Juegos de guerra de Osorio Chong

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Por Alejandro Páez Varela

La guerra es calle por calle, casa por casa, pueblo por pueblo. Algunos periodistas coinciden en que no se veía una movilización similar de civiles armados –abierta, por las carreteras– desde que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) dejó la clandestinidad, en enero de 1994. Se han abandonado las trincheras y se recorrieron los retenes de las carreteras y de los caminos de terracería. Se tiene reporte de que dos edificios de gobierno municipal ardieron esta semana pero se cree que podrían ser más. Decenas de vehículos fueron incendiados y negocios también. Miles de estudiantes se quedaron sin clases y los camiones foráneos suspendieron corridas a la zona.

No es una guerra sin cabeza. Queda claro que tiene operadores y mandos dentro y fuera del campo de acción. Como en Afganistán a finales de 2001 y durante todo 2002, las fuerzas armadas regulares están para apoyar (logística y armas) a uno de los bandos en conflicto. Ya no es un enfrentamiento entre Ejército y fuerzas armadas irregulares, sino entre combatientes civiles: grupos de autodefensa y narcotraficantes de tres cárteles: Los Caballeros Templarios, lo que queda de La Familia Michoacana y el Cártel Jalisco Nueva Generación que, dicen, es un brazo del Cártel de Sinaloa y posiblemente representa además intereses de Los Zetas.

Los últimos reportes (del domingo 12 de enero) indicaron que Nueva Italia, corazón “moral” de los Templarios, está ya en manos de las guardias civiles, fuerzas de “liberación” armadas no con rifles de un tiro –según las fotos–, sino con equipo más serio; equipo que compite con el de los narcotraficantes.

Dicen los periodistas emplazados en Tierra Caliente que a la vez cientos, posiblemente miles de civiles huyen dejando atrás cuanto poseen. La guerra es brutal, y ya no aguantan más. Como sucede en Tamaulipas, desde hace años hay reportes de “leva”, es decir, de reclutamiento obligatorio; los cárteles se llevan a los hombres como combatientes a la vez que movilizan “ciudadanos” (especialidad de los Templarios y La Familia) para que “protesten” contra la presencia federal o contra el avance de los comunitarios. Por eso, una cantidad importante de civiles ha decidido desplazarse de la zona.

Todo esto sucede mientras Fausto Vallejo, Gobernador de Michoacán, conduce dos luchas a brazo partido: una es por tratar de mantener control de un gobierno que se diluye todos los días; la otra es por su propia vida: desde la semana pasada se dice que habría rechazado el trasplante (ojalá no sea así) y que deberá volver al quirófano. Analistas de todas las tendencias le han recomendado que renuncie, y no sólo por su salud sino para permitir un nuevo gobierno al estado. No se va. Supongo que toda su vida habrá deseado ser Gobernador; ahora lo es, pero no gobierna nada, o casi nada. Aún así, Vallejo se ha puesto como meta, parece, mantenerse parado sobre las cenizas de su propia Roma. Y lo hace porque tiene apoyo desde la federación y porque, al fin y al cabo, su renuncia no significará nada, absolutamente nada en el actual escenario. Vallejo es un títere del hombre que realmente dirige las operaciones en la región.

Es evidente que esta guerra tiene un general. Es Miguel Ángel Osorio Chong. Es él, como Secretario de Gobernación y encargado de la seguridad, el que mueve estos hilos que vemos moverse.

Es él quien ha decidido jugarse, parece, el todo por el todo. Es político: habrá calculado, entonces, que ganar en Michoacán lo confirmará como el general del gabinete presidencial.

Pero Michoacán ya derrotó a Felipe Calderón Hinojosa. ¿Hizo bien sus cálculos Osorio Chong, o está operando desesperadamente y bajo presión?

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A finales de la semana pasada, Gerardo Gutiérrez Candiani, presidente del Consejo Coordinador Empresarial (CCE), se reunió con Osorio Chong. Al salir, dijo: “Los grupos de autodefensa están fuera del marco de la ley, no es lo deseable pero entendemos que hay situaciones legítimas en las cuales la gente se tiene que defender”. En pocas palabras, los guardias civiles son un mal necesario y comprensible.

