las fosas de Jojutla.

Fuente: Proceso

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