Por Andrea Conde*
Desde el origen del pensamiento aristotélico hasta nuestros días la historia de la humanidad siempre tuvo grietas: bueno/malo, blanco/negro, luz/oscuridad, amo/esclavo. Hegel luego introduce una variable que tiene mucho más sentido en nuestra concepción moderna de los fenómenos sumándole el matiz político-económico: opresor/oprimido.
La dialéctica hegeliana es la base sobre la que construimos nuestro pensamiento contemporáneo capitalista y el antecedente más clásico de la famosa grieta a la cual le pusimos un tendal de sobrenombres nacionales a la par de nuestra historia: criollos y peninsulares, unitarios y federales, descamisados y oligarcas, la historia siempre fue la misma, la de uno oprimido por el otro que obtiene privilegios y sobre todo grandes beneficios económicos.
Desde que el movimiento de mujeres se masivizó y pisó fuerte la agenda política y mediática del país poniendo de manifiesto el hartazgo frente a las opresiones patriarcales y la violencia machista, parece haber partido este esquema a la mitad, dejando cuartiles oscilantes y extraños. Esta semana que pasó el propio Macri organizó una cena en Olivos con sus diputadxs para “limar asperezas” por el debate interno generado en relación al aborto legal.
Recordemos el fenómeno Lospennato, la diputada de Cambiemos que está tan fervientemente a favor del aborto legal como en contra de los gobiernos populares. A algunxs les surgen dudas. ¿Puede existir un feminismo conservador y neoliberal?, o más sencillamente: ¿Existe el feminismo de derecha? La respuesta rotunda es no. El feminismo es ante todo un movimiento político que se desintegra en el instante en que se lo piensa en el orden de las garantías personales, de las libertades individuales y no en pos de la ruptura colectiva de un sistema de reproducción de desigualdades y acumulación del capital en el que la estructura del sistema es invariable: hay opresores que saben que para existir, necesitan oprimidxs.
Por su ensalzamiento del individualismo y su afán acumulador y defensor de la propiedad privada como valor máximo, el neoliberalismo conservador se instituye patriarcal porque no tiene la más mínima aspiración a cambiar el statu quo. Paradójicamente, aquellos que llegaron de la mano de eslóganes con la palabra “cambio”, no tenían ninguna intención de cambiar nada de verdad. Las políticas neoliberales aquí y en el mundo siempre se cocinan con los mismos ingredientes: beneficios para pocos y exclusión para las mayorías. Por eso es que el feminismo de derecha no existe y que aunque queramos, no podemos distanciarnos de la vieja y gastada pero única grieta: la de los precarizadores y las vidas precarizadas.
¿Cómo se explica entonces la postura Lospennato y la de muchxs diputados y diputadas de Cambiemos que votaron a favor de la legalización del aborto?
El neoliberalismo se cocina con un ingrediente más que todavía no mencionamos: su voluntad de derribar todo lo que signifique regulación por parte del Estado, ese monstruo al que pintan de torpe e ineficiente, que sólo significa un obstáculo para alcanzar las libertades individuales que nos harán triunfar en la vida si nos esforzamos lo suficiente. Éste es el mantra neoliberal. Que el Estado no interfiera con nuestros cuerpos es algo que cuadra bien con esa ideología. Pero no debemos confundirnos: es un brevísimo punto de encuentro en la lucha feminista que nada tiene que ver con lo que el feminismo como movimiento político busca conquistar.
El feminismo es la erradicación de todo privilegio meritócrata. El feminismo sabe bien de la importancia de que el Estado funcione en favor de las grandes mayorías oprimidas, entre las que estamos las mujeres, las lesbianas, los putos, travas y trans. Por eso peleamos por el cupo de mujeres y por el cupo trans. Por eso marchamos para que haya políticas de Estado que destinen presupuesto contra la violencia machista. Por eso gritamos de furia cada vez que conocemos un nuevo caso de femicidio, ese crimen atroz que se constituye sobre la idea de que un cuerpo puede ser propiedad privada de alguien. El feminismo quiere ocupar el Estado, pero no para destruirlo ni para correrlo del medio, sino para ponerlo al servicio de la lucha por la justicia social y por la igualdad.
¿Existe entonces un futuro para el campo popular que no sea feminista, o existe futuro para el feminismo que no sea el del campo popular?
Quienes venimos tanto de uno como del otro sabemos que ambos expresan un futuro pleno de dignidad. Sí, la misma dignidad que pide tierra, techo y trabajo para los hombres ahora en clave feminista también la pedimos para la compañera trans y las lesbianas. Estos derechos universales tan proclamados por cierto arco que se reconoce también dentro del campo popular suelen acabar ahí donde empieza el lesbotransodio y el compañero se convierte en precarizador. En donde la vida clandestina te alcanza sólo para 35 años por falta de acceso al sistema laboral y sanitario o bien porque la clandestinidad te desgarra a perchazos la vida.
A las feministas y al colectivo LGBTT la historia nos ha encontrado sistemáticamente en la calle a la par del 2001, de la reforma previsional y del no al 2×1. Nos encontrará este jueves a la maestra trans y al ayudante de catedra puto luchando por la educación pública. Porque bien sabemos que nuestra dignidad está unida a la del otrx, que nuestro bienestar no es sino el de la comunidad y que nadie nos ha regalado más alegría que las decisiones políticas de los gobiernos populares cuando saldan las deudas históricas del Estado.
* Andrea Conde es legisladora porteña (Unidad Ciudadana – Nuevo Encuentro) y Presidenta de la Comisión de Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud.
Este texto fue publicado originalmente en octubre de 2018 por Infonews en Argentina.