José Martí, la política espiritual

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Por Héctor José Arenas A.

Mientras no se rinda culto pleno a la dignidad de cada ser, la vida y el pensamiento de Martí estarán vigentes. El secreto de su intemporalidad habita en su visión espiritual, no de credo religioso, que maduró tempranamente en su interior. Además, Martí comprendió, como pocos, el sentido de su época, las esencias del tiempo germinal de nuestro tiempo en el que discurrió su breve y luminosa parábola vital.

En 1873, en su primer destierro en Madrid cuestiona a la Primera República española por mantener su dominio imperial sobre las islas de Cuba y Puerto Rico, por no reconocer los estragos causados por el régimen colonial y contribuir a su curación, y por continuar soportando el crimen de la esclavitud: La honra puede ser mancillada. La justicia puede ser vendida. Todo puede ser desgarrado. Pero la noción del bien flota sobre todo y no naufraga jamás. España no puede ser libre mientras tenga en la frente manchas de sangre (La república española ante la revolución cubana).

En 1880, cuando recién arribó a los Estados Unidos, país en el que vivirá durante 15 años, se declaró impresionado con la atmosfera de libertad que allí se respiraba, pero poco a poco su conciencia captó lo que llamaría la enfermedad del dinerismo: En la médula, en la médula está el vicio, en que la vida no va teniendo en esta tierra más objeto que el amontonamiento de la fortuna.

Junto a ese materialismo romo que convierte la vida en una regata funesta por la riqueza material, e impide captar que la muerte no es fin, sino tránsito, Martí comprendió a Cuba como el fiel de la balanza hemisférica, observó la violenta tendencia expansiva de la que sería la primera potencia planetaria, y consagró su acción y su escritura a impedir con la emancipación de Cuba y Puerto Rico que el norte revuelto y brutal se abalanzara sobre Nuestra América: la unidad geográfica y cultural de los pueblos que habitan desde el norte de México hasta la Patagonia. En diciembre de 1882, escribe una carta a Bartolomé Mitre, en la que declara no confundir lo que piensa un cenáculo de ultraaguilistas con el pensar de todo un pueblo heterogéneo, trabajador, conservador, entretenido en sí, y por sus mismas fuerzas varias equilibrado […]

Ya en 1882, Martí había percibido el rumbo que se impondría al mundo entero: Ha echado por caminos la existencia moderna, en que la serenidad de ánimo, la claridad de lo interior y la vida legitima van siendo imposibles (Cartas a La Nación, julio de 1882). Se da cuenta de que habita en un país donde la conciencia de la fuerza y el apetito de la fortuna tienen en riesgo el decoro nacional, la independencia de los pueblos vecinos y la independencia del mismo espíritu humano acaso […] (Cartas a La Nación, agosto 12 de 1885).

Martí se ocupó entonces de organizar un proceso insurreccional que culminará con éxito la independencia política de Cuba, a través de un acción militar sin odio, y veloz por estar acompañada de manera consciente por el pueblo cubano, sin exclusión por clase, raza, sexo, o credo. Pero, al mismo tiempo, plasmó los principios y los métodos que deberían garantizar una democracia radical, un orden político propio, no calcado de realidades diferentes, un orden soberano en las que las decisiones que se tomaran sobre el devenir colectivo fuesen fruto del pensamiento consciente y la expresión de la comunidad.

En los Estados Unidos percibió que tras el disfraz democrático en realidad se operaba el control de las instituciones públicas por parte del poder financiero y las nacientes redes intermonopólicas: donde ven un débil comen de él, y veneran en si la fuerza, única ley que acatan, y se miran como sacerdotes de ella […] Forman sindicatos, ofrecen dividendos, compran elocuencias e influencia, cercan con lazos invisibles al congreso, sujetan de la rienda la legislación como un caballo vencido, y, ladrones colosales, acumulan y se reparten las ganancias en la sombra. Son los mismos de siempre […]. Tienen soluciones dispuestas para todo: periódicos, telégrafos, damas sociales, personajes floridos y rotundos, polemistas ardientes, que defienden sus intereses con palabra de plata y magnifico acento. Todo lo tienen se les vende todo: cuando hallan algo que no se les vende, se coaligan con todos los vendidos y lo arrollan […] Un deseo absorbente les anima siempre, rueda continua de esta tremenda maquina: adquirir: tierra, dinero, subvenciones, el guano del Perú, los estados del norte de México […]. En cuerda pública, descalzos y con la cabeza mondada debían ser paseados por las calles estos malvados que amasan su fortuna con las preocupaciones y los odios de los pueblos –Banqueros no: bandidos (Cartas a La Nación, octubre de 1885).

En ese momento, en Colombia, el itsmo de Panamá y los yacimientos petrolíferos, iban identificándose como objetivos de conquista por parte del poder hemisférico. En 1889, los Estados Unidos organizan en Washington la primera Conferencia Panamericana y Martí comprende y revela la naturaleza imperial del convite que realizan: Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: ‘Esto será nuestro, porque lo necesitamos’. Creen en la superioridad incontrastable de la raza anglosajona contra la raza latina. Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india que exterminan (Cartas a La Nación 1891).

