EU-Obama, el imperio paranoico

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Por Jenaro Villamil

Vaya paradoja del periodo de Barack Obama al frente de la Casa Blanca: el político que supo potenciar las redes sociales en 2008 y convertirlas en un músculo para el cambio en Estados Unidos, se perfila en el 2013 como el máximo responsable de una persecución de ciudadanos, periodistas y ciudadanos extranjeros en las redes sociales, bajo la peregrina justificación de defender la seguridad nacional de un imperio paranoico.

No fue Obama el artífice de una política antiterrorista como la de Bush que invadió los aeropuertos de todo el mundo y criminalizó a los habitantes del mundo árabe y a creyentes del Islam al volverlos enemigos potenciales del imperio herido tras el ataque a las Torres Gemelas del 2001.

Sin embargo, el demócrata se está perfilando como un mandatario capaz de autorizar espionajes contra periodistas de la agencia AP, perseguir judicialmente al soldado Bradley Manning, personalizar la paranoia norteamericana en la cacería a Julian Assange, impulsar medidas invasivas con el consentimiento de los grandes corporativos de la web 2.0: Google, Facebook, Apple, Microsoft, Skype, tal como reveló el nuevo “caballo negro” del último episodio de esta historia.

Edward Snowden, un joven de 29 años, contratista de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), el organismo cúpula de la inteligencia norteamericana, ha provocado un cisma en los organismos responsables de la seguridad nacional (e imperial) de Estados Unidos, de dimensiones quizá sólo comparables al tsunami provocado por la oleada de filtraciones de Wikileaks.

Sus revelaciones a The Guardian –el mismo periódico que puso en jaque al imperio de Murdoch– describen las dimensiones del Estado policiaco en época de Obama. De ahí que un autor como George Orwell, novelista de 1984 y artífice del concepto del Big Brother, haya vuelto a releerse en los tiempos de la “sociedad red”.

El problema no se limitó al espionaje consentido por las grandes empresas de Internet –las nuevas “Siete Hermanas” que sustituyen en poder e influencia a las viejas multinacionales petroleras–, Snowden reveló que desde hace años Estados Unidos espía y hackea servidores centrales para extraer emails, audios y videos de naciones como China, el adversario de este milenio para el imperio americano.

“Nosotros hackeamos redes centrales que nos dieron acceso a información de cientos de miles de computadoras”, declaró Snowden al diario South China Morning Post, editado en Hong Kong, la ciudad donde el joven especialista en redes y tecnología informática se ha escondido de la cacería estadounidense.

Sus declaraciones cayeron como bomba. Apenas esta semana los mandatarios Obama y Xi Jinping, de China, sostuvieron un encuentro para discutir temas como el de la ciberseguridad, la piratería y otras prácticas desleales. Estados Unidos convirtió a China en el gran tirano de la película. El gobierno centralmente planificado ha dado suficientes muestras de censura y persecución a sus ciudadanos. El problema ahora es ¿con qué autoridad política y moral Washington puede acusar al régimen chino de violar las libertades ciudadanas elementales?

“Traidor” le han llamado a Snowden los halcones del Congreso y de la administración norteamericana. No niegan las revelaciones de este joven. Consideran, como en el caso de Wikileaks, que se extralimitó al dar a conocer que Estados Unidos viola las leyes para espiar y perseguir a sus ciudadanos.

Snowden ha dicho que no es ni traidor ni héroe. Que su único objetivo es documentar los “actos criminales” cometidos a través de las redes sociales y de las nuevas tecnologías convergentes, el verdadero desafío para la hegemonía en este siglo. Ya no se trata de ciencia ficción. Vivimos en la Matrix y la paranoia del Big Brother lo convierte en un imperio vulnerable.

Snowden, como Assange, o el colectivo global Anonymous pertenecen a esta nueva era de la ciudadanía global digital: la “sociedad red” –como la bautizó Manuel Castells– le queda demasiado grande al Estado-policía, a los viejos imperios que construyeron su hegemonía con armas, propaganda y grandes medios analógicos (televisión, radio y cine, principalmente).

No han entendido los espías norteamericanos –y menos sus pobres replicantes mexicanos– que la misma naturaleza de la web 2.0 y de la web 3.0, así como de las audiencias interactivas, neutraliza cada intento de control. No sólo los ciudadanos dejamos huellas digitales. También los poderosos. Y ahí está el gran desafío para Estados Unidos.

A cada acto de control e intrusión en la vida privada de los ciudadanos corresponderá una reacción de igual intensidad que los volverá más vulnerables.

Snowden, incluso, puede ser un espía infiltrado por el “enemigo chino”, como han sugerido algunos analistas norteamericanos. Assange podrá ser un activista protagónico que alentó a un soldado a revelar los secretos del Pentágono en las dos invasiones más sangrientas de Estados Unidos (Afganistán e Irak). Anonymous tal vez no sea un modelo de participación ciudadana. Pero nadie puede negar que estos tres casos han politizado a las redes y a sus usuarios. Han corrido la cortina de los secretos y ahora difícilmente alguien podrá volver a ponerles un candado.

En el fondo, los imperios paranoicos se enfrentan a una dinámica de democratización y acceso a la información como nunca antes había ocurrido. Quizá ésta es la tercera gran revolución social y cultural de nuestra civilización.

Fuente: www.homozapping.com.mx

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