Cuando el líder de las autodefensas de Tepalcatepec, José Manuel Mireles Malverdes, sufrió un accidente que casi le cuesta la vida, fue el Secretario de Gobernación quien le tendió la mano. Está en su resguardo desde entonces. Osorio Chong dijo la semana pasada a Radio Fórmula que ha mantenido un diálogo con guardias civiles “para que no asuman las actividades de las instituciones de seguridad” y para que “sean capacitados y que solamente apoyen en el combate a la inseguridad”. En pocas palabras, los guardias civiles son entrenados por el gobierno de México.

Las fotos de la guerra dicen que los guardias comunitarios que vienen tomando pueblo tras pueblo están bien armados. Además, disfrutan de una logística de apoyo: como el ejército de Estados Unidos contra los Talibán, las fuerzas federales mexicanas ayudan en el avance de los civiles armados, y eso es más que evidente, dicen los reportes de la zona de guerra: la coordinación es cerrada y los narcotraficantes están perdiendo bastiones, uno tras otro, con apoyo federal.

En los hechos, el gobierno mexicano no iba a poder controlar a los guardias civiles. La realidad que viven muchos michoacanos obliga a que tomen las armas por su cuenta. Lo que está haciendo Osorio Chong, entonces, es usarlos para ganarle a los narcotraficantes. Es muy probable que muchos ciudadanos vean esta estrategia como la justa; es probable que muchos ciudadanos apoyen estos juegos de guerra del Secretario de Gobernación, que por un lado ponen en entredicho el Estado de derecho pero por el otro, permiten por primera vez un avance puntual contra los criminales.

Mientras eso sucede en Michoacán, en el resto del país se ha disparado el secuestro. Lo dicen las cifras. Tanto así, que Osorio Chong se reunió con gobernadores para hacerle frente a este cáncer social. Morelos, Guerrero, Tamaulipas, Estado de México, Michoacán, Veracruz y Tabasco son las entidades con mayor incremento de plagios en los primeros 11 meses del año pasado.

Los ciudadanos que vivimos en cualquiera de estos estados, ¿podemos comprarnos un rifle para enfrentar a los criminales? Ahora es legítimo hacerlo, ¿qué no?

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Algunos dicen que el doctor Mireles está vinculado con uno de los grupos criminales. Lo sugirió hace meses Servando Gómez, “La Tuta”, en un video. Otros reportes defienden al líder de las guardias michoacanas; dicen que, claro, lo más fácil es vincularlo con los narcos para deslegitimarlo e impedir que el Estado mexicano preste ayuda a su causa.

Lo cierto es que, hasta el momento, no hay una sola información puntual al respecto. Cuestionado la semana pasada sobre si existía una orden de aprehensión contra el doctor, Osorio Chong dijo desconocerlo y agregó que cuando se le auxilió tras el accidente no iba armado.

El avance de las guardias comunitarias por Michoacán es un hecho. Su campo de influencia ha crecido más en estas semanas que en años que llevan de lucha. La toma de Nueva Italia es un símbolo importantísimo: se le han metido hasta el corazón a los Templarios.

Algunos apuestan a que esta misma semana se realizará la toma de Apatzingán, la zona de mayor influencia de los Templarios y la más jugosa en términos económicos. Será una lucha encarnizada porque, se sabe, los narcotraficantes están apostados hasta en los techos de las casas. Ya en el pasado, los civiles armados intentaron entrar a Apatzingán y recibieron una lluvia de balas; el Ejército los desarmó previamente y les dieron una paliza. Es probable que ahora, con apoyo del gobierno federal, vuelvan a intestarlo pero armados hasta los dientes. Y es posible que ganen.

La pregunta es por cuánto tiempo podrán mantener las posiciones que han logrado sin que se combatan las razones de fondo. Osorio Chong juega con las mismas armas de Felipe Calderón: guerra, guerra, guerra, pero sin acciones sociales. ¿Habrá calculado bien el Secretario de Gobernación? ¿Podrá imponer la paz armada en Michoacán sin atacar las causas sociales que provocaron este desbarajuste? Eso está por verse.

El Secretario de Gobernación está siguiendo un juego peligroso. Pero ya es muy difícil echarse para atrás.

Fuente: Sin Embargo

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