Los franceses esperaron ocho años para descubrir 30 páginas del manuscrito y 13 acuarelas originales del cuento de Antoine de Saint-Exupéry (más 600 documentos anexos), ya que en 2014 buena parte se expuso en Nueva York, donde el libro –el más leído universalmente del idioma galo– apareció en 1943.
Por
Aquí están. ¡Tan frágiles! Las acaricia una luz tenue. Parecen flotar entre el techo modificado como cielo estrellado y el piso de madera pintado de azul noche.
Son 30… 30 páginas de las 141 del manuscrito original de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, realzadas todas por anchos papeles paspartú color arena y sobrios marcos negros.
Diecisiete hojas de finísimo papel de piel de cebolla cubiertas de textos escritos a mano –con minúscula letra cursiva, nerviosa, a menudo ilegible–, salpicados de tachaduras, que alternan con 13 delicadas acuarelas pintadas en tonos pastel sobre el mismo papel delgadísimo.
Contrasta la ansiedad de la letra garrapateada con lápiz del Saint-Exupéry-escritor con la minuciosidad de los trazos de tinta y de las pinceladas del Saint-Exupéry-grafista, y conmueve profundamente sentir al aviador con alma de poeta tan intensamente presente en cada hoja, detrás de cada uno de sus “jeroglíficos” y de cada uno de sus personajes.
Se impone obviamente el Principito retratado de espalda a orillas de un precipicio mirando una estrella, perplejo ante un baobab gigantesco, atento a las palabras del zorro, desasosegado en medio de miles de rosas parecidas a la suya que creía única… Siguen el Rey, el Bebedor, el Vanidoso, el Hombre de Negocios, presos de sus certezas irrisorias en sus planetas diminutos.
Ya no son figuras impresas. Son los dibujos definitivos, pulidos que Antoine de Saint Exupéry entregó insertados entre las hojas de su manuscrito a Eugene Reynal y Curtice Hitchcock –los editores estadunidenses– en el otoño de 1942.
Escrito y pintado en Bevin House, una amplia mansión de estilo victoriano que compartía con su esposa salvadoreña Consuelo Suncín Sandoval en Long Island, y en el lujoso departamento neoyorkino de su joven amante, la periodista Silvia Hamilton, el libro estaba previsto para publicarse antes de la Navidad de 1942.
Sin embargo, por múltiples razones, pero sobre todo debido al respeto absoluto de sus dibujos (tamaño, colores, lugar preciso en el libro) que impuso Saint-Exupéry a sus editores, y que implicó numerosos cambios, el cuento sólo salió a la venta en inglés el 6 de abril de 1943, y en francés dos semanas después pero únicamente en Estados Unidos. Francia tuvo que esperar hasta 1946, después de la Segunda Guerra Mundial, para descubrir al pequeño monarca nacido en el exilio.
Antes de dejar Estados Unidos en estos mismos días de 1942 para integrar una unidad de combate en Argelia, el escritor obsequió el original de su manuscrito a Silvia Hamilton, quien acabó vendiéndolo a la Morgan Library § Museum de Nueva York en 1968.
Convertido en tesoro de la venerable institución, el manuscrito escapó una sola vez al silencio y la penumbra de los archivos especialmente acondicionados para su conservación. Fue en 2014, en el 70 aniversario luctuoso del escritor, cuando la biblioteca expuso 25 páginas del manuscrito junto con 43 dibujos originales. La muestra duró apenas cuatro meses, estuvo muy concurrida y agudizó expectativas y frustración en Francia.
El público galo aguardó ocho años para descubrir a su vez parte del manuscrito del cuento filosófico para niños y adultos, a la vez límpido y misterioso, traducido a 500 lenguas y dialectos –arameo, bambara, jemer, maya kaqchikel, somalí, batanga, uigur…–, que ha alcanzado la venta de 200 millones de ejemplares, convirtiéndose así en el libro francés más leído universalmente.
“Solamente superan sus ventas la Biblia y El Capital de Karl Marx, y queda en cuarto lugar Pinocho de Carlo Collodi”, pregona el dossier de prensa de la muestra A la rencontre du Petit Prince, inaugurada el pasado 16 de febrero en el Museo de Artes Decorativas de París, contiguo a El Louvre y programada hasta el próximo 26 de junio.
