La capital mexicana se convierte en el 32 Estado de la Unión y tendrá gobernador y Constitución propia. El Presidente Enrique Peña Nieto promulgó este viernes la reforma política de la Ciudad de México.
El Distrito Federal ha muerto. Ha nacido la Ciudad de México. La fórmula administrativa que regía la capital pasa hoy a la historia y será sustituida por un diseño legislativo que la equipara al resto de estados mexicanos. Una entidad con gobernador, Constitución propia y hasta un nuevo nombre, Ciudad de México, para el cual aún no hay aún un gentilicio acordado, aunque una mayoría ya se incline por el de capitalinos.
En un país tan ceremonioso como México, el nacimiento del trigésimo segundo Estado de la Unión será presentado con los mayores honores. El propio presidente de la República, Enrique Peña Nieto, escenificará hoy el alumbramiento en el imponente Palacio Nacional, sede del Poder Ejecutivo. En un acto cuajado de autoridades, sobre el mismo solar que pisaron Moctezuma y Hernán Cortés, el mandatario rubricará la reforma política y ordenará su publicación en el Diario Oficial de la Federación.
La ceremonia no sólo da carta de naturaleza al cambio de estatuto de la megalópolis, sino que supone el arranque de un vertiginoso proceso político. A partir de la promulgación de la reforma, el Instituto Nacional Electoral tiene 15 días para emitir la convocatoria para la elección de los diputados constituyentes. Los comicios se celebrarán el 5 de junio y la Asamblea tendrá que formarse el 15 de septiembre. Sesenta diputados serán por elección directa y otros 40 se decidirán por designación (28 por el Congreso, 6 por el Ejecutivo federal y otros 6 por el actual jefe del Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera). La tarea de esta Cámara extraordinaria consistirá en aprobar la Constitución Política de la nueva entidad antes del 1 de febrero de 2017. Acto seguido, se disolverá.
Con este paso, culminará un largo proceso de lucha política. Durante décadas la capital fue un mero apéndice del poder presidencial. Pero la tensión generada por las necesidades de una megalópolis cuyo impulso demográfico y financiero no tenía rival en el país, fue abriendo una brecha en este control y logrando parcelas cada vez mayores de gestión. Aunque el corte competencial nunca fue limpio, en 1997 la ciudad dio un paso de gigante al celebrar por primera vez elecciones al cargo de jefe del Gobierno del Distrito Federal. Este avance amplió el escenario, pero no logró apagar los deseos de una mayor autonomía.
El pulso entre el Gobierno capitalino, siempre en manos de la izquierda, y el poder central se convirtió desde entonces en una constante, de la que sacaron provecho pesos pesados como Cuauhtémoc Cárdenas, fundador del PRD, y el dos veces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, conocido como AMLO. La última y mayor reforma, paradójicamente, no ha cristalizado hasta la llegada a la jefatura capitalina de Mancera, un político con excelentes relaciones con el presidente.
El nuevo diseño eleva a la megaurbe en el juego político mexicano. El jefe del Gobierno tendrá poderes de gobernador, y derechos como el aborto y el matrimonio homosexual quedarán blindados por la Constitución estatal. Aún así, la autonomía no será plena. La Ciudad de México, a diferencia de otros Estados, no podrá decidir el techo de endeudamiento, su jefe de policía podrá ser revocado por el presidente y no asumirá las competencias en salud y educación.
Pese a estas limitaciones, las encuestas muestran que el apoyo al cambio es mayoritario. Donde no hay tanto consenso es en la elección del gentilicio. Aunque los sondeos indican una gran preferencia por el de capitalinos (50%), en la liza también han entrado los términos de mexiqueños (18%), chilangos (6%) defeños (6%) y mexicanos (3%). Las autoridades aún no se han decidido y en la confusión se ha desatado un vendaval de humor en las redes sociales, con gentilicios como manceros, tenochtitlacanos, AMLOsajones, traficalinos o cedemitas.
Fuente: El País