En La Trinidad, Zumpango, Estado de México, cientos de casas vacías y delincuencia reflejan los desaciertos de las estrategias de vivienda de la última década, publica The New York Times. Más de cinco millones de mexicanos adquirieron minicasas con créditos oficiales, pero los constructores y autoridades locales primero trasladaron a las familias antes de generar la infraestructura necesaria (drenaje, escuelas, transporte público). El caso es parecido al de Riberas del Bravo, en Ciudad Juárez.
En un enorme fraccionamiento, en los límites de lo que parece ser un pueblo incompleto, que solo sirve para pernoctar, la casa de Lorena Serrano, de 3.3 metros de ancho, con aspecto de caja de zapatos, está flanqueada por viviendas que ya no están habitadas. Hay dos escuelas en el barrio, unas cuantas tienditas y un pequeño centro comunitario donde se imparten clases de zumba.
No hay mucho más.
“No hay empleos, ni cine, ni cafetería”, dijo Serrano sobre el fraccionamiento de ocho mil viviendas, llamado La Trinidad. El traslado cotidiano que hace su esposo a la Ciudad de México le quita dos horas en cada dirección, en autobús, y consume un cuarto de su salario, contó. “Estamos en medio de la nada”.
Serrano, de 39 años, está entre los más de cinco millones de mexicanos que compraron casas en la última década, por medio de apoyo gubernamental.
El programa, en un principio aclamado por algunos expertos como la respuesta al déficit crónico de vivienda en México, impulsó un frenesí de construcciones y ayudó a inspirar esfuerzos similares en el resto de América Latina y más allá, incluido el programa de Brasil, “Mi casa, mi vida”, orientado a construir al menos tres millones de viviendas este año.
Sin embargo, la expansión de concreto alrededor de la Ciudad de México y otras grandes ciudades creció con mayor rapidez que la demanda. El traslado cotidiano resultó ser insoportable y los habitantes abandonaron sus casas.
“Empezamos con pueblos dormitorio y terminamos con pueblos fantasma”, comentó Gabriela Alarcón, la directora de desarrollo urbano del Instituto Mexicano para la Competitividad.
A medida que las ciudades del mundo en desarrollo, cada vez más urbanizado, batallan para proporcionar vivienda a los trabajadores de bajos ingresos, la saga de la vivienda en México ejemplifica las desventajas de construir urbanizaciones poniendo poca atención en la ubicación o la sustentabilidad, notó.
“Resuelves un problema pero generas una serie de otros problemas”, agregó Alarcón.
Poco después de que llegar al poder, el presidente Enrique Peña Nieto –quien, como gobernador del Estado de México de 2005 a 2011, presidió un frenesí de construcciones que incluyó fraccionamientos aquí, en Zumpango– rechazó el modelo de la expansión suburbana adoptado por los dos gobiernos del PAN.
Al señalar que “la expansión descontrolada” de suburbios de baja altura es “inviable e insostenible”, Peña Nieto dijo que el financiamiento gubernamental iría a construcciones elevadas y compactas.
Zumpango, cuyo centro es la iglesia de la Purísima Concepción, del siglo XVI, está batallando con las aflicciones de una población cambiante. Aun cuando son miles las viviendas abandonadas, la población es de más del doble de la de hace 15 años, dijo el alcalde Abel N. Domínguez Azuz. En el censo del 2010, se establece que la población era de 159 mil habitantes.
Las constructoras edificaron 36 fraccionamientos y levantaron casas con mayor rapidez de la que tuvieron para instalar, ellas o el gobierno municipal, el suministro de agua, el drenaje, la electricidad y el alumbrado público, comentó. Muchos no están terminados y ahora que los constructores quebraron, están paralizadas las obras, agregó Domínguez.
“Primero trajeron a la gente y luego construyeron la infraestructura”, notó. “Debió haber sido al revés”.
Los fraccionamientos alrededor de Zumpango están ubicados en una expansión desolada de monte despejado, con altos muros perimetrales que contienen cuadrículas escuetas de casas idénticas. No todos son tan desaliñados como La Trinidad, el cual se hizo pensando en compradores más pobres, pero comparten una quietud escalofriante y sin árboles, con pocos comercios, poco tránsito o transeúntes.
Muchos de los dueños de esas casas han retornado a la capital, dejándolas presas de paracaidistas y criminales. Alrededor de 14 por ciento de los 35 millones de viviendas en México no está ocupado; en Zumpango, esa cantidad es más cercana a 40 por ciento, según la investigación que publicó el año pasado el banco español BBVA.
