Por Jorge Zepeda Patterson
¿Qué prefiere usted, un Estado fallido y ausente, o un Estado metiche e inepto? La pregunta se justifica por la intervención del gobierno Federal en Tierra Caliente para desactivar a las brigadas de autodefensa que ya habían logrado “liberar” a once municipios del control del crimen organizado.
Se necesita mucho valor o mucha irresponsabilidad para plantear lo que Osorio Chong, secretario de Gobernación, esta semana: exigir a los grupos que enfrentaron a los Narcos que regresen a sus pueblos, depongan las armas y le dejen a la autoridad la tarea de defenderlos.
El problema para el gobierno es que la realidad no parece estar de su lado. No sé a ustedes, pero eso de que el ejército entre a Michoacán para someter a los cárteles de una vez por todas, me genera una poderosa sensación de déjà vu. Se anunció así varias veces durante el sexenio anterior, y lo volvimos a vivir en mayo, durante el gobierno de Peña Nieto. Cuando se echa mano en repetidas ocasiones de ese recurso extremo, el que lleva la etiqueta de “úsese en casos emergencia”, siempre con resultados infructuosos, resulta inevitable una sensación de incredulidad, por decir lo menos.
Algo nos dice que después de un tiempo el crimen organizado recuperará las plazas hoy perdidas y, en el peor de los casos, ejecutará a aquellos, ahora desarmados, que osaron desafiarlos.
Supongo que el gobierno no podía quedarse cruzado de brazos como era su propósito. Las brigadas de autodefensa han teniendo éxito allá donde el ejército había fracasado. Y para nadie es un secreto que desde hace meses la autoridad apoyaba a grupos que consideraba benignos o cercanos (el de José Manuel Mireles, por ejemplo). Pero la atención nacional e internacional les ha obligado intervenir: el gobierno mexicano no podía ser exhibido como un Estado fallido, aquél en el que los ciudadanos tienen que convertirse en su propio ejército por la incapacidad de la autoridad.
Así que aquí estamos, en una intervención gubernamental apresurada, probablemente incluso contra su propia voluntad, en la que nadie cree y con tan pocas posibilidades de éxito.
Tampoco quiero idealizar la naturaleza de las guardias de autodefensa. Hay de chile, de mole y de dulce. Vecinos que portan armas automáticas y se ponen chalecos antibalas para patrullar en caravana con flamantes camionetas es algo que debe despertar sospechas. Algunas responderán a liderazgos genuinos, otras son presumiblemente apoyadas por cárteles rivales de los Caballeros Templarios.
En otras palabras, en algún momento el gobierno tenía que intervenir. Los grupos paramilitares que operan al margen de una estructura jurídica, tarde o temprano terminan siendo una carga para las comunidades de las emanan. ¿Quién los nombra? ¿Quién evita actos arbitrarios contra ciudadanos que se atreven a diferir? ¿Cómo evitar que terminen usurpando otras tareas de la autoridad?
Lo que me parece incorrecto es que la intervención del Estado sea más un producto de la presión de la opinión pública que de la convicción de tener soluciones capaces de resolver el problema. Más las ganas de dar un manotazo para argumentar el peso del Estado, que de resolver una situación por demás compleja.
El problema en Tierra Caliente es que tanto las brigadas de autodefensa como los narcos de integrantes de ambos cárteles son locales (Caballeros Templarios y Familia Michoacana). Los únicos foráneos son los soldados. Se trata de una batalla entre vecinos que puede derivar en una pequeña guerra civil regional. Pacificar desde afuera nunca ha sido fácil (toda proporción guardada, allí está la experiencia Afgana o Iraquí).
La verdadera solución pasa por fortalecer a las propias comunidades y a su capacidad de establecer un estado de derecho. El ejército podrá tomar estas comunidades y pacificarlas momentáneamente, pero volverán a sus viejas querellas en cuanto dejen de ser territorios ocupados.
En otras palabras, si detrás de la intervención del ejército no hay un verdadero esfuerzo de la sociedad mexicana para empoderar a las estructuras locales, fortalecer sus opciones económicas y hacer eficientes a los cuerpos policiacos y a la impartición de la justicia local, todo la operación está condenada al fracaso. En tal caso los michoacanos habrían preferido un Estado fallido a un Estado metiche e inepto. O, en otras palabras, no me ayudes compadre.
Nota al calce: No podemos confundir el caso de las guardias autodefensa en Tierra Caliente con las de la Meseta Tarasca. En esta última el sentido de identidad de las comunidades purépechas y su larga tradición de lucha otorga a las brigadas un carácter orgánico, en ocasiones incluso institucional, que no existe en la zona de Apatzingán.
@jorgezepedap