“Ese manuscrito es de una fragilidad extrema –insiste Albin Cerisier, cocurador de la exposición–. La mayoría de sus hojas no pueden viajar. Presentar 30, en París, es milagroso, como es milagroso exhibir por primera vez en el mundo la acuarela original de El Principito en su atuendo de majestad: largo abrigo verde forrado de rojo, amplio cinturón dorado como su cabello, una espada en la mano derecha y una estrella en cada hombro como charreteras. La acuarela pertenece a un coleccionista privado que nunca antes había accedido a mostrarla y menos aún a prestarla.”
Exhibida en medio de un halo azul luminoso en una salita sumergida también en una luz azulada, la estampa luce como ícono.
“Saint Exupéry decía que era su mejor retrato de El Principito –explica el curador–. Era difícil concebir esa exposición, la más importante dedicada al escritor, sin incluir esa imagen. Pero si bien sabemos cómo el manuscrito llegó a la Morgan Library § Museum, desconocemos el itinerario de la acuarela. El Principito sigue moviéndose por el tiempo y el espacio envuelto en misterio.”
Considerado como uno de los más destacados conocedores de la obra de Saint-Exupéry –sobre la cual trabaja desde hace dos décadas y media–, Albin Cerisier se encargó en 2013 de la publicación del facsímil del manuscrito de El Principito y coordinó en 2021 la edición de Correspondance 1930-1944, intercambio epistolar impetuoso entre Saint-Exupéry y Consuelo. El especialista cumplió “ambas misiones literarias” a solicitud de Gallimard, la editorial histórica del escritor.
u u u
Lo que más trabajo le costó, según confiesa, fue la revisión de la transcripción del manuscrito.
“Fue un trabajo de meses que solamente logré acabar gracias a mi experiencia como paleógrafo”, cuenta divertido. Y asegura, esta vez más serio:
“La letra de Saint-Exupéry es un infierno. En sus cartas el escritor se esmera en ser más o menos legible, pero en sus textos manuscritos no le importa nada. Desesperó tanto a sus editores que éstos le exigieron grabar las sucesivas versiones de sus textos en un dictáfono. Debo reconocer que seguimos teniendo uno que otro elemento manuscrito ininteligible.”
Estrellas incuestionables de A la rencontre de Saint-Exupéry, las 30 hojas del manuscrito de El Principito y el majestuoso retrato de su principal protagonista están rodeadas por un conjunto de 600 documentos, muchos de ellos inéditos, facilitados por instituciones y coleccionistas privados esparcidos en el mundo: manuscritos y primeras ediciones dedicadas de sus novelas –Correo del sur, Vuelo nocturno, Tierra de los hombres, Piloto de guerra–, recortes de prensa, carteles, imágenes de películas inspiradas por sus obras…
Destacan cartas escritas a su madre, sus amigos, sus amantes, a Consuelo, y un sinnúmero de fotos del escritor en distintas etapas de su vida, desde su infancia en un medio aristocrático acomodado –que siempre recordó como el paraíso–, hasta los momentos que precedieron su muerte el 31 de julio de 1944 a bordo del Lightning P38 que piloteaba.
“Todos estos documentos que juntamos a lo largo de dos años constituyen la génesis de El Principito –enfatiza el curador–. Me interesó en particular un texto de cuatro páginas recién descubierto y titulado Viaje, en el cual Saint-Exupéry asegura, contrario a lo que se dice, que los viajes no forman a la juventud sino que permiten volver a la infancia. Parece importarle sobre manera ir en contra de la corriente.”
–¿Cómo justifica esa afirmación?
–Dice que las emociones que nacen de “la gracia de la partida” y de “la frescura del viaje” permiten recobrar “la lozanía” de la mirada infantil. Esa inversión de lo que se suele afirmar de los viajes es el eje central de El Principito. En sus andanzas hacia el confín del mundo, el pequeño protagonista de Saint-Exupéry se redescubre a sí mismo, vuelve a ver al mundo como sólo lo ven los niños, y entiende la naturaleza del amor que lo une a su rosa –se maravilla Cerisier–. Viaje, escrito muchos años antes del libro, anuncia el mensaje profundo de El Principito.
–Varios documentos presentados en las primeras salas de la exposición ponen de manifiesto la preexistencia de El Principito.
–El libro y su personaje están profundamente arraigados en la vida de Saint-Exupéry. El universo en el que se mueve El Principito surge en 1924 en dibujos esbozados al margen del manuscrito de Correo del sur, su primera novela. Éstos representan un desierto y un piloto tendido en la arena, parecidos a los que el escritor dibuja en 1942 para su cuento iniciático.
