Ignorancia, enemiga de la democracia

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Por Pedro L. Angosto

Los acontecimientos de mayo del sesenta y ocho marcaron un punto de inflexión en el caminar de la izquierda europea de consecuencias nada positivas para su futuro. Tras aquél relámpago que llenó de luz las calles de las principales ciudades del viejo continente, que movió los cimientos de una sociedad acomodaticia y complaciente, las aguas volvieron a su cauce y aunque no se pueda decir que aquellos días no dejaran huella –la dejaron en la integración de la mujer en el modo de producción capitalista, en ciertos cambios en los hábitos sexuales y en la ruptura de unos cuantos tabúes–, lo cierto y verdad es que la izquierda al apostar por el orden establecido y desentenderse de lo que pedía la calle, dejó buena parte de su equipaje ideológico tirado en los andenes de una estación por la que nunca más volvió a correr tren alguno, todo lo más algún mercancías nocturno con las luces mortecinas. A mayo del sesenta y ocho, sucedió la crisis del petróleo iniciada en 1973, la recesión, el miedo en el cuerpo y la aceptación, con matices y diferencias, de la política económica neocon como única posible. No quiere decir esto que esa política se aplicase lo mismo en España que en Chile, no, ni mucho menos. En España durante la década de los ochenta se construyó lo que tenemos de Estado del bienestar, en Chile se acabó con la esperanza a cañonazos, cortándole las manos a Víctor Jara, asesinando a Allende y a miles de chilenos, instaurando la tortura y el sometimiento como modo de ser del Estado.

Sin embargo, hay una cuestión que afecta por igual a casi todos los países de la aldea global, y es la globalización de la ignorancia. La ignorancia es el mejor aliado del fascismo, del totalitarismo, porque al ignorante le importa muy poco gritar vivan las caenas si con eso el jefe le da unas palmaditas en la espalda, unas migajas de pan, más abundantes en la Unión Europea hasta ahora, menos en el resto del mundo, o le permite seguir trabajando aunque sea sin seguros sociales y sesenta y cinco horas a la semana. Pero la ignorancia actual no se ha generado por sí sola, no se reproduce por esporas, ni por arte de magia, es el fruto –unas veces intencionado, otras no– del abandono por parte de los gobiernos de la principal de sus misiones: La Educación, entendiendo el término en el sentido más amplio, profundo e integral del mismo. Cuando los Estados dejaron de lado la enseñanza y comenzaron a traficar con ella entregándosela a sociedades mercantiles muchas veces dependientes de las iglesias, cometieron un crimen, un crimen para el que no existe pena posible, pues es el más execrable de cuantos se pueden cometer: Dejar la formación de ciudadanos a quienes no creen en la ciudadanía, confiar la transmisión de los valores verdaderamente democráticos a quienes no creen en la democracia, delegar la socialización del amor a la libertad y a la justicia social, en quienes son injustos por esencia y liberticidas por nacimiento.

De tal manera es esto así, que el espíritu neoconservador, no es sólo el causante del desastre económico actual, de la perpetuación e intensificación de la explotación y la injusticia, sino que gracias al dominio que tiene sobre los grandes medios de comunicación de masas, a la claudicación de una parte de la izquierda y al selenitismo de la otra, hemos llegado a una situación en la que nada importa que una persona tenga tres carreras y domine cuatro idiomas para que siga siendo un perfecto ignorante, un parado sin futuro o, lo que es peor todavía, un soberbio con aspiraciones despóticas y nula capacidad para la solidaridad. ¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Por qué se ha dado este tremendo paso atrás? Porque la ineducación lleva instalada entre nosotros más de cuarenta años –en España desde el final de la guerra civil– y se ha dejado de lado la formación humana y humanística de las personas, relegándolas al desván de los objetos inservibles, inútiles, molestos, esos que son pasto de la basura periódicamente, cuando se hace limpieza general y se elimina todo aquello que no vale. Hace años, muchos nos reíamos de aquellos universitarios norteamericanos que respondían en concursos televisivos que España estaba al sur de México. Hoy podemos oír contestaciones similares en cualquier punto del Estado español y de la magnífica Unión Mercantil europea. Con todo, no es eso lo más pernicioso, la dejación de las funciones educativas consustanciales al Estado moderno, ha producido, gracias sobre todo a la televisión y sus millones de mensajes directos y subliminares, un tipo de ciudadano que no merece ese nombre, grosero, autista, egoísta, déspota, insolidario, un tipo que cree que él y los suyos son sujetos de todo tipo de derechos y de obligación ninguna, un tipo que mide sus triunfos en relación a los fracasos ajenos, un ser cuya forma de vida primaria ha llegado a modificar el urbanismo de muchas ciudades, ciudades que se han llenado de reservas para la buena gente en forma de urbanizaciones cerradas, de jardines privados robados al espacio público, de colonias periféricas ultravigiladas dónde sólo ellos, los nuevos notables, tienen cabida, mientras el resto sobrevive sufriendo en soledad resignada.

