Los mercenarios ahora se cuentan por millares y lo mismo cuidan minas y campos petroleros que estrellas de cine, combaten la piratería en rutas marinas o protegen convoyes en Irak o Afganistán, pero sobre todo participan en guerras y conforman una industria que deja hasta 200 mil millones de dólares al año.
Por José Carreño Figueras
En 2008 la actriz Mia Farrow se acercó a organismos de derechos humanos y a BlackWater, una empresa de seguridad, con la idea de usar a mercenarios para terminar con el genocidio que ocurría entonces en Darfur mediante una intervención armada que crease sitios de seguridad para refugiados.
El esquema no ocurrió, sobre la base de que los riesgos eran mayores que los beneficios.
“Sin embargo, es posible—incluso probable— que en el futuro individuos y organizaciones superarán las reservas y contratarán más agresivos contratistas militares privados para hacer su voluntad”, afirmó el autor Sean McFate en su libro El Moderno Mercenario: Ejércitos Privados y lo que Significan para el Mundo.
De hecho, la propuesta de Farrow no era la única. Ya hace 20 años la ahora desaparecida empresa Executive Outcomes, con base en Sudáfrica y formada por veteranos de las fuerzas armadas de ese país, había propuesto al entonces secretario de Naciones Unidas, Kofi Annan, la contratación de “soldados de fortuna” para proteger los campos de refugiados en Ruanda.
Executive Outcomes estuvo detrás de la pacificación temporal que en 1997 permitió elecciones libres en Sierra Leona, aunque el gobierno democráticamente electo en ese momento no sobrevivió un golpe de estado seis meses después del retiro de los “asesores” militares de la empresa sudafricana.
“Fuimos precursores”, afirmó Eeben Barlow, cofundador de la compañía, en unas memorias en las que destaca que su empresa fue pionera en el moderno negocio de los servicios militares y de seguridad privados.
Executive Outcomes desapareció para dar paso a otra creada en 2006 con las siglas STTEP (Specialised Tasks, Training, Equipment and Protection) y cuya misión más notable y reciente a la fecha es apoyar al gobierno nigeriano en su lucha contra el grupo extremista musulmán Boko Haram.
De acuerdo con The New York Times, “cientos de mercenarios de Sudáfrica y otros países juegan un papel decisivo en la campaña militar de Nigeria” al facilitar los éxitos de ese país contra la organización ahora ligada al Estado Islámico. La empresa responsable fue la STTEP.
Barlow señaló que su empresa precedió a lo que hoy es un movimiento significativo: el apoyo de potencias como Estados Unidos a la operación de las agrupaciones privadas militares y de seguridad, sobre todo a partir de la reducción de ejércitos después de la “guerra fría” y los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra Nueva York y Washington.
En ese sentido, McFate asegura que la industria militar privada de seguridad es el heraldo de lo que el autor llama el “neomedievalismo” simbolizado en un negocio cuyo valor se estima entre 20 y cien mil millones de dólares anuales —aunque algunas versiones hablan hasta de 200 mil millones de dólares—.
La industria ha crecido lo suficiente como para haber creado ya hasta un grupo de cabildeo en Washington la International Stability Operations Association (Asociación Internacional de Operaciones de Estabilidad) y una cámara empresarial en Reino Unido, La Asociación Británica de la Industria de Seguridad.
Y tal como es, se halla muy lejos de las ideas que sobre los mercenarios había durante el siglo XX, aunque tal vez más a las empresas de condotieros o de soldados de fortuna en la Europa del Renacimiento.
Los mercenarios dominaron por siglos el desempeño de la guerra y sólo hasta el siglo XVII, cuando los estados comenzaron a reclamar el monopolio de la violencia, perdieron importancia.
Reducidos formalmente durante décadas a la Legión Extranjera francesa y a la simbólica Guardia Suiza del Vaticano, los mercenarios limitaron sus trabajos sobre todo al África bajo la égida de empresas mineras y petroleras y se afirma que al servicio de intereses denegables de gobiernos como el francés, así como de intentos de rebelión y golpes de estado que sirvieron de inspiración a novelistas de aventuras.
En menor medida, actuaron también en Asia y América Latina —donde es fama que algunos, incluso estadunidenses, británicos e israelíes, diseñaron esquemas de seguridad para narcotraficantes—.
Las cosas han cambiado en forma, si no en el fondo. Las empresas que hoy conforman la industria de seguridad y militarización privada son compañías que cotizan en la bolsa de valores, tienen contratos multimillonarios con gobiernos y su clientela incluye a organismos no gubernamentales, a bancos, a grandes empresas privadas comerciales y navieras.
Los mercenarios —o según el lenguaje actual, los “contratistas militares privados”—ahora se cuentan por millares y lo mismo cuidan minas y campos petroleros que estrellas de cine o combaten la piratería en rutas marinas o protegen convoyes en Irak o Afganistán o ayudan a la lucha contra el tráfico de drogas en Colombia.
Sólo una empresa, Academi como se llama ahora BlackWater, puede crear en cuestión de días un ejército de 20 mil hombres entrenados y listos para combate.