–Un curioso personajito aparece también encabezando cartas y en otros manuscritos…
–En los años treinta ese personajito sale de repente de la cabeza de Saint-Exupéry, o más bien de su corazón, y se impone en todas partes para… ¿cómo decirlo? Para expresar su “clima interior”, sus sentimientos, sus estados de ánimo… Ese pequeño ser surge sin avisar, a veces con la mirada perdida a lo lejos, otras acostado en una pradera, a menudo con una expresión preocupada. Se nota inquieto o escéptico ante la realidad del mundo, nunca sonríe… Pero en estos años no es todavía un personaje literario.
–¿Sería un doble íntimo?
–En cierta forma. Pero pienso que en realidad es la proyección de su alma en dibujo. Ese personaje no tiene que parecerse a él. Eso no importa. Ese personaje es su alma.
–¿Cambia a partir de 1942?
–Definitivamente. Saint-Exupéry vive mal su exilio neoyorkino. Su novela Ciudadela está estancada, sus relaciones con la comunidad gala exiliada como él en Estados Unidos después de la capitulación de Francia frente a Hitler son execrables, y se acumulan las tensiones con Consuelo. En 1942, fascinados por su manía de dibujar sobre cualquier papelito mientras habla, sus editores estadunidenses le sugieren que escriba e ilustre un cuento infantil.
Albin Cerisier se interrumpe y al cabo de un breve silencio advierte:
“En realidad no se sabe con certeza a quién atribuir el proyecto de El Principito. Después del inmenso éxito del libro y de la muerte de su autor, varias personas reivindican el ‘honor’ de haberle dado esa idea. Pero eso no importa, en el fondo. Sólo cuenta el entusiasmo del escritor que dedica todo su tiempo a la cuidadosa elaboración de su personaje.
“Es apasionante seguir su gestación de un esbozo a otro. Vemos cómo va creciendo, evolucionando… Tenemos cuatro dibujos en los que El Principito aparece con alas… El personajito empuja, empuja para salir… Es un auténtico parto. Es la historia de ese nacimiento que cuenta la exposición”.
Albin Cerisier camina despacio por las salas del Museo de Artes Decorativas.
“Transformar su doble metafórico, su pequeño compañero personal dibujado en todas partes y en todo momento en personaje literario, es un trabajo colosal –apunta pensativo enseñando a la corresponsal varias siluetas dibujadas con lapiz–: ¡El Principito no cae del cielo! Vemos cómo sus rasgos se van depurando, puliendo. Desaparecen las cejas, se precisan los ojos y el cabello, aparece su bufanda”.
u u u
–¿Dedicó más tiempo a los dibujos que al texto?
–Quién sabe… Saint-Exupéry pretendía que no sabía dibujar. Pero en realidad no sabía dibujar de manera académica. Dibujaba como se lo había enseñado su madre en su tierna juventud. Decidir ‘ilustrar’ su cuento fue otra manera de volver a su infancia idealizada.
Según recalca el curador, Saint-Exupéry se dejaba guiar exclusivamente por lo que sentía cuando empezaba a dibujar, pero muy pronto se dio cuenta de que sus dibujos iban a jugar un papel esencial en el libro.
“La fuerza y la belleza de El Principito nacen de esa articulación intima y meticulosa del texto y de la imagen –precisa–. La parte gráfica de la obra rebasa su papel inicial de ‘ilustración’ y se convierte en parte integrante de la obra. No hay que olvidar que el cuento empieza con un dibujo: Cuando yo tenía seis años vi un magnífico dibujo. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera. Era más o menos así. Y enseguida aparece la representación infantil de la escena.
“No es casual tampoco que el diálogo entre el aviador y El Principito comience con esa frase hoy tan celebre: ‘¡Por favor… dibújame un cordero…!’. El dibujo es central. El dibujo es depositario de toda la reflexión del escritor sobre la infancia, porque representa la realidad que los adultos ya no ven.”
Cerisier hace también hincapié en una acuarela inédita que representa al Principito con seres humanos y va acompañada por un texto breve.
“Al llegar a la tierra desértica El Principito entra en una casa para pedir hospedaje –explica–. Descubre a una pareja que está cenando. El hombre y la mujer le dicen en tono hostil: ‘¡Usted es un extranjero, nada tiene que hacer aquí!’.”
