Por Frei Betto
A partir del 28 de febrero se inició, tras la renuncia de Benedicto 16, el período de ‘sede vacante’. Hasta la elección del nuevo papa el gobierno de la Iglesia Católica quedó en manos del colegio de cardenales. De hecho, bajo el mando de Tarcisio Bertone, el cardenal camarlengo (del latín medieval camarlingus, adjunto a la cámara, que administra la Santa Sede).
Durante la sede vacante los cardenales se reunirán diariamente en Congregación General, en la cual participan todos, incluso los que por su edad (mayores de 80 años) no podrán participar en el cónclave. Ahí las decisiones más importantes para el gobierno de la Iglesia se votarán por mayoría simple. Entretanto prevalece el principio tradicional que rige la sede vacante: ‘nihil innovetur’ (no cambiar nada).
En la Congregación Particular, a la cual le conciernen los asuntos de menor importancia y la preparación del cónclave, participan el camarlengo y otros tres cardenales escogidos por sorteo.
Para el Vaticano el cónclave no es considerado como un colegio electoral, aunque de hecho lo es, sino como un retiro espiritual en el cual los cardenales invocan a quien, en la óptica de la fe católica, es el único y verdadero elector: el Espíritu Santo.
La legislación actual de la Iglesia prevé que el cónclave se reúna dentro de la Ciudad del Vaticano. Pero ya no será tan cerrado o “bajo llaves” (de ahí la palabra cónclave) como antes, pues diariamente los cardenales electores se desplazarán en autobús desde la Casa Santa Marta, la confortable hospedería construida por orden de Juan Pablo II, hasta la Capilla Sixtina. Aunque ninguno de los cardenales se pondrá al mando del volante del vehículo, se supone que al menos tendrán contacto con el chofer.
En el siglo 19 los cónclaves se tuvieron en el palacio del Quirinal, en Roma, hoy día residencia oficial del Presidente de Italia. El último cónclave fuera de Roma se tuvo en Venecia en el año 1800, después de la muerte en la cárcel del papa Pío VI, encarcelado en Francia por Napoleón Bonaparte, cuyas tropas ocuparon Roma. Desde la cárcel Pío VI instruyó a los cardenales para que hicieran el cónclave “en cualquier lugar de cualquier príncipe católico”. En aquella época Venecia estaba bajo la soberanía de Austria y allí fue elegido Pío VII.
Por la tarde del primer día del cónclave se realiza un primer escrutinio. Se trata de un gesto de bienvenida, en el que los votos son una especie de homenaje a determinados cardenales, en general los más mayores, sin posibilidad de que sean elegidos papa.
En el cónclave tras la muerte de Juan Pablo I, en 1978, un anciano cardenal norteamericano, que había participado en las elecciones de Juan XXIII y Pablo VI, visitó a cada uno de sus colegas para pedirles un voto de homenaje, pues aquélla sería su última oportunidad de elegir a un papa y su nombre nunca había sido pronunciado en la Capilla Sixtina, pues nunca había recibido ningún voto. Al final del primer escrutinio por poco sale elegido…
A partir del segundo día del cónclave se realizan dos votaciones, una por la mañana y otra por la tarde. Después de 21 escrutinios quedan en la competencia sólo los dos más votados.
Durante el cónclave las miradas del mundo permanecen fijas en la chimenea de la Capilla Sixtina. Si la humareda es negra es señal de que terminó otro escrutinio y ningún candidato obtuvo 2/3 de los votos. Si es blanca es que hay un nuevo papa.
En octubre de 1978, en uno de los ocho escrutinios en la elección de Juan Pablo II, la humareda salió híbrida, con un color que confundió a la multitud expectante entre el negro y el blanco. Un portavoz del Vaticano aclaró en la sala de prensa que era negra; el agradecimiento de los periodistas fue roto por la impertinencia de un reportero estadounidense que dijo: “Si usted no puede tener contacto con los cardenales encerrados en la Capilla Sixtina, ¿cómo afirma con seguridad que la humarada era negra?” (Traducción de J.L.Burguet)
* Frei Betto es escritor, autor de la novela “Minas del Oro”, entre otros libros.
www.freibetto.org/> twitter:@freibetto