Con más de 36 horas de retraso y negociaciones maratónicas durante la madrugada, finalmente las delegaciones de los 196 países representados llegaron ayer a un acuerdo para la declaración final de la Cumbre del Clima de Chile (COP25), que se llevó a cabo en Madrid.
El acuerdo final fue decepcionante para la mayoría de las delegaciones, ya que ni se asumió la regulación del complejo mercado de las emisiones de carbono para evitar la doble contabilidad y reducir su consumo, ni se adelantaron los plazos para la reducción urgente de los gases de efecto invernadero que reclama la comunidad científica para que el planeta tenga futuro; tampoco se reconocieron los derechos de los pueblos indígenas –en lo que la representación del gobierno de México fue una de las máximas defensoras– ni se abrieron las puertas a la inclusión de una agenda de igualdad de género en la lucha contra el cambio climático.
Las últimas 48 horas en el recinto ferial de Ifema, donde se celebró la COP25, fueron como una montaña rusa. En teoría estaba previsto que la cumbre terminara el viernes por la tarde, con un documento final ambicioso que asumiera precisamente el lema del encuentro multilateral, tiempo de actuar. Pero el mismo viernes a la medianoche desde la presidencia de la COP25, que correspondió al gobierno chileno de Sebastián Piñera por ser el organizador, anunció que las negociaciones se prolongarían durante la madrugada del sábado y que convocarían al pleno final para las nueve de la mañana.
Llegó el sábado y el pleno de las nueve de la mañana se pospuso, primero para las dos de la tarde, después para la cinco, luego para las ocho de las noche, después para las 10 y finalmente para las 0:30 del domingo. A esa hora finalmente se anunció que no había consenso y que por tanto se pospondría la reunión a las tres y media de la madrugada; llegada la hora se retrasó para las cinco y media. Y, luego otro aplazamiento para las ocho de la mañana, que tampoco se cumplió, para finalmente llevar a cabo el plenario final a las nueve de la mañana de ayer.
Lo más decepcionante para las delegaciones fue precisamente la pobreza del documento final, en el cual se limitaron a alentar a los países a presentar en la cumbre del clima 2020, que se celebrará en noviembre en Glasgow, objetivos más ambiciosos ante la urgencia de abordar el cambio climático. Es decir, el documento se limita a instar a los países a que presenten compromisos de reducción de emisiones más exigentes para la lucha contra el cambio climático. Y hace un llamado, también genérico, a cumplir el Acuerdo de París que compromete a los países a evitar que la temperatura media del planeta suba este siglo por encima de 1.5 grados.
El acuerdo, titulado Chile-Madrid, tiempo de actuar, fue aprobado por la presidenta de la COP25, la chilena Carolina Schmidt, tras un tenso debate con Brasil, que no aceptaba inicialmente dos párrafos incluidos en el acuerdo sobre océanos y uso de tierras. Incluso desde Brasilia, el presidente Jair Bolsonaro indicó que este encuentro se trató sólo de un juego comercial, de los países ricos, y al rechazar las críticas a su política medioambiental, considerada por sus detractores como perjudicial para la Amazonia, sostuvo: Realmente me gustaría saber si ha habido una resolución para reforestar Europa o simplemente siguen molestando a Brasil, reportó la agencia Afp.
También decepcionaron las reticencias a lo largo de todo el encuentro de los principales países contaminantes como Estados Unidos, China, Rusia, India, Japón y Australia, a adelantar la regulación y fiscalización del mercado del carbono, que está en el artículo 6 del Acuerdo de París y que finalmente quedó intacto.
Según el acuerdo, el conocimiento científico será el eje principal que debe orientar las decisiones climáticas de los países para aumentar su ambición, que debe actualizarse de manera permanente de acuerdo con los avances de la ciencia. El texto recoge el imperativo de que la transición hacia un mundo sin emisiones sea justa e impulse la creación de empleo decente. Además, reconoce la acción climática de los actores no gubernamentales, a quienes invita a que la incrementen y generalicen estrategias compatibles con el clima.
El único logro tangible de la COP25 fue que 84 países –entre ellos México– se comprometieron a presentar planes más duros el próximo año, como ha pedido la ONU en varias ocasiones, pero desgraciadamente esas naciones sólo representan 10 por ciento de las emisiones de efecto invernadero. Los principales contaminantes no están en ese bloque y en el caso de Estados Unidos, su gobierno, presidido por Donald Trump, anunció su retiro del Acuerdo de París, lo que para muchos analistas supondrá un efecto dominó que provocaría que sus principales competidores en el mercado internacional también se deslinden. O si lo hacen, que no cumplan sus compromisos.
En el documento final tampoco se incluyeron dos de los apartados en los que la delegación mexicana, presidida por la subsecretaria de Asuntos Multilaterales de la Secretaria de Relaciones Exteriores, Martha Delgado, más insistió: el referente al respeto a los derechos de los pueblos indígenas y la inclusión de una agenda de género. Pero tampoco se logró el consenso y ni siquiera se mencionaron en el documento final.
La COP25 también se cerró con duras críticas de las organizaciones ecologistas, como en la que milita la activista sueca Greta Thunberg –una de las figuras más destacadas de la cumbre–, y de la comunidad científica, que constataron cómo los líderes políticos no escucharon sus llamadas de alerta ante lo que ya consideran una emergencia climática.
Desde la organización Greenpeace se advirtió que se preveía que esta COP fuera técnica, pero finalmente ha sido más bien política y hemos visto cómo operan los grupos de presión de los sectores más contaminantes, que torpedean las negociaciones, así como la profunda desconfianza de la juventud hacia la clase política. Necesitábamos una decisión que respondiera a la juventud, tuviera a la ciencia como su luz de guía, reconociera la urgencia y declarara una emergencia climática. En vez de eso, bloqueadores climáticos como Brasil y Arabia Saudita, habilitados por una presidencia chilena irresponsablemente débil, se han dedicado a vender su modelo de tráfico de emisiones y se han llevado por delante las advertencias científicas y los gritos de la sociedad civil.
Fuente: La Jornada