Por Iván Montejo
Todo sucedió muy rápido: Steven Sotloff se dirigía a cubrir la terrible Guerra civil siria, pero tan sólo veinte minutos después de haber entrado al territorio sirio, un grupo de quince soldados del Estado Islámico lo interceptaron. Inmediatamente lo separaron de sus acompañantes, le vendaron los ojos y lo llevaron a un lugar desconocido.
De este hecho había pasado aproximadamente un mes, cada mañana deseaba que todo lo que había vivido en este tiempo fuera parte de un sueño. Hoy era un día especial, grabarían un video propagandístico: la cámara estaba lista, el insoportable calor del desierto no daba tregua y John “el Yihadista”, le explicaba sobre la naturaleza del video. El fluido inglés del terrorista –que delataba que su tierra natal era Europa– calmó sus ansias. Las palabras de su captor aseguraban que el único objetivo de la grabación iba a ser crear un testimonio gráfico que moralizara al Estado Islámico y obligara al gobierno de Estados Unidos a desistir en sus ataques.
John “el Yihadista” le señaló que durante el video sólo tenía que presentarse y guardar silencio. Durante la filmación Steven estaba calmado porque sabía que regresaría al pequeño cuarto donde lo tenían en cautiverio y que el ejército de su país estaba haciendo todo por encontrarlo. En un instante supo que estaba equivocado. Primero sintió el frío acero en su cuello, de inmediato percibió el calor que emanaba su sangre y después, la nada.
Un caso con escalofriantes paralelismos ocurrió en nuestro país un año después. Como si siguieran las órdenes de los líderes del Estado Islámico, un comando armado secuestró al periodista veracruzano Moisés Sánchez. A diferencia de Steven, Moisés fue raptado en su domicilio y frente a su familia; casi un mes después su cuerpo fue encontrado sin cabeza en un municipio cercano.
Cuando pensamos en el periodismo y la guerra, inmediatamente pensamos en Medio Oriente, en extranjeros que a los ojos de los miembros del Estado Islámico son objetos por los cuales pueden detener los bombardeos de las potencias occidentales. El dolor ajeno nos duele menos, no compartimos la nacionalidad con ninguno de los periodistas secuestrados y Siria es una tierra a miles de kilómetros de nuestros hogares. En pocas ocasiones nos paramos a pensar sobre el infierno que tienen que vivir cientos de corresponsales en nuestro país que sólo intentan hacer su trabajo.
Los fotoperiodistas que cubren los hechos del narcotráfico en nuestro país son indeseables: el gobierno pretende silenciarlos y los acusa de hacer una”alegoría a la violencia”, los medios masivos de comunicación los califican como amarillistas y la sociedad los ve como buitres que sólo siguen el rastro de sangre. A pesar de todos estos ataques, es un hecho estas personas son las únicas que se atreven a retratar la cruda realidad que viven cientos de mexicanos.
El terrible caso de Moisés Sánchez sucedió en un estado que se ha caracterizado por su importancia histórica. Veracruz fue el lugar en donde Cortés pisó tierra; en 1825, por este mismo lugar intentaron entrar las últimas fuerzas españolas durante la reconquista; en 1838, el ejército español hizo lo suyo; y por último, fue el bastión de las tropas estadounidenses en 1847 y 1914. En la actualidad este puerto ha retomado su importancia ancestral al ser uno de los principales puntos de comercio donde sale la droga del país y regresan armas para defender las ganancias.
Félix Márquez es uno de los fotoperiodistas que han atestiguado el crecimiento del narcotráfico en Veracruz. Cuenta que cuando comenzó su profesión, el estado era un sitio turístico en donde las noticias más relevantes eran los accidentes automovilísticos y ocasionales robos. Fue durante el gobierno de Fidel Herrera, entre 2004 y 2010, cuando la situación comenzó a cambiar y la última letra del abecedario comenzó a ser sinónimo de miedo.
Félix fue testigo del cambio, las calles comenzaron a llenarse de cadáveres con leyendas que amenazaban a las bandas rivales, las carreteras eran cerradas con barricadas hechas con autos incendiados y las primeras amenazas hacia los periodistas comenzaban a llegar. La profesión de un día para otro dejó de ser libre, ahora todos sabían sobre qué noticia se debía de escribir y sobre cual tenían que callar:
“Nos convertimos en fotógrafos de guerra así de repente, sin haber ido nunca a un lugar como Siria”.
Como si la violencia no fuera suficiente, las autoridades se convirtieron en cómplices de la persecución hacia los fotoperiodistas. El 96% de las desapariciones y asesinatos de periodistas en nuestro país tuvo como antecedente la cobertura de corrupción o la inseguridad. El propio Félix fue testigo de esta estadística cuando fue amenazado simplemente por cubrir las acciones de las autodefensas en la sierra veracruzana.
Por fortuna, la situación de Félix no ha pasado de amenazas, situación que no fue así para Rubén Espinosa. Este joven fotógrafo comenzó su carrera como fotoperiodista trabajando para el PRI de Veracruz; harto de este tipo de periodismo, decidió continuar su trabajo de manera independiente. Fue en este tiempo cuando llamó la atención de propios y extraños después de que una imagen de su propiedad fue utilizada en una portada que criticaba duramente al gobierno de Duarte.
El éxito en el gremio se convirtió en acoso en las calles, Rubén comenzó a darse cuenta de que constantemente era seguido y fotografiado, incluso durante una marcha un representante oficial le mencionó: “Bájale. Deja de tomar fotos o acabarás como Regina”.
Rubén no pudo más con esta presión y se trasladó a la Ciudad de México para acabar con el acoso. “La región más transparente” se erigía como una esfera de seguridad en la cual no existía la sangre en las calles. Esta perfección fue destruida el 31 de julio del año pasado, cuando tres hombres torturaron y asesinaron a Rubén y a sus cuatro acompañantes en su departamento.
En ocasiones lo más difícil de observar, es la realidad, preferimos perdernos en increíbles mundos creados por la literatura y el cine porque el mundo que nos rodea es muy crudo para aceptarlo. México está sumido en una de sus peores crisis sociales y son los fotoperiodistas de las pocas personas que nos pueden abrir los ojos ante esta situación.
Fuente: Culturacolectiva.com