En Ciudad Juárez, el infierno, aunque lo visite el Papa, sigue teniendo las puertas abiertas.
Por Jan Martínexz Ahrens/ El País
El Papa ya tiene hora para visitar al infierno. O al menos, lo que queda de él. Será el miércoles, en Ciudad Juárez (Chihuahua). A las 10.30, entrará, jaleado por cientos de personas, en el Centro de Reinserción Social número 3. Una cárcel que durante años estuvo bajo el influjo de la Santa Muerte y que ahora, brocha en mano, se ha adecentado [ara recibir a Francisco. “Hemos hecho de todo para que El Jefe esté a gusto. Pintura, albañilería, fontanería, electricidad…”, afirma orgulloso Joel Torres, un exmilitar encarcelado por asesinato. A su alrededor pululan las cuadrillas de reos. Están dando los últimos retoques. Un poco de yeso a las paredes, pintura amarilla para las franjas, cristales nuevos en la iglesia del penal.
A la vista del trajín, parecen quedar muy lejos los días en que la prisión era un territorio marcado a cuchillo por el cártel de Sinaloa. En su interior, recuerdan los que la conocieron, se reproducía a escala el horror de Ciudad Juárez (1,3 millones de habitantes). Si en las calles llegaban a morir en un solo mes tantas personas como en toda España en un año, dentro, en prisión, el volcán no dejaba de escupir sangre. Motines, violaciones y asesinatos. Esa era la ley en la cárcel más peligrosa de México. “Aquí se mataba por nada, todos teníamos miedo, era imposible no tenerlo, pero al final ganó quien ganó”, explica Guadalupe P., un ex convicto y heroinómano de 48 años.
Todo aquello, dicen las autoridades, ha cambiado ahora. En Ciudad Juárez los crímenes son diez veces menos que en la época más negra. En sus avenidas, duras y ojerosas, la gente ha empezado a salir cuando cae el sol. Y si uno se pasea por los barrios más salvajes, donde prostitutas y halcones escrutan al forastero, la tensión parece haberse diluido. Un asesinato al día debe parecer poco a este lado de la frontera. “Esto ha cambiado, aún hay peligro, por supuesto, pero se puede trabajar y ganar dinero”, explica un joven empresario local, que en los años oscuros emigró a la Ciudad de México.
En Ciudad Juárez, el infierno, aunque lo visite el Papa, sigue teniendo las puertas abiertas
Nadie sabe explicar a ciencia cierta este descenso de la criminalidad. Hay quienes señalan que la presión de los empresarios y el endurecimiento de las penas (cadena perpetua para la extorsión y el secuestro) tuvo sus efectos, otras fuentes citan la brutalidad policial y, al final del recorrido, casi todos coinciden, aunque en voz baja, en que la inacabable guerra de sicarios, que convirtió la urbe en una tumba abierta, terminó con la victoria de un bando, presumiblemente el cártel de Sinaloa.
Acabada la lucha, el monstruo de la violencia decidió ocultarse. Pero no desapareció. La urbe fronteriza sigue siendo la principal vía de entrada de droga a Estados Unidos. Y sus tentáculos se extienden por toda la ciudad. “La estructura del almacenamiento y distribución se mantiene intacta. Cayeron muchos presuntos cabecillas, pero no los dedicados al tráfico de heroína, cocaína y marihuana”, indica la especialista Sandra Rodríguez.
Algo parecido ocurrió con su prisión. Bajo los muros y concertinas, la realidad brilla como un espejismo. Para recibir al Papa, el centro ha puesto a trabajar a 150 internos de siete de la mañana a siete de la tarde. Han podado los cipreses, pulido el cemento y cubierto de cáscaras de nuez los huecos del pavimento. Pero lo más importante ha sido la iglesia. De una blancura que duele los ojos, la han remozado de arriba abajo y, han erigido a su vera un campanario que compite con la torre de vigilancia. En ese espacio inmaculado hablará Francisco y bendecirá a los presos. Como apoteosis, 50 internos serán liberados. Ese es el plan.
Durante unas horas, el Centro de Reinserción Social será este miércoles lo que muchos quisieran que fuera la cárcel y su ciudad. Un espacio ordenado, blanco, donde, como insisten los portavoces oficiales, ni hay armas ni drogas. Un lugar, a fin de cuentas, irreal. En el presidio, según fuentes de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, hay indicios de que circula la heroína, los préstamos se pagan con sangre y rige la ley del silencio. Mariana I., de 21 años, lo sabe bien. Tras denunciar su secuestro en la misma prisión durante una visita conyugal, hizo públicas imágenes que mostraban los privilegios de los capos encarcelados. De poco sirvió. Sus quejas apenas tuvieron repercusión oficial y ahora teme por su vida. Como muchos otros en Ciudad Juárez sabe que el monstruo, dentro o fuera del penal, aún anda suelto. Que detrás de los campanarios blancos y las calles polvorientas late el peligro. Que en Ciudad Juárez, el infierno, aunque lo visite el Papa, sigue teniendo las puertas abiertas.
Fuente: El País