Este tipo de sujeto, que habita por toda la faz de la tierra pero que es mucho más detestable en aquellos países que tienen –o tenían– un alto grado de desarrollo económico, ha sido fabricado a conciencia para que pierda la conciencia, la conciencia de clase, la conciencia crítica, la conciencia solidaria, en definitiva, la conciencia de ser humano, todo ello con la anuencia de la izquierda posibilista y de la izquierda que se considera pura y anda perdida en cientos de debates que muy poca gente escucha. ¿Qué interesa a ese sujeto? ¿Le interesa un sistema impositivo auténticamente proporcional y progresivo? ¿Le interesa la condena del genocidio franquista y la reparación debida a las víctimas? ¿Le interesa que los corruptos sean condenados y pasen unos años en la cárcel? ¿Le interesa dejar de ser un consumidor compulsivo? ¿Le interesa la ampliación de la ley del aborto, los matrimonios homosexuales, la sanidad pública, el crecimiento sostenible, acabar con la exclusión social…? Siento decirles que, en mi modesta opinión, a esos sujetos, que hoy son mayoría en España y en la Unión Europea, todo eso les importa un bledo, un carajo, una mierda, sencillamente porque han perdido el mayor tesoro que puede tener una persona: su condición humana.

No estamos viviendo en el peor de los mundos posibles, ni mucho menos en el mejor. Estamos inmersos en un periodo de reacción posibilitado por ese ciudadano que –incitado a ello por los poderes reaccionarios globales y sus consentidores– con gusto ha dejado de serlo. Sigo creyendo en lo mismo que decían los viejos republicanos, los viejos líderes obreros, la educación y la cultura son las llaves de la emancipación social, de la libertad de los pueblos y de los individuos. Desde estas hojas, me gustaría hacer una proposición que seguro a muchos parecerá tímida y conformista, pero que para mí es premisa imprescindible para acometer los cambios radicales que necesita una sociedad injusta, depredadora y sanguinaria: No demos más vueltas al molino, no perdamos el tiempo en proclamas que nadie atiende o proceden de mesianismos perfectamente urdidos, trabajemos por objetivos concretos, nada podremos lograr quienes estamos disconformes con el sistema actual si no nos ponemos todos de acuerdo de que la primera Bastilla que hay que tomar es la de la Educación. Hacia esa lucha deben dirigirse todos los esfuerzos de los ciudadanos que sigan creyendo en que otro mundo es posible, porque si logramos un sistema educativo que sea capaz de conformar ciudadanos conscientes, críticos, libres y solidarios, todo lo demás caerá por su peso. Esa debiera ser una de las primeras reivindicaciones de la gigantesca protesta que inundará todos los rincones de España el próximo 14 de Noviembre, día de la primera huelga general europea de la Historia que debería contar con la participación entusiasta y activa de toda la izquierda y de todas las personas que sigan creyendo que la democracia volverá a ser el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

Fuente: Nueva Tribuna

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