En La Trinidad, muchas casas están desiertas, les faltan ventanas o puertas de enfrente. Una mañana reciente, habitantes, principalmente mujeres, cargaban abarrotes o iban detrás de los infantes por aceras descuidadas. Un adolescente con un bulldog con correa trotaba alrededor de una plaza llena de hierbas.
“Son más las personas que vienen aquí para ver qué se pueden robar de las que llegan a vivir”, dijo Juan Rodríguez Ramos, de 43 años, un contratistas que chequeaba su casa en La Trinidad, después de que alguien se había metido en junio. Contó que han robado la casa, que adquirió como inversión, en cuatro ocasiones.
“La primera vez, se llevaron todo: los cables eléctricos, el calentador de agua, el escusado, las puertas”, dijo Rodríguez. Esperaba darle la casa a su hijo, luego abandonó esa idea y empezó a usarla para guardar herramientas, la mayoría de las cuales ya también se robaron.
“La vendería”, agregó, moviendo una mano para señalar una sala atiborrada, donde tiene madera contrachapada y mosaicos. “¿Pero quién me la compraría?”
En una tiendita cercana, un grupo de mujeres dijeron que las promesas de inversión – una fábrica, un supermercado – no llegaron a ninguna parte.
Luis Zamorano, un experto en desarrollo urbano en Embarq, una organización con oficinas en la Ciudad de México que promueve ciudades sustentables, dijo que conectar a los habitantes de los fraccionamientos con las ciudades donde trabajan requeriría de una fuerte inversión en transporte público suburbano. Los fraccionamientos atrajeron a muchas familias jóvenes que buscaban una casa propia, explicó, pero ahora están lejos de sus parientes y criando hijos en zonas con pocos trabajos o pocas escuelas.
“Es una bomba de tiempo”, notó.
Serrano dijo que ella y su esposo se mudaron a La Trinidad para poder vivir en forma independiente. Ahora él pasa las noches entre semana con su mamá y la deja a ella sola con su hijo de 13 años.
Han aumentado los delitos en este fraccionamiento, dijo ella: había un señor de edad mediana, a unas cuatro puertas de distancia, a quien estrangularon el año pasado; el joven al que apuñalaron en el mercado de los sábados; la amiga a cuya casa entraron a robar cuando ella estaba en el hospital, y la vecina a la que golpearon unos rateros cuando regresaba caminando una noche.
En su oficina en la atareada plaza principal de Zumpango, Domínguez, de 33 años, quien asumió el cargo el año pasado, dijo que el gobierno municipal ha estado ofreciendo alimentos a familias pobres en comedores y escuelas, se ha creado una red de granjas urbanas y se invirtieron 15 millones de dólares en fondos estatales este año para la ampliación de hospitales y clínicas.
El gobierno establecería un parque industrial, y notó la proximidad de Zumpango con el aeropuerto de la Ciudad de México y las principales rutas de circulación. Transmasivo, un consorcio mexicano que construye autobuses, anunció el año pasado que invertiría alrededor de 120 millones de dólares en la construcción de una planta de ensamblado en el parque industrial y crearía unos cinco mil empleos.
En un intento por detener la expansión, el gobierno de Peña Nieto suspendió los subsidios a la construcción en sitios alejados del centro de las ciudades; con lo cual, provocó que, de hecho, perdieran valor los terrenos que adquirieron las constructoras, los cuales usaron como colaterales.
Sin embargo, si bien el apoyo de Peña a las ciudades compactas es una medida buena, dicen algunos expertos, la vivienda barata en lugares como la Ciudad de México sigue siendo una fantasía sin los grandes subsidios del gobierno o sin los cambios que hagan que los terrenos sean más baratos.
“Sin medidas que hagan que los terrenos sean menos caros, terminas con ciudades compactas para los ricos”, comentó Enrique Ortiz Flores, un coordinador de proyectos en Habitat International Coalition, América Latina, una organización aglutinadora, interesada en el derecho a la vivienda.
Notó que Colombia gravó y hasta expropió lotes urbanos mal aprovechados.
En su sala, pintada de color lila, Serrano dijo que espera que las promesas para llevar empleo a Zumpango se concreten en algo. Duda que su casa valga los más de 200 mil pesos que pagó por ella, así es que, por el momento, se tiene que quedar con ella.
“Tienes que aceptar lo que tienes”, dijo Serrano. Cuando tu casa tiene paredes tan delgadas que parecen papel, no tener vecinos tiene sus ventajas, añadió. “Por lo menos no tengo que oír su ruido”, dijo.
Fuente: The New York Times