Francisco, el papa posneoliberal

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Por Bernando Barranco V.

Durante su pontificado ha tenido diversos encuentros con los movimientos sociales populares, a los cuales no sólo escucha sino alienta. A ellos ha dedicado sus más encendidos discursos contra el capitalismo contemporáneo.

El papa Francisco pidió un salario universal. Dijo que los gobiernos deben buscar esquemas redistributivos para que la riqueza sea compartida. Además, pidió a las farmacéuticas que liberen las patentes de las vacunas contra covid-19.

Ante los participantes del IV Encuentro Mundial de Movimientos Populares, el sábado 16, Bergoglio volvió a manifestarse como férreo oponente a la lógica neoliberal al recomendar, además, establecer una reducción de la jornada laboral para que todos puedan tener acceso a los más elementales bienes de la vida. Expresó que “no puede haber tantas personas agobiadas por el exceso de trabajo y otras afectadas por la falta de empleo”.

También pidió revisar la deuda externa de los países pobres. Durante su pontificado Francisco ha tenido diversos encuentros con los movimientos sociales populares, a los cuales no sólo escucha sino alienta. A ellos ha dedicado sus más encendidos discursos contra el capitalismo contemporáneo.

En Bolivia, por ejemplo, el 9 de julio de 2015 expresó la siguiente pregunta: “¿Reconocemos que este sistema ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la exclusión social o la destrucción de la naturaleza? Si esto es así, insisto, digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta, no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos…”.

Francisco se ha atrevido a decir que el capitalismo mata y que tras esta economía que absolutiza al mercado como una nueva deidad, está el rechazo de la ética y de Dios. ¿El papa es anticapitalista? ¿Antineoliberal?

Por supuesto, a las grandes empresas internacionales y a algunos gobiernos les preocupan las posturas radicales del pontífice, y católicos conservadores exclaman: ¿qué le pasa a este papa argentino? Los señores de la ultraderecha franquista de Vox, en España, no lo llaman su santidad, ni siquiera papa, sino “señor Bergoglio”. Me recuerdan las estigmatizaciones que hacíamos de Juan Pablo II, en los ochenta, quien tuvo un intenso activismo para derrocar el socialismo de Europa de Este. ¿Wojtyla es anticomunista? ¿Un papa activista contra el socialismo real? Emile Poulat, mi maestro en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París y reconocido historiador del catolicismo contemporáneo, respondía: “Juan Pablo no es necesariamente anticomunista, es ante todo católico”. Podemos también afirmar que Francisco, más que anticapitalista, es ante todo católico. Y su crítica a los desmesurados excesos de la economía de mercado se sustenta en el pensamiento social de la Iglesia. Dicho con otras palabras, la crítica al capitalismo neoliberal tiene un sustento doctrinal de la Iglesia.

En su momento, cuando cayó el Muro de Berlín y se gestó un reacomodo geopolítico en el mundo, Juan Pablo II, en su encíclica Centesimus annus (1991), arremetió contra la dictadura del mercado y sus excesos hedonistas. El capitalismo sería aceptable –escribió– si el comportamiento del mercado tuviera una orientación humanista. ¿Cómo entonces comprender que tengamos dos papas con signos ideológicos antagónicos? ¿En qué fundamentan ambos sus réplicas y reproches? La respuesta es relativamente simple: el pensamiento social de la Iglesia se sustenta en una crítica civilizatoria a la modernidad; por ello a los papas no hay que estigmatizarlos como anticapitalistas o anticomunistas, su corpus doctrinal es otro. Alterno a la modernidad. Esto es, el pensamiento social católico que va surgiendo en el siglo XIX como respuesta a la conformación de las grandes ideologías liberales, socialistas, anarquistas y comunistas en Europa. El epicentro de dicha postura lo encontramos en la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891), que reprueba radicalmente la condición obrera bajo la Revolución Industrial y pone en tela de juicio las ideas socialistas entre los sindicatos de la época. La Iglesia construye un corpus propio porque ambas doctrinas son opuestas a la civilidad católica y atentan contra su identidad histórica. La Iglesia se atrinchera con su discurso social, que tiene fundamentos en los principios del evangelio. Dicho corpus, en sus inicios, fue por momentos furibundamente antimoderno, antiliberal y anticomunista.

La doctrina o pensamiento social de la Iglesia tiene sus raíces en la Edad Media, en la filosofía neoclásica de Santo Tomás de Aquino, quien definió hace 800 años el concepto del destino universal de los bienes. Si la modernidad y sus nuevas instituciones habían creado una contraiglesia, los católicos aspiraron a construir una contrasociedad católica alternativa. Fundó en los albores del siglo XX hospitales católicos, escuelas, asilos, universidades, cooperativas de ahorro, agrupaciones sociales, como operarios y ligas agrarias. La Iglesia libró batallas de dimensiones tripolares: catolicismo contra liberalismo, catolicismo contra socialismo y catolicismo contra la modernidad.

En esta tradición, Francisco, en el siglo XXI, critica al neoliberalismo en su encíclica Laudato sí (2015) por devastar el medio ambiente. Y en su siguiente encíclica Fratelli Tutti (2020) reclama que la política no debe someterse a la economía ni la economía a la tecnocracia. Vuelve a desmarcarse del neoliberalismo y formula la frase quizá que más ruido causó en medios: “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, como único camino para resolver los problemas sociales”.

En pleno vuelo de Sudamérica a Roma, en 2015, después del discurso duro contra el neoliberalismo, en Bolivia, a pregunta de la periodista francesa Bénédicte Lutaud, de Le Monde, en el sentido de si no había sido muy radical contra el capitalismo en su mensaje a los movimientos populares, el papa Francisco respondió: “Lo que yo hice es darles la doctrina social de la Iglesia, lo mismo que hago con el mundo de la empresa. Hay una doctrina social de la Iglesia. Si lee lo que dije a los movimientos populares, que es un discurso bastante largo, es un resumen de la doctrina social de la Iglesia, pero aplicado a su situación”.

¿Hasta dónde las posturas doctrinales del papa Francisco bajan y permean no digamos a la feligresía, sino al propio basamento estructural de la Iglesia? Pareciera que existe una larga distancia entre el pensamiento de Francisco y su laberinto católico.

Fuente: Proceso

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