Francisco y la Iglesia mexicana

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Por Bernardo Barranco V.

El papa Francisco plantea exigencias a las iglesias latinoamericanas, cambios importantes en la pastoralidad de la Iglesia y compromiso social en la perspectiva de la justicia social. Así lo planteó en su reciente visita a Brasil. En su diagnóstico, siguiendo la reunión de Aparecida en 2007, la Iglesia se ha mostrado demasiado fría, débil y pobre para responder a las inquietudes de la feligresía; encerrada en sus verdades, autorreferencial y prisionera de su propio lenguaje rígido. Francisco revira con severidad: tal vez el mundo parece haber convertido a la Iglesia en una reliquia del pasado, insuficiente para las nuevas cuestiones; quizás la Iglesia tenía respuestas para la infancia del hombre, pero no para su edad adulta. Francisco muestra una severa e inocultable crisis de la Iglesia. El Papa invita a una revitalización no sólo de sus estructuras, sino de su mensaje. Una especie de segundo aggiornamento. Si el concilio abrió las ventanas de la Iglesia para que entrara aire fresco, Francisco pide que se abran las puertas de la Iglesia para que ésta salga al encuentro con el mundo, especialmente en las fronteras existenciales.

La pregunta central es si la Iglesia mexicana estará a la altura para responder las exigencias y cuestionamientos que ha lanzado el Papa. En los últimos 20 años se ha desatado una reconfiguración marcada del mercado religioso, en la que una porción significativa de católicos por costumbre o no practicantes han encontrado acogida en otros grupos religiosos. Sobre todo sectores empobrecidos que no han encontrado atención en la Iglesia católica. Justo el sector que clama Francisco mayor atención pastoral, humana y espiritual. Por ejemplo, en Brasil, de seguir esas tendencias en 40 años los católicos se convertirán en la primera minoría religiosa. En México hay un marcado alejamiento de los jóvenes, como lo muestran las investigaciones y encuestas del académico Eduardo Sota en su libroPor la libre, por lo que hay un riesgo latente de envejecimiento.

En la conformación del episcopado, algunos de sus miembros tienden a desarrollar el síndrome de la sicología del príncipe que Francisco cuestionó. En general los obispos carecen de carisma, tienen bajo perfil intelectual y de liderazgo natual, en general se inclinan a ser gestores y administradores. Con excepciones como Raúl Vera, los obispos temen asumir riegos en su compromiso social y han encontrado en la agenda moral de la Iglesia un como nicho de confort en el que aparentan defender la vida. Como en diferentes países de América Latina, la jerarquía mexicana prefiere incidir pactando con una voraz y pragmática clase política para insertar sus intereses y agenda que impulsar pastorales sociales de incidan. El actuar político de la jerarquía es más cómodo, con el agravante de verse comprometida y enredada en los intereses de los actores de poder, con el riesgo de convertirse, como dirían los clásicos, en un aparato ideológico de Estado. Dicho de otra forma, el poder de la jerarquía reside en el cabildeo y no en el evangelio.

La distinción entre lo religioso y lo civil está perdiendo las delimitaciones. Será porque la esfera religiosa ocupa un papel más significativo en el campo de lo político. Será porque el propio Estado, así lo han expresado los políticos piadosos Duarte y Margarita Arellanes, requiere del refrigerio religioso para encontrar los valores éticos perdidos en la cultura. El Estado parece salvaguardar lo religioso y lo religioso al Estado. En suma, la mayor parte de la jerarquía mexicana es antitética del nuevo espíritu de austeridad y humildad demandado por Francisco. ¿Cambiará? En esta disyuntiva conviene leer el mensaje del papa Francisco por el 200 aniversario de la conclusión de la Catedral Metropolitana de la ciudad de México, al expresar: es una oportunidad de fuerte estímulo espiritual para un renovado compromiso misionero.

Bergoglio no es ningún revolucionario de la Iglesia. Hay mucho más continuidades con Wojtyla y Ratzinger que aparentes rupturas. Sin embargo, las actuales circunstancias, del todo dramáticas, lo conducen a obligados reajustes. Por ello, los discursos a la Iglesia, a los obispos brasileños como al Celam, en Brasil son planteamientos programáticos. Francisco plantea cambios de mentalidad y de prioridades. Hace un severo cuestionamiento del clericalismo en la Iglesia, del burocratismo religioso de los pastores y de los laicos clericalizados. Bergoglio critica los excesivos disciplinamientos, las pesadas estructuras que privilegian los principios, las conductas y los procedimientos organizativos, pero que carecen de cercanía y calidez con los hombres y las mujeres contemporáneos. El papa Francisco no va a modificar su postura frente al legítimo derecho de la mujer por tener una presencia de equidad en la sociedad y en la Iglesia. Mantendrá la misma postura doctrinal frente a los homosexuales y las nuevas formas de pareja y matrimonio. Pero Francisco muestra una nueva actitud de espíritu, marcado por una mayor apertura al diálogo y moderar los niveles de beligerancia y condena.

Quiero cerrar esta colaboración, sin afán de ofender o faltar al respeto, señalando que en espíritu y en diseño de la renovación de la Iglesia, según Francisco, personajes como el cardenal Norberto Rivera, Onésimo Cepeda, Juan Sandoval Íñiguez son dinosaurios pastorales. Por su desempeño no caben en la nueva configuración de un Iglesia que quiere sacudirse inercias monacales que han absolutizado un clericalismo puesto bajo cuestionamiento hoy por su cabeza máxima. Actores portadores de una metástasis eclesiocentrista que ha llegado al extremo de amenazar el conjunto del cuerpo institucional. Los gestos refrescantes del papa argentino apuntan a una mayor proximidad con los pobres y los excluidos. Esta tónica de defensa de los derechos humanos, Francisco la esgrimió aun ante de su visita a Brasil. Nos referimos a su magistral pronunciamiento en Lampedusa, al denunciar la humillación y la tragedia humana de la migración africana a Europa. El reto a la jerarquía mexicana es grande, sacudir inercias difícilmente para salir de su mediocridad y zona de confort para enfundarse un papel que hasta ahora no ha podido asumir: ser pastora.

Fuente: La Jornada

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