En las próximas semanas, después de años de estancamiento y evasión, Irán finalmente podría aceptar frenar su programa nuclear. A cambio de alivio de las sanciones, aceptará, en principio, que debería permitir inspecciones intrusivas y limitar cuánto uranio cae en cascada a través de sus centrifugadoras. Después de 2025, a Irán se le permitirá gradualmente ampliar sus esfuerzos. Insiste en que estos son pacíficos, pero el mundo está convencido de que están diseñados para producir un arma nuclear, publica The Economist.
En un arrollador discurso ante el Congreso de Estados Unidos el 3 de marzo, el Primer Ministro Binyamin Netanyahu de Israel estalló contra la perspectiva de ese acuerdo. Como es temporal y deja intacto gran parte del programa iraní, dijo, meramente “allana el camino de Irán hacia la bomba”. Decidido y malevolente, un Irán nuclear pondría al mundo a la sombra de la guerra nuclear.
Netanyahu está equivocado sobre el acuerdo. Es lo mejor disponible, y mucho mejor que nada, lo cual conduciría a un estancamiento, engaños y, eventualmente, la carrera hacia la bomba en sí que él teme. Tiene razón, sin embargo, en preocuparse por la guerra nuclear, y no solo debido a Irán.
Veinticinco años después el colapso soviético, el mundo está entrando en una nueva era nuclear. La estrategia nuclear se ha vuelto una gallera de regímenes rebeldes y enemigos regionales que pelean con las cinco potencias de armas nucleares originales – Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Rusia y China – cuyas propias relaciones están infectadas de sospechas y rivalidad.
Gracias en parte a los esfuerzos de Netanyahu, Irán acapara la atención mundial. Desafortunadamente, el resto de la agenda de las armas nucleares está plagada de complacencia y descuido.
Después del fin de la guerra fría, el mundo se aferró a la idea de que la aniquilación nuclear estaba fuera de discusión. Cuando el Presidente Barack Obama, al hablar en Praga en 2009, respaldó el objetivo de librar al mundo de armas nucleares, no fue tratado como un pacifista sino como un estadista.
Hoy su ambición parece una fantasía. Aunque el mundo continúa consolándose con la idea de que la destrucción mutuamente asegurada es improbable, el riesgo de que alguien en algún lugar use un arma nuclear está creciendo rápidamente.
Todas las potencias nucleares están gastando pródigamente para mejorar sus arsenal atómico. El presupuesto de defensa de Rusia ha crecido en más de 50 por ciento desde 2007, y un tercio del mismo está dedicado a armas nucleares; el doble que, digamos, Francia. China, desde hace tiempo un pececillo nuclear, está incrementando sus reservas e invirtiendo fuertemente en submarinos y baterías de misiles móviles. Pakistán esta amasando docenas de armas nucleares para el campo de batalla con el fin de compensar su inferioridad ante India en fuerzas convencionales. Se piensa que Corea del Norte es capaz de añadir una ojiva al año a sus reservas de alrededor de 10 y está trabajando en misiles que puedan llegar a la costa oeste de Estados Unidos.
Incluso el laureado Premio Nobel de la Paz en la Casa Blanca ha pedido al Congreso casi 350,000 millones de dólares para emprender un programa de una década de modernización del arsenal de Estados Unidos.
Doctrina nuclear
Nuevos actores con armas más versátiles han convertido a la doctrina nuclear en conjeturas. Incluso durante la guerra fría, pese a toda esa teoría de juego y capacidad intelectual, la Unión Soviética y Estados Unidos frecuentemente malinterpretaron lo que el otro hacía. India y Pakistán, con poca experiencia y menos contacto, virtualmente no tienen nada que los guíe en una crisis salvo la desconfianza y la paranoia. Si las armas proliferan en el Medio Oriente, conforme Irán y luego Arabia Saudita y posiblemente Egipto se unan a Israel en la filas de las potencias nucleares, cada uno tendrá que manejar una desconcertante situación de cuatro bandos.
Lo peor de todo es la inestabilidad. Durante gran parte de la guerra fría, las dos superpotencias, ansiosas por evitar el Armagedón, estuvieron dispuestas a tolerar el estatus quo. Hoy, el terreno está cambiando bajo los pies de todos.
