Por Alejandro Páez Varela
El 20 de noviembre de 2012, cuando Enrique Peña Nieto estaba a días de tomar posesión como Presidente de México, Javier Duarte dio a conocer una conversación que ambos sostuvieron.
Para entonces, la conformación del gabinete presidencial era sólo especulaciones. El Gobernador de Veracruz dijo:
“Se los digo puntualmente: yo recibí ya una invitación por parte del Presidente electo Enrique Peña Nieto para participar en su administración. Solamente que la invitación es para enero de 2017. A partir de ese día estaré yo integrado al gobierno federal. Hasta ahora tendré que desarrollar con una gran emoción y un gran orgullo el cargo que tengo y que trato de honrar todos los días”.
Han pasado cuatro meses y una semana desde aquél anuncio “puntual”.
En ese tan poco tiempo, su ambición desmedida, su impericia, su soberbia y sobre todo su impunidad –el conjunto de todas las cosas– lo han convertido, a ojos del mismo gobierno peñista, en un chivo en cristalería.
Duarte es, nada menos, el hombre que rompió el Pacto por México, que si bien se puede arreglar no quedará igual. Duarte es quien ha inyectado la duda en la oposición sobre las verdaderas intenciones del “nuevo PRI”. Duarte tiene acusaciones por manejo deshonesto de recursos públicos; por ataques y presión hacia la prensa veracruzana y por corruptor. Duarte es, básicamente, el peor rostro del peor PRI y se transformó, en un breve lapso de tiempo, en un peligro para Peña Nieto.
La revisión de los peores momentos del nuevo gobierno pasan por él. Su torpeza dinosáurica ha afectado el trabajo de tres secretarios, por lo menos: Miguel Ángel Osorio Chong, Luis Videgaray y, por supuesto, Rosario Robles.
Por eso es que se escucha, con insistencia, que el caso del joven Gobernador está sobre el escritorio de Peña Nieto. Y no como la carta que él, Duarte, cree que es, sino porque ya se volvió, simple y llanamente, una piedra en el zapato de muchos.
La pregunta obligada es: ¿Todavía piensa Peña Nieto que le servirá en el gobierno federal? La lógica dice que no, pero tampoco hay mucha lógica en los últimos arranques del Presidente: nadie habría pensado, por ejemplo, que después de una acusación tan seria hubiera salido en defensa de Rosario Robles.
¿Peña Nieto piensa, todavía, que Duarte puede acomodarse en su cuerpo de colaboradores?
Si fuera así, Javier Duarte es, desde ahora, un peligro para México.
***
Con Elba Esther Gordillo en prisión, quizás el político mexicano con la peor imagen pública sea Javier Duarte. Ciertamente existe gente como Carlos Romero Deschamps, pero si usted se fija, más allá de la información periodística que lo señala como un corrupto líder sindical –y los escándalos provocados por su hija Paulina–, el dirigente petrolero no tiene tantos frentes abiertos. Duarte está peleado con un sector importante de la prensa.
Duarte está peleado con organizaciones civiles y de defensa de los periodistas. Duarte está peleado con los partidos de oposición. Duarte no es bien visto por una parte del gabinete presidencial. Duarte es un estorbo hasta para el PRI nacional.
Duarte representa un retroceso de los valores democráticos que hemos ganado entre todos y si a eso se le suma su ineptitud, el Gobernador de Veracruz no tiene absolutamente ningún punto acumulado para mantenerse en el poder. ¿Por qué, entonces, Peña Nieto sostiene a Duarte?
***
Mis verdaderas preocupaciones con respecto a Duarte tienen que ver con el envilecimiento de la política, la única herramienta con la que cuentan los hombres para intentar autogobernarse. Mi preocupación central es su ira: que sean sus arranques de ira los que gobiernen una porción importante de mexicanos.
Es por ira que golpea a la prensa, la amenaza, la ahorca. Es por ira que ataca la crítica hasta en las redes sociales. Es por ira que se enfrenta a la sociedad civil, y es por ira que no puede mantener un diálogo con los partidos de oposición como cualquier político civilizado. Qué peligroso.
Yo creo que a los veracruzanos en manos de este pequeño y regordete tirano deben despertar. Creo que las libertades perdidas con Duarte no pueden arrebatarles una última facultad –Primo Levi dixit–: la de negarle su consentimiento.
Javier Duarte, y la gente como Javier Duarte, no tienen derecho a participar en la vida pública nacional. Representa, o representan un retroceso para cualquier idea de civilidad, para cualquier ruta de progreso.
El rechazo a Javier Duarte debe venir de toda la sociedad, pero principalmente de los veracruzanos. Si no somos (y no son, los veracruzanos) capaces de frenar a este tipo de individuos, debemos considerar entonces nuestra renuncia a un mundo civilizado. Y eso, amigas y amigos, es mucho hablar.
Javier Duarte, y todo lo que él representa, es y son un peligro para México.
@paezvarela