Martí habitó y recorrió Cuba, México, Guatemala, Haití, República Dominicana, Venezuela, Colombia, y percibió el espíritu de estas tierras, de la grandeza destrozada, del valor extraordinario de la independencia apenas iniciada y de la necesidad de completarla, de escribir la última estrofa del poema de 1810: ¿Qué importa que vengamos de sangre mora y cutis blanco? El espíritu de los hombres flota sobre la tierra en que vivieron, y se les respira. ¡Se viene de padres de Valencia y madres de Canarias, y se siente correr por las venas la sangre enardecida de Tamanaco y Paramaconi […].

Robaron los conquistadores una página al universo. Con Guaicapuro, con Paramaconi, con Anacaona, con Hatuey hemos de estar, y no con las llamas que los quemaron ni con las cuerdas que los ataron, ni con los aceros que los degollaron, ni con los perros que los mordieron (La América, abril de 1884).

Martí percibe la naturaleza singular, unitaria y germinal de un pueblo de pueblos indígena, negro, mestizo, y su resistencia a Europa, primero, y a la América europea, después: El primer criollo que le nace al español, el hijo de la malinche fue un rebelde. El glorioso criollo cae bañado en sangre, cada vez que busca remedio a su vergüenza, sin mas guía ni modelo que su honor, hoy en Caracas, mañana en Quito, luego con los comuneros del Socorro; […] muere como el admirable Antequera, profesando su fe en el cadalso del Paraguay, iluminado el rostro por la dicha “exhortando a las razas a que afiancen su dignidad” (Madre América, 1890).

Su visión temprana sobre el significado germinal de Bolívar y Venezuela, suspenden el aliento: Cuando se tienen los ojos fijos en lo alto, ni zarzas ni guijarros distraen al viajador en su camino: los ideales enérgicos y las consagraciones fervientes no se merman en un ánimo sincero por las contrariedades de la vida. De América soy hijo: a ella me debo. Y de la América, a cuya revelación, sacudimiento y fundación urgente me consagro, esta es la cuna; […] Déme Venezuela en que servirla: ella tiene en mí un hijo (Carta a Fausto Teodoro Aldrey, 1880).

Martí conjuga su observación serena y penetrante en el sentido de su tiempo, con una acción esclarecedora y organizativa febril. En 1892 funda el periódico Patria dirigido a comunicar las ideas, los principios, los sueños que guían la emancipación: el odio no funda, sólo el amor engendra maravillas. Al mismo tiempo Martí acomete la comunicación ejemplar y por escrito de lo que el considera decisivo: la revolución que ha de desarrollarse una vez lograda la independencia: la que permita el florecimiento de un ser humano con más ala que garra.

En 1889 Martí escucha a un republicano en la Casa Blanca presidida por Harrison decir:

El continente es nuestro, y a las buenas o a las malas nos ha de comprar lo que le tenemos que vender. Entiende y se horroriza ante la vileza del designio imperial que para imponer sus intereses siembra la división y la guerra entre quienes tendrían que laborar unidos en la defensa de la soberanía y la construcción del hogar colectivo […].  En su formidable ensayo Nuestra América, plasmó la necesidad de la unidad de nuestros pueblos y de una educación propia y no plegada a la dominación.

[…] Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes. (Nuestra América, 1891).

¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? A adivinar salen los jóvenes del mundo, con antiparras yankis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen…Gobernante en un pueblo nuevo quiere decir creador. […] Tenemos cabeza de Sócrates y pies de indio, pies de llama, pies de Puma y de jaguar; pies de bestia nueva. El sol nos anda en las venas. Nuestro problema es nuestro, y no podemos conformar sus soluciones a las de los problemas de nadie. Somos pueblo original: un pueblo desde los Yakis hasta los patagones (Nuestra América).

En su vivencia en Nueva York, Martí percibió la manera en que la ciudad ejecuta, y la forma en que la vida urbana enceguece y enferma. Apreció las mejores expresiones del espíritu norteamericano: Emerson, Whitman, Longfellow, y encontró coincidencias profundas con nuestros pueblos nativos en el amor por la tierra y la naturaleza; de Emersón señalo: Para él un árbol sabe más que un libro; y una estrella enseña más que una universidad; y una hacienda es un evangelio; y un niño de la hacienda está más cerca de la verdad universal que un anticuario, para él no hay cirios como los astros, ni altares como los montes, ni predicadores como las noches palpitantes y profundas […] para ser bueno no necesita más que ver lo bello (Crónica sobre Emerson, La opinión Nacional, 1892).

El bosque vuelve al hombre a la razón y a la fe, y es la juventud perpetua. El bosque alegra, como una buena acción. La naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre. Y el hombre no se halla completo, ni se revela a sí mismo, ni ve lo invisible, sino en su intima relación con la naturaleza.

Martí captó la naturaleza espiritual del ser humano y bregó por un porvenir colectivo que cuidase esa esencia y la potenciara. Labró un verbo dirigido a encender almas, elevar espíritus, y preservar la belleza moral, la belleza interior. Comprendió que no puede haber revolución social, sin revolución interior, política revolucionaria sin ética, sin amor sin tregua.

Unos días antes de ofrendar su vida en Dos Ríos, Martí escribió una carta a su madre en la que le dice:

Madre mía: Hoy, 25 de marzo, en víspera de un largo viaje, estoy pensando en Vd. Yo sin cesar pienso en Vd. Vd se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de UD con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre esta allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía el recuerdo de mi madre. […] Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición.

Su José Martí.

Tengo razón para ir más contento y seguro de lo que Vd. pudiera imaginarse. No son inútiles la verdad y la ternura. No padezca.

Fuente: www.desdeabajo.info

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