Por Iván Restrepo
Cuando el presidente Lula le encargó el programa Fome Zero (hambre cero), el ministro José Graziano Da Silva en apenas cinco años sacó de la pobreza a 24 millones de habitantes y redujo en 25 por ciento la desnutrición. Lo hizo utilizando responsablemente apenas 0.5 por ciento del producto interno bruto brasileño.
Por si no bastaran los datos que muestran el retroceso que la sociedad sufrió durante los gobiernos del cambio, y especialmente durante el del becario de Harvard, ahora se reitera la enorme desigualdad que existe en México. Por un lado se conocen los éxitos financieros de los que aparecen en Forbes. Por el otro, cada día mueren 23 personas por desnutrición; en los sexenios del cambio sumaron más de cien mil y la mayoría tenían más de 65 años. Esto, mientras esos gobiernos se ufanaron de contar con las mayores reservas de divisas de la historia: más de 160 mil millones de dólares. De que entraron al país miles de millones de dólares por exportaciones petroleras, turismo y envío de los migrantes desde Estados Unidos y Canadá.
Las cifras que muestran nuestra realidad hablan también de que más de 21 millones de personas viven en pobreza alimentaria, concentrados en los estados que desde siempre arrastran enorme marginación, como Chiapas, Guerrero, Puebla y Oaxaca, y sin que escapen a esa realidad entidades que figuran como las más desarrolladas del país. Entre ellas, el Distrito Federal, Jalisco y el estado de México. Llama la atención que los gobiernos del cambio (los del partido que ahora reconoce su derrota cultural) se ufanaran de sus programas para combatir la desnutrición, la pobreza y la desigualdad. Que gastaran tanto dinero en mensajes triunfalistas sobre sus logros en abatir el desempleo, y garantizar una mejor calidad de vida entre la población más necesitada.
Este desalentador panorama se vincula con otros datos sobre la situación en que se desenvuelven las comunidades de los estados con mayores problemas de alimentación, desnutrición y pobreza extrema. Ocurre que en ellos existe una enorme y rica diversidad biológica. Un patrimonio natural que contrasta con las carencias de sus habitantes. Y que por la migración de la gente joven y la poca efectividad de los programas en apoyo de las actividades agropecuarias de las comunidades, la tierra se encuentra abandonada. Muere la gente o vive mal donde hay los recursos necesarios para producir, pero no los apoyos reales para lograrlo.
Recién se anunció una mal llamadacruzada contra el hambre. Simbólicamente en tierras zapatistas. En un magno escenario mediático se promete cambiar la realidad de 400 municipios donde viven más de 7 millones de personas con graves carencias. Se desconoce la metodología utilizada para seleccionarlos. No está de más recordar que apenas ayer se negaba que en México hubiera gente con hambre y menos que muriera por tal motivo. Tras reconocer esa realidad, el gobierno promete coordinar efectivamente los esfuerzos de las dependencias que participan en la nueva tarea; evaluar estrictamente los programas. Además, no aprovecharse electoralmente de ellos, como es la costumbre.
Pero los especialistas se preguntan si la cruzada irá realmente al origen del problema: la injusta distribución del ingreso y la riqueza, la carencia de servicios básicos en el sector rural y no pocas ciudades (agua potable y drenaje, vivienda adecuada, educación y asistencia médica); la impunidad y la injusticia y un modelo económico depredador en lo social y lo ambiental. Además, la falta de apoyos suficientes y oportunos para que la población rural se incorpore ventajosamente a la economía; si la población participará efectivamente en asuntos que a ella más que a nadie interesan; y si los recursos oficiales no se quedarán en la burocracia y las redes de corrupción.
Precisamente contra esos factores tuvo que luchar en Brasil José Graziano Da Silva cuando el presidente Lula le encargó el programa Fome Zero (hambre cero). En apenas cinco años sacó de la pobreza a 24 millones de habitantes y redujo en 25 por ciento la desnutrición. Lo hizo utilizando responsablemente apenas 0.5 por ciento del producto interno bruto brasileño. Un éxito reconocido mundialmente.
El ahora director de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura visitará próximamente nuestro país para ver de cerca la versión mexicana del programa que tan bien supo llevar adelante. Ojalá sus observaciones sean tomadas en cuenta y la cruzada no resulte más de lo mismo.
Fuente: La Jornada