Hooligans subdesarrollados

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Por Octavio Rodríguez Araujo

Si hay una valla de policías en una calle y los agredo nomás porque sí, estoy cometiendo un acto ilícito; si hay un vidrio en la fachada de un edificio y lo rompo, estoy cometiendo un acto ilícito; si hay un teléfono público y lo destrozo, estoy cometiendo un acto ilícito; si una señora va caminando a su trabajo o a comprar una torta y la agredo, estoy cometiendo un acto ilícito. ¿Por qué, entonces, los que cometen dichos actos ilícitos no deberían ser detenidos, acusados, juzgados y, de demostrarles culpabilidad, encarcelados?

¿Qué pasaría si mañana me bajo de mi carro y con un bate de beisbol me le voy encima al policía parado en la esquina? ¿Me dejarán libre porque con mi acción estoy demostrando mi oposición al gobierno y tengo derecho a expresarla? Y si digo que soy anarquista (cosa que nunca diré), ¿me dejarán libre como si nada? ¿Y si en lugar del policía me le voy a batazos al escaparate de una tienda porque ésta es un signo del capitalismo que rechazo?

Lo mismo, aunque con otros motivos de igual intolerancia, hicieron los camisas pardas en Alemania y Austria contra las tiendas y templos de los judíos. Y también en México durante los lamentables tiempos de los camisas doradas en las calles del ahora Centro Histórico de la Ciudad de México. En Alemania y Austria nadie metió en la cárcel a los camisas pardas, pues eran parte del poder. En México los camisas doradas que constituyeron la Acción Mexicanista Revolucionaria fueron por lo menos tolerados durante el gobierno de Abelardo L. Rodríguez (cuando surgieron), pero después, en el gobierno de Lázaro Cárdenas, fueron puestos en la ilegalidad, por no respetar la legislación vigente. ¿Cárdenas, un represor?

Los policías son un emblema del poder institucional y trabajan para éste. Igual pueden ser usados para proteger a un ciudadano que a una empresa, o a un patrón amenazado por sus trabajadores. Pero si un policía o un conjunto de policías son usados para proteger el orden y la legalidad, la propiedad privada (que nos guste o no es legal), o tu casa, lo que está haciendo es cumplir con su deber y actuando conforme a órdenes superiores. Los policías no son los culpables si se les ordena cerrar una calle o detener a un delincuente in fraganti.La responsabilidad es de otros, los más cercanos: los jefes policiacos. Cuando en los años 60 los granaderos golpeaban a manifestantes pacíficos por protestar contra la invasión a Cuba o por indignarse por la invasión militar a los centros de educación, lo hicieron porque alguien se los ordenó, y quizá también porque abusaron del uniforme y la autoridad para desahogar sus impulsos agresivos (lo que también ocurrió, y con violencia innecesaria). Los policías, asimismo, pueden ser resentidos sociales, agresivos, corruptos y abusivos. No son arcángeles ni tienen sangre de atole.

En ocasiones y muy a menudo en países de mayor desarrollo que el nuestro, los policías también han sido usados para proteger una marcha de inconformes, protegerlos de otros que quieren o quisieran agredirlos (derechistas contra izquierdistas y viceversa, por ejemplo). Todavía se recuerda a la policía resguardando a los zapatistas de Chiapas cuando llegaron a la ciudad de México en la otra campaña. Nadie, que yo recuerde, protestó ni agredió a los patrulleros que abrían campo al convoy donde iba Marcos. ¿Estos eran policías buenos y los otros malos, o eran los mismos con diferentes órdenes?

¿Preguntas ingenuas? Si me paso un alto y el policía no me dice nada ni me multa, ¿es bueno? Y si me multa, cumpliendo con su deber, ¿es malo y merece que lo insulte como si yo fuera una prepotente lady de Polanco? Si le aviento una bomba molotov a un policía desarmado y le provoco quemaduras graves, ¿se justifica porque es representante del poder? ¿Si uno de sus compañeros me persigue, me alcanza, me detiene y me lleva al Ministerio Público, es un represor y yo una santa palomita que aventé una ino­fensiva bomba incendiaria justificada porque digo que soy inconforme y estoy en contra de la autoridad? Pamplinas.

Aventarle a quien sea una bomba molotov es, por lo menos, intento de homicidio, y no debo esperar consideraciones especiales por mi conducta pues se trata de un delito deliberado y con intención de dañar seriamente a una persona, policía o ciudadano común. Premeditado, pues la bomba se prepara con anticipación con el propósito de usarla. Si se usa contra tanques de guerra con resultados muy dañinos para sus ocupantes, ¿qué se espera que le pase a un policía parado y sólo protegido por un escudo de policarbonato? La fotografía en la primera plana de La Jornada del pasado 3 de octubre es, además de dantesca, muy ilustrativa: un policía bancario e industrial envuelto en llamas. El autor de este acto de barbarie no era de la marcha que conmemoraba la matanza del 2 de octubre, tampoco era de la CNTE. Presumiblemente era un anarquista. Para mí, un vulgar provocador con la consigna de desestabilizar, junto con otros, al Gobierno del Distrito Federal para desprestigiarlo y engordarle el caldo a los priístas y otros grupos de poder que quieren recuperar la muy importante plaza que perdieron en 1997.

Los que hemos conocido de cerca muchos movimientos sociales desde hace 50 años sabemos cuál es el papel de los provocadores y a quiénes responden, aunque no podamos comprobarlo pues no teníamos ni tenemos los recursos de la nefasta Dirección Federal de Seguridad ni del ahora llamado Cisen. Pero de una cosa estamos seguros: no representan a la ciudadanía común ni a los auténticos movimientos sociales de protesta y/o resistencia. Anarquistas o no, lo cual es intrascendente, actúan como hooligans subdesarrollados; es decir, violentos por el gusto de serlo, en nuestro caso sin ser hinchas de un equipo de futbol.

Alejandro Jiménez cita en su blog el comunicado de la autodenominada Coordinadora de las sombras(2/10/13), del cual extraigo el siguiente texto: “Nosotros no queremos dialogar, ya estamos hartos de eso, nuestra palabra la botamos al cielo, como botamos las piedras y el fuego. A quien le toque le tocó. Estamos aquí porque nos cansamos de ser víctimas… El espectáculo ha muerto. No nos dejaron soñar, ahora no los dejaremos dormir. Se acabó la paz. Ahora el mundo nos pertenece. Ni de izquierda ni de derecha. ¡Somos los de abajo y vamos por los de arriba!” (Las cursivas son mías.) Ya entendí. Lo que no entiendo es por qué no se manifestaron igual en el gobierno de Calderón.

rodriguezaraujo.unam.mx

Fuente: La Jornada

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