Cuatro días antes de que Fidel Castro y simpatizantes a su movimiento zarparan en el yate Granma, de Veracruz a Cuba, en las casas 712 y 714 de Sierra Nevada, en la Ciudad de México, hubo un decomiso de armas con destino a la Isla.
Armas de todos los calibres, ametralladoras y parque destinado a un movimiento de conjura en contra del presidente Fulgencio Batista, de Cuba, fue descubierto por la policía de esta capital”, publicó Excélsior en su portada del 22 de noviembre de 1956.
En los días posteriores se fueron atando cabos a través de los medios de comunicación. Los detenidos en Sierra Nevada fueron tres cubanos asilados en México: la periodista Teresa “Teté” Casuso Morín, Pedro Miret Prieto y Enio Leyva Fuentes, arrendatarios de las casas. Todos negaron conocer a Fidel Castro Ruz.
Las dejaron (las armas) en mi casa de Sierra Nevada 712 dos amigos cubanos. Me dijeron de lo que se trataba; es decir, de intentar una nueva lucha en contra de Batista, y yo estuve de acuerdo. Siempre que se trate de combatir a Batista estaré de acuerdo”, confesó Teté a la PGR.
En el libro Fidel en el Imaginario Mexicano, editado por el Senado de la República en 2015, Antonio del Conde “el Cuate” escribió sus memorias con Castro, desde que el cubano llegó a la Ciudad de México en 1955.
Narra que Fidel se mantuvo en este país “con una fe absoluta, un esfuerzo inimaginable, un trabajo sin descanso y una meta claramente delineada -descabezar la tiranía que gobernaba su país- y no descansó hasta cumplir sus planes”.
Tuve el privilegio de ser partícipe en una mínima parte en los trabajos ese año y medio. Primero el suministro de armas para el entrenamiento del grupo de expedicionarios (así se llamó el grupo de personas que embarcaron el yate Granma el 25 de noviembre rumbo a Cuba). Luego, en el avituallamiento en general, diversos tipos de armamento con sus respectivas municiones, uniformes, equipo de campaña en general y lo imprescindible para la travesía.
“Poco a poco llegué a formar parte del grupo, así lo decidió Fidel después de ver mi desempeño y así fue como, a petición de él, le entregué mi yate Granma y bajo su dirección lo acondicioné para la travesía”, escribió el Cuate.
El Granma zarpó de aguas veracruzanas un domingo por la madrugada, de hace 60 años. Esta escena no fue registrada por la prensa nacional ni internacional; en tanto, la atención en México seguía enfocada en los cubanos detenidos por la Procuraduría General de la República en Sierra Nevada, delatados por un extranjero anónimo.
Fue hasta el 2 de diciembre de ese año que la prensa mexicana recibió información de agencias sobre un posible desembarco de rebeldes en Cuba; por esos días en La Habana se lidiaba con un “levantamiento organizado por 200 civiles” contra el presidente Fulgencio Batista.
En los primeros cables no se precisaba el tamaño ni nacionalidad de las fuerzas que llegaron en el barco, pero había certeza de que Castro las dirigía. También hubo rumores de que el exjefe estudiantil había muerto en un ataque de las fuerzas armadas cubanas; el día 3 de diciembre, el mismo presidente Batista desmintió la versión.
El 5 de diciembre Cuba exoneró a México de toda culpa en la invasión organizada por Castro Ruz. El embajador cubano en este país, Alberto Espinosa Bravo, declaró a Excélsior que “la revuelta no se organizó aquí”; sin embargo culpó a la República Dominicana de entrometerse en sus asuntos internos.
A partir del atraco del Granma inició en Cuba la cacería de rebeldes con Fidel a la cabeza, y de ahí el derrocamiento de Batista.
La espera, en una casa de huéspedes
La espera de Fidel Castro para salir rumbo a Cuba en el Granma transcurrió en una casa de huéspedes en Tuxpan, Veracruz, propiedad de Lina Pérez de Garizurieta.
“Ahí fue donde (la expedición de Fidel) se congregó, y de ahí fue donde salieron para la isla, en noviembre de 1956”, compartió Marcela Briz Garizurieta, nieta de Lina Pérez.
El lugar donde durmió varias noches el líder de la revolución cubana hospedaba, generalmente, personas que llegaban a trabajar de manera temporal al puerto. Doña Lina Pérez habló poco del paso de Fidel.
La casa ya no existe, pero yo la conocí antes de que fuera derribada. Ello me permite imaginar a Fidel en esas noches tibias del puerto, parado en el pórtico de madera de la casa y recargado en la balaustrada, en la angustiosa preparación de la partida del Granma”, narró Briz en el libro Fidel en el imaginario mexicano.
Antes, la familia de Marcela tuvo ligas con los Castro. Su tío abuelo, César Garizurieta, El Tlacuache, ayudó a Fidel, incluso a Ernesto El Che Guevara.
El hermano de mi abuelo, el Tlacuache, les consiguió una casa en el Pedregal, en la que vivieron Fidel y sus hermanos Raúl, Agustina, Lidia y Emma”, comentó Marcela desde el restaurante El Cardenal Alameda.
Fuente: Excelsior