Otra más, la empresa de seguridad G4S, pasa como una de las más grandes del mundo por número de empleados, con tantos como 625 mil empleados en 125 países. Sólo el gigante comercial Walmart afirma tener más empleados. Los asalariados de G4S incluyen varios millares de personal autorizado a portar armas y usados para escoltar convoyes en lugares que como Iraq, son todavía teatros de guerra.
Otra, DINCORP recluta en países latinoamericanos. Aunque no hay números exactos, se sabe que hay una buena cantidad de “especialistas” de origen colombianos, chileno, peruano y salvadoreño, con probablemente otras nacionalidades incluidas. Hay además gurkhas, eritreos, etc.
Cierto, hay diferencias notables en las actividades de seguridad y las militares, aunque con frecuencia ambas funciones pueden ser contratadas con las mismas compañías. Las de seguridad proporcionan elementos básicamente de defensa, esto es guardaespaldas o guardianes de empresa, servicios de vigilancia y de transporte de valores; las militares aportan personal de combate y especializado. Algunas compañías tienen unidades especializadas en operaciones logísticas (de aprovisionamiento) y otras en recolección de inteligencia.
Y aunque el retorno de los mercenarios, una fuerza que fue considerada como execrable la mayor parte del siglo XX, ocurrió en los últimos 25 años bajo el auspicio de las necesidades estadunidenses, no son los únicos ni las empresas estadunidenses tienen el monopolio. La lista de empresas de “contratistas militares privados” incluye organizaciones basadas en Gran Bretaña, Israel, África del Sur, Perú y Rusia, entre otros.
“El mercenarismo está regresando. Desde el final de la Guerra Fría, actores militares privados han reaparecido con fuerza, algunos como mercenarios, otros como empresarios militares”, escribió McFate.
“Si hay dinero, intereses diplomáticos o corporativos serán protegidos por hombres que una vez sirvieron en las más elitistas fuerzas de combate del mundo”, afirmó el periodista británico Nick Ryan en un texto bajo el título Los Señores de la Guerra.
Los hechos y la historia reciente lo respaldan. Aunque formalmente las intervenciones estadunidenses en Afganistán e Iraq están a punto de terminar, quedan ahí millares de elementos militares o de seguridad extranjeros, especialmente estadunidenses, con cargo al Departamento de Defensa u otras dependencias del gobierno estadunidense.
La importancia de las empresas contratistas militares o de seguridad fue tal que en 2005 había 180 mil empleados de ellas en Irak, casi el triple que el personal militar estadunidense.
Hoy por hoy, no son pocos los autores que los toman como un hecho de la vida, al grado que ya en 2007 la Institución Brookings, el más influyente centro de análisis y pensamiento en Estados Unidos, publicaba un reporte que traducido al español afirmaba: “No se puede ganar con ellos, no se puede hacer la guerra sin ellos: contratistas militares privados y contrainsurgencia”.
Pero si alguien cree que es un invento sólo estadunidense habría que recordar de un lado a la Legión Extranjera Francesa, pero también a los mercenarios que tan recientemente como los setentas y los ochentas combatían en África contra guerrillas izquierdistas, grupos golpistas o defendían los intereses de empresas mineras y petroleras.
Las filas de los “consultores” en todo caso se han visto enriquecidas por los veteranos de guerra o de las Fuerzas Especiales estadunidenses, británicas, francesas y aún guatemaltecas, que salieron al mercado sin saber otra cosa que hacer.
Durante siglos, muchas guerras fueron peleadas por ejércitos privados, leales más a un comandante que a una idea o una nación. De los griegos
—que frecuentemente enfrentaron a otros griegos— a Rodrigo Díaz de Vivar “El Cid Campeador” al semilegendario Mike Hoare, que inspiró la novela hecha película “The Dogs of War” (que a su vez originó la película The Wild Geese.
Xenofonte, el autor de “La Retirada de los Diez Mil”, era un mercenario al igual que Albrecht von Wallenstein, que en el siglo 17 llevó a los mercenarios a la cumbre de su poder.
Desde entonces la actividad de los mercenarios no había tenido el tamaño ni los alcances actuales. Sin embargo, los mercenarios tuvieron todavía papeles de cierta importancia: los británicos usaron tropas de mercenarios alemanes para combatir contra la Independencia de los Estados Unidos y luego la Compañía de la India y sus regimientos de cipayos, los franceses formaron su Legión Extranjera, que tuvo un papel importante en la expansión colonial del siglo XIX y aún en el siglo 20 fue con frecuencia la punta de lanza de los intereses franceses en África.
Ahora, sin embargo, los mercenarios pertenecen a empresas que incluso buscan respetabilidad y apuestan por la posibilidad de apoyar a la ONU o a ONG. Pero McFate advierte de la posibilidad de que igual que en el Renacimiento italiano, cuando sus filas incluían a los Sforza, los Malatesta y los Borgia, estos modernos condotieros provoquen conflictos para asegurarse trabajo y poder.
Fuente: Excélsior