Hacia una ética global

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La Declaración de una ética global, se firmó en el II Parlamento mundial de las religiones con sede en Chicago. Centenares de delegados trabajaron para alcanzar un acuerdo sobre cómo se tenían que abordar los grandes problemas que existen. Esta Declaración nos parece una expresión de la vitalidad y de la creatividad de la inteligencia espiritual, respetando la originalidad de las diferentes tradiciones. Desconocida para muchos, sorprende la coincidencia en la mayor parte de sus conclusiones. Nada nuevo, sólo a falta de comprometernos personal y socialmente. Esta es una síntesis:

El mundo está en agonía. Es tan urgente que estamos obligados a señalar sus manifestaciones para que la profundidad de este dolor se pueda ver claramente.

La paz nos elude, el planeta está siendo destruido, los pueblos viven con miedo unos de otros, mujeres y hombres están enajenados, los niños mueren con violencia.

Condenamos los abusos de los ecosistemas de la Tierra y la pobreza que sofoca el potencial de la vida; el hambre que quita fuerza al cuerpo; las disparidades económicas que amenazan a tantas familias con la ruina.

Condenamos el desorden social de las naciones; la indiferencia ante la injusticia que oprime a los pueblos; la anarquía que se adueña de nuestras comunidades y la locura que abusa de los niños. Condenamos la agresión y el odio en nombre de la religión.

Pero estas calamidades no tienen por qué existir. Conocemos los preceptos y las prácticas de las diferentes tradiciones religiosas que ofrecen un conjunto de valores que constituyen la base de una ética global.  Cada una en su contexto cultural pero con elementos en común. La verdad, la justicia y la bondad son conocidas pero que nos falta asumirlas de corazón y en nuestra vida diaria.

Ya existen antiguas directivas para el comportamiento humano y proveen las condiciones para un orden mundial sostenible.

Somos independientes. Cada uno de nosotros depende del bienestar del todo, y por tanto tenemos respeto para con la comunidad de seres vivientes, para con los humanos, los animales y las plantas, y para la preservación del planeta, del aire, del agua y de la Tierra.

Asumimos la responsabilidad personal por todo lo que hacemos. Todas nuestras decisiones y acciones, tanto como nuestras omisiones, tienen consecuencias.

Debemos tratar a los demás como deseamos que nos traten a nosotros; respetar la vida y la dignidad, la individualidad y la diversidad, para que cada persona sea tratada humanitariamente sin excepción alguna.

Debemos tener paciencia  y compasión; perdonar, aprendiendo las lecciones del pasado sin permitirnos ser esclavizados por los recuerdos del odio. Abrir nuestros corazones, enterrar nuestras diferencias e intolerancias en favor de la comunidad mundial, practicando una cultura de la solidaridad.

Consideramos a la humanidad entera como nuestra familia. Tenemos que ser amables y generosos; no vivir sólo para nosotros mismos, sino servir a los demás, sin olvidar nunca a los niños, a los ancianos, los pobres, los que sufren, los incapacitados, los refugiados y los excluidos. Nadie debe ser considerado como ciudadano de segunda clase, o ser explotado de manera alguna. Debe haber igualdad entre hombres y mujeres sin cometer ningún abuso.

Nos comprometemos a una cultura sin violencia; al respeto, a la justicia y la paz. No oprimiremos, heriremos o mataremos a otros seres renunciando a la violencia para resolver nuestras diferencias.

Debemos luchar para alcanzar un orden social y económico que sea justo, con igualdad de oportunidades para todos. Debemos hablar y actuar con honestidad y compasión, tratar a todos con justicia y evitar los prejuicios y el odio. Debemos alejarnos de la codicia por el poder, el prestigio, el dinero y el consumo para crear un mundo justo y pacífico.

Para crear un mundo mejor, tenemos que cambiar nuestra conciencia e incrementarla por la meditación y los pensamientos positivos.

Nos comprometemos con esta ética global a entendernos mutuamente con independencia de ideas religiosas o no, y a vivir de manera que beneficie a la sociedad, promueva la paz y favorable a la naturaleza.

* José Carlos García Fajardo. Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)

fajardoccs@solidarios.org.es

Twitter: @CCS_Solidarios

 

 

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