Por Kostas Douxinas
Las últimas medidas draconianas de austeridad impuestas al pueblo griego pueden ser el catalizador para provocar el fin del viejo régimen.
La aprobación del tercer y último tramo del plan de austeridad por el parlamento griego el miércoles fue una victoria pírrica. Es el principio del fin para la coalición gobernante y un ejemplo gráfico de la decadencia terminal del sistema de poder. Las señales están por todas partes.
El procedimiento seguido durante el debate parlamentario violó tanto el Estado de Derecho como la democracia. La cláusula del proyecto de ley incorpora un gran numero de medidas no relacionadas de varios cientos de páginas que solo fueron entregadas a los diputados un día antes de el debate, lo cual hace imposible una discusión al detalle. Se han añadido nuevas medidas, una de las cuales (la eliminación de un control independiente sobre los negocios de los parlamentarios) creó tal revuelo que tuvo que ser retirada inmediatamente.
El proyecto de ley introduce nuevos recortes de gasto social, aumentos de impuestos, “reformas” en educación y la seguridad social, ataques a los derechos laborales y sindicales, etc. Una serie de medidas del proyecto de ley fueron declaradas inconstitucionales por el Tribunal Supremo, la comisión auditora y el servicio legal del Parlamento. Su incorporación en una única cláusula convirtió la votación en una moción de confianza, dejando en manos de los diputados de la coalición gobernante el rechazar las medidas inconstitucionales. El debate se limitó a 10 horas, y fue monopolizado por los líderes de los partidos y portavoces, marginando al resto de los diputados. Esto indica un profundo desprecio hacia el parlamento y al debate democrático. Aún así, Izquierda Democrática (DIMAR), el socio menor de la coalición de gobierno, se abstuvo, y 7 diputados del PASOK Y Nueva Democracia se abstuvieron o votaron en contra, dejando la mayoría gubernamental en sólo 3 votos (de 29) sobre la oposición.
Los nuevos recortes a los salarios y pensiones se suman a la reducción del 40% que ya tuvo lugar. Grecia ha experimentado una contracción del PIB del 24% en los últimos cinco años, con un desempleo del 25,5% y la tasa de paro juvenil en el 55%, la más alta de Europa. Se vive una crisis humanitaria, con falta de viviendas, enfermedades mentales y suicidios en unos niveles sin precedentes. Los hospitales están paralizados por falta de medicamentos, en las escuelas no hay calefacción, la gente busca comida en los contenedores de basura. Las listas de los potenciales evasores de impuestos, muchos de ellos con vínculos con los partidos gobernantes, desaparecen en los cajones de las élites. Los políticos y los multimillonarios evasores fiscales gozan de inmunidad absoluta, mientras que los periodistas que revelan sus delitos son procesados. La sociedad griega se derrumba ante nuestros ojos, y los neo-nazis de Amanecer Dorado se levantan sobre sus cenizas.
Según Sigmund Freud, el superyo impone exigencias imposibles al yo y continúa aumentándolas si el yo obedece. Algo similar le está ocurriendo a Grecia. Las medidas del gobierno y de la Troika tienen un carácter sádico. Afirman que la devaluación interna y la austeridad conducirán al crecimiento. Sin embargo, los resultados muestran justo lo contrario. En abril de 2010, el FMI pronosticó para la Grecia de la austeridad un crecimiento negativo del -1% en 2011 y que en 2012 crecería sostenidamente. En abril de 2011, cambió su pronóstico para ese año a un decrecimiento del -3%. Resultó ser de -7%. En abril de 2012, el FMI pronosticó un -4,7% para el año. La mayoría de los economistas están pronosticando ya un -7% o más.
No hace falta mucha pericia para explicar este rotundo fracaso. Recortes en el gasto público y subidas de impuestos durante una depresión profunda reducen la demanda, incrementan el desempleo y detienen el crecimiento.La desaceleración reduce los ingresos fiscales y aumenta el gasto en ayudas al desempleo y otras ayudas. Los objetivos fiscales no se alcanzan y se requiere más austeridad para salvar la brecha, que es cada vez mayor. Las medidas de austeridad no giran entorno a la disciplina fiscal sino sobre convertir a Grecia en un país débil bajo diktat extranjero. Si los economistas del FMI y el gobierno fuesen estudiantes de primera habrían fracasado en sus exámenes. Desgraciadamente, su diktat hace fracasar la vida de millones de personas.
Cuando un sistema de poder se vuelve históricamente obsoleto, un cambio radical lo sucede. No obstante el viejo régimen puede sobrevivir un tiempo, e incluso frustrar el “espíritu” de la historia. Un cambio radical requiere de tres elementos. Una fuerte voluntad popular, un agente político preparado para tomar el poder y, finalmente, un catalizador que combine los anteriores para darle el tiro de gracia al moribundo sistema de poder. En Grecia los tres elementos están presentes. La voluntad de cambio fue evidente en las resistencias del año pasado y en las ocupaciones y en las recientes huelgas y manifestaciones. Syriza, que ha sido adoptado por el pueblo como el agente del cambio, está pidiendo nuevas elecciones. En un gesto simbólico, los diputados de Syriza abandonaron el parlamento el miércoles y se unieron a la manifestación en la plaza Syntagma. Las desastrosas medidas de austeridad se han convertido en el catalizador para cambiar el viejo sistema de 40 años, que ha llevado al país al borde del desastre. El número de parlamentarios gubernamentales que respaldan las medidas bajo el principio de que “los pavos no votan a favor de adelantar la Navidad” están disminuyendo rápidamente. La combinación de una fuerte oposición parlamentaria, la movilización social y la decadencia de los partidos menores de la coalición pronto impondrá las elecciones y el cambio.
Una sensación de déjà vu impregna los debates. El colapso del gobierno de Papandreu el año pasado empezó de la misma forma. Las primeras medidas de austeridad fueron aprobadas por el gobierno dominado por el PASOK en junio de 2011, con unos pocos diputados desertando, manifestaciones enormes y nubes de gas lacrimógeno en Syntagma. El primer ministro, Antonis Samaras, que voto en contra de las primeras medidas de austeridad, se encuentra ahora en la piel de Papandreu. Según el filósofo Hegel la historia se repite porque el cambio radical necesita dos esfuerzos para tener éxito. En esta ocasión, la repetición no será una farsa sino un gran alivio.
Fuente: The Guardian/ Traducción de Anxel Testas y Brais Fernandez para VIENTO SUR