–Una frase más actual que nunca…
–Desafortunadamente… Saint-Exupéry elimina esa escena, probablemente por razones literarias. Opta por nunca representar a su pequeño héroe en compañía de habitantes de la Tierra, ni siquiera con el aviador. Borra paulatinamente todos los detalles que podrían aproximarse a su propia biografía, depura textos, escenas, dibujos para alcanzar la universalidad a la que aspira.
Razones de sobra tiene Saint-Exupéry para despoblar la Tierra de sus habitantes. Literarias, como lo subraya Albin Cerisier, pero también personales: Al llegar a Nueva York el 31 de diciembre de 1940, el escritor tiene una sola meta: convencer al gobierno de Estados Unidos de la urgencia de involucrarse de lleno en la guerra contra la Alemania nazi y sus aliados. Piensa aprovechar su inmensa fama como escritor –su novela Tierra de los hombres publicada en 1939 bajo el titulo de Wind, Sand and Stars, acaba de ser galardonada por el National Book Award– para movilizar los medios de comunicación estadunidenes a favor de su campaña. Se da cuatro semanas para lograr su cometido.
Su llamado no tiene eco, y en lugar de pasar un mes en Estados Unidos se queda dos años enemistándose con los intelectuales franceses –y particularmente con André Breton– refugiados en Nueva York. Su apolitismo y su desconfianza para con Charles De Gaulle acaban por marginarlo. Es objeto de difamación. Mientras más pasa el tiempo, más busca irse de Estados Unidos. Pero todos sus esfuerzos por reintegrar unidades de combate estacionadas en Argelia resultan vanos.
Ni siquiera el éxito estadunidense de Flight to Arras (título inglés de Piloto de guerra, escrito en California y publicado a principios de 1942) logra animarlo. Se vuelve algo misántropo y se agudizan sus bruscos cambios de ánimo. En cierta forma lo salva la creación de El Principito.
Saint-Exupéry se hunde en esa tarea, identificándose cada vez más con su protagonista. Y esa identificación va creciendo después de la publicación del libro, cuando ya está en África del Norte.
“En los dos últimos años de la vida de Saint-Exupéry El Principito cambia otra vez de estatus –puntualiza Albin Cerisier–. El personaje literario se convierte en el doble literario del escritor. La ósmosis es total. Tan es así, que en sus cartas Saint-Exupéry sustituye su firma por el retrato de su personaje. Consuelo y Antoine son la Rosa y El Principito en la correspondencia que intercambia la pareja atormentada. En una carta dirigida a una joven que lo atrae, el escritor se esconde detrás de su pequeño héroe para seducirla…”
Durante el invierno 1943-1944, en Argelia, Saint-Exupéry mueve cielo y tierra para volver a integrar el 2/33, el grupo de pilotos de reconocimiento al que pertenecía antes de la capitulación de Francia en 1940. Las autoridades militares buscan frenar su entusiasmo debido a su edad. Tiene 44 años.
Saint-Exupéry no les hace caso e insiste tanto que obtiene la autorización de entrenarse a pilotear un Lightning P38.
El 31 de julio de 1944 es a bordo de ese avión muy sofisticado que despega a las 8:45 de la mañana de la base de Borgho, en Córcega. Y desaparece.
Se desvanece tan misteriosamente como El Principito después de la mordedura de la serpiente.
Saint-Exupéry entra en la leyenda.
En 2000 se identifican oficialmente los restos de su Lightning P38 descubiertos por un buceador en el Mediterráneo frente al puerto de Marsella.
En 2004, vestigios de la aeronave integran el Museo del Aire y del Espacio de Le Bourget, cerca de París.
En 2008, después de largas investigaciones, se recoge el testimonio de Horst Rippert, piloto de la Luftwaffe, Fuerza Aérea nazi, que asegura haber derribado el Lightning P38 cerca de Marsella.
“Seguí el avión y me dije a mí mismo: ‘si no se larga ahora mismo, le disparo –asegura Rippert–. Esperé y disparé. Lo alcancé. El avión cayó a pique en el mar. Mucho después me enteré de que era Saint-Exupéry. En realidad deseaba que no fuera cierto porque en nuestra juventud todos habíamos leído sus libros y nos encantaban.”
El tiempo sigue tejiendo la leyenda del novelista-piloto de guerra con alma de Principito.
Fuente: Proceso