Algunos países quieren armas nucleares para apuntalar a un Estado inestable. Pakistán insiste en que sus armas son seguras, pero el mundo exterior no puede sacudirse el temor de que pudieran caer en manos de terroristas islamitas, o incluso de fanáticos religiosos dentro de sus propias fuerzas armadas. Cuando la historia dé alcance a la dinastía Kim de Corea del Norte, como tarde o temprano sucederá, nadie sabe qué sucederá con sus armas nucleares; ya sea que pudieran ser heredadas, vendidas, eliminadas o, en un último e inútil gesto, detonadas.
Otros quieren armas nucleares no para congelar el status quo, sino para cambiarlo. Rusia ha empezado a blandir amenazas nucleares como un arma ofensiva en su estrategia de intimidación. Sus ejercicios militares rutinariamente incluyen ataques nucleares simulados contra capitales como Estocolmo y Varsovia. Los discursos del Presidente Vladimir Putin contienen amenazas nucleares veladas, y Dmitry Kiselev, uno de los voceros del Kremlin, ha declarado con placer que las fuerzas nucleares rusas pudieran convertir a Estados Unidos en “cenizas radiactivas”.
Solo retórica, se podría decir, pero el asesinato el 27 de febrero del líder opositor Boris Nemtsov en el umbral del Kremlin fue solo el signo más reciente de que la Rusia de Putin se encamina a tierras yermas geopolíticamente. Resentida, nacionalista y violenta, quiere reescribir las normas occidentales que sostienen al status quo.
Primero en Georgia y ahora en Ucrania, Rusia ha demostrado que llegará a los extremos para afirmar su dominio sobre sus vecinos y convencer a Occidente de que la intervención no tiene sentido. Aun cuando Putin esté blofeando sobre las armas nucleares, y no hay razón para pensar que lo esté haciendo, cualquier líder nacionalista que llegue después que él pudiera ser incluso más peligroso.
China representa una amenaza más distante, pero una que no se debe ignorar. Aunque las relaciones sino-estadounidenses difícilmente se parecen a las de la guerra fría, China parece destinada a desafiar a Estados Unidos por la supremacía en grandes parte de Asia. Su gasto militar está creciendo en 10 por ciento o más al año.
Segundo ataque
La expansión nuclear está diseñada para dar a China la posibilidad de contraatacar usando un “segundo ataque”, si Estados Unidos intenta destruir su arsenal. Sin embargo, los dos apenas hablan de contingencias nucleares, y una crisis en torno a, digamos, Taiwán pudiera intensificarse alarmantemente. Además, Japón, al ver la fuerza militar convencional de China, podría sentir que ya no puede depender de la protección de Estados Unidos. De ser así, Japón y Corea del Sur pudieran ir tras la bomba y crear, con Corea del Norte, otro estancamiento regional petrificante.
¿Qué hacer? La necesidad más urgente es revitalizar a la diplomacia nuclear. Una prioridad es defender al Tratado de No Proliferación, que desacelera la propagación de armas asegurando a los países que sus vecinos no están desarrollando armas nucleares. Era esencial que Irán permaneciera en el tratado; a diferencia de Corea del Norte, que lo abandonó. El peligro es que, como Irán, los firmantes vean el enriquecimiento y reprocesamiento como preparativos para su propia bomba, llevando a sus vecinos a enriquecer uranio a su vez. Eso demanda un esfuerzo colectivo para desalentar el enriquecimiento y el reprocesamiento, y que Estados Unidos apuntale la confianza de sus aliados.
No es necesario que a uno le guste el otro bando para que se hagan las cosas. El control de armas se volvió una parte vital de las relaciones soviético-estadounidenses. Así pudiera ser entre China y Estados Unidos, y entre Estados Unidos y la Rusia de Putin. Enemigos como India y Pakistán pueden fomentar la estabilidad simplemente dialogando. El peor momento para llegar a conocer a tu adversario es durante un punto muerto.
“Debemos contemplar algunas posibilidades extremadamente desagradables, solo porque queremos evitarlas”, escribió Albert Wohlstetter, un estratega nuclear estadounidense, en 1960.
Así también hoy. El primer paso esencial para enfrentar la creciente amenaza nuclear es mirarla de lleno a la cara.
Fuente: The Economist