Estado de censura

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Por Darío Ramírez

Tenemos un presidente que no da entrevistas a periodistas críticos. Que está acostumbrado a ser protegido por su aparato de comunicación social. El habitante de Los Pinos prefiere hablarle a empresarios de los medios de comunicación, con ellos el protocolo y los acuerdos son satisfactorios para ambas partes. Es un presidente que se rehúsa a debatir a campo abierto. La razón, no la sé. Muchos dicen que no puede, no quiere, no sabe, etcétera. La realidad es que tenemos un presidente mudo y ávido lector del guión previamente establecido.

Ante los empresarios miembros del Consejo de la Comunicación A.C el presidente se sintió cómodo al hablar sobre México como un país de libertades en donde se ejerce plenamente la libertad de prensa “…la comunicación que se ejerce en el país se sustenta en la libertad de expresión y el derecho a la información. La libre manifestación de ideas es una conquista de nuestro país social e irrenunciable, que hoy forma parte de la normalidad democrática…”

Días antes leí con atención la columna de un periodista que respeto mucho: León Krauze. Cierra su texto alentando a disipar nubarrones para generar un debate sobre el tema de la libertad de prensa en México (la interpretación es mía). Le tomo la palabra. La columna de Krauze y el discurso de Peña Nieto ponen en la discusión una interpretación de lo que se vive en México, con la cual no estoy de acuerdo. Sin embargo, en términos generales podría tomar una idea central de ambos textos que sí puede ayudar al debate: ¿Cuál es el estado actual de la libertad de prensa en México? No es una pregunta menor.

Para el periodista la libertad de prensa enfrenta problemas –de mayor calibre en los estados que en el Distrito Federal- y tiene como perpetrador las presiones del gobierno a través del gasto en publicidad oficial y el narcotráfico. Para Peña no hay ningún problema ni obstáculo, al contrario. Somos un país con una gran diversidad de medios (600 periódicos, 650 revistas, 2500 emisoras de radio y televisión) y la libertad de prensa forma parte de nuestra democracia. Y ahí tendría que confirmar que estoy de acuerdo. Podríamos hacer un balance y seguramente nuestra democracia tiene la prensa que procura y promueve. Ambas malas, deficientes y de ínfima calidad (reconociendo el peligro de la generalización pero aceptándolo también).

¿Cómo responder a la invitación de saber cuál es el estado de la libertad de prensa en México? Me parece que León Krauze comete un error al basar únicamente su texto en una entrevista a sus pares. Hay suficiente información allá afuera que señala los principales problemas de la prensa en nuestro país. Pero regreso a la pregunta ¿qué indicadores nos deben de apuntar en la dirección para saber este vital dato democrático.

Krauze apunta que México ha cambiado. Ya no es el de Echeverría. Y eso es cierto. Durante Echeverría no se mataban a tantos periodistas, no se amenazaban , asesinaban y desaparecían a tantos periodistas. Tal vez porque había menos prensa crítica por el miedo. Sin embargo, no ha cambiado mucho, ahora la autocensura reina en casi todas las redacciones del país. El miedo se ha apoderado de las venas del periodismo. Ya no es solo Echeverría, ahora los perpetradores se han multiplicado. La comparación histórica no arroja datos claros. No sé si estemos mejor o peor, otra vez, depende cómo lo estemos midiendo. No puedo compartir mi sorpresa cuando reparé que en el texto de León Krauze no había mención al número de periodistas asesinados y desaparecidos.

Me es imposible aceptar que hay plena libertad de prensa en México con los niveles de violaciones graves del cual tenemos evidencia. Invitaría a leer el informe Estado de Censura para conocer, el cual provee con mayor detalle un diagnóstico sobre el ejercicio de este derecho fundamental.

La violencia contra la prensa es sistemática (de 2010 a 2014, Artículo 19 registró 1748 violaciones de derechos humanos contra algún periodista por ejercer su trabajo), es decir, se sostiene en el tiempo. Y también es generalizada, es decir, la cometen autoridades de los distintos órdenes de gobierno regularmente y sucede en todo el territorio nacional. De las 1748 agresiones registradas, los números más alarmantes son: 8 casos de desaparición, 64  asesinatos, 152 detenciones arbitrarias, 813  ataques contra la integridad física y 289 amenazas. Durante la administración de Felipe Calderón se agredía a un periodista cada 48 horas. Durante la actual administración es cada 26 horas. Regreso a la pregunta: ¿Se puede hablar de libertad en este contexto?

El principal perpetrador contra la prensa no es el crimen organizado. Ese era un discurso calderonista ya superado. La vulnerabilidad de la prensa descansa en dos elementos. La omisión, negligencia e irresponsabilidad gubernamental que alienta la impunidad de los 82 homicidios de periodistas desde el 2000. Y que el principal perpetrador son funcionarios públicos. En 2014 de 326 agresiones documentadas, 156 fueron cometidas por algún funcionario, mientras solamente 8 fueron por el crimen organizado. Vale un matiz en este sentido. Como en el caso de Moisés Sánchez (Veracruz 2015) distinguir y determinar quién fue el perpetrador si el crimen organizado o la autoridad pública es prácticamente imposible. Pero no reconocer que son las autoridades las que no solo protegen, sino que además cometen las violaciones, es no comprender lo profundo del problema en México. Con ello no quiero decir que el crimen organizado sea amigo de la prensa.

Yo no aceptaría la premisa de Krazue al señalar que hay “muchos estados de la libertad de prensa”. Hay un estado, el mexicano, en el cual la violencia es claramente diferenciada. Según el ranking expuesto arriba es el Distrito Federal dónde se dieron mayor número de actos de violencia contra la prensa. La explicación es que éstas se dieron en el contexto de protesta social. Por el otro lado, en estados como Tamaulipas –donde se desconoce quién gobierna si el crimen o el PRI- los hechos de violencia se redujeron a 6 durante el 2014, cuando hace 10 años tenía el primer lugar. La razón es el miedo de la prensa en ese estado. Claramente no hay las condiciones para hacer el mínimo periodismo. Pero sigue siendo México y nos tenemos que hacer cargo de todo lo que pase en este país. Los registros de violencia son contundentes y arrojan solamente una conclusión (desde mi punto de vista): No se puede hablar de un estado democrático y de derecho con las cifras de violencia que lleva a cuestas nuestra prensa. Hablar de una libertad parcial me parece engañoso. Tampoco desconozco que el contexto de los sesenta y setenta es diferente al actual. Pero solamente eso: diferente.

¿Cómo un presidente que no habla con la prensa, que no repara en que su administración 6 periodistas han sido asesinados puede emitir un discurso en dónde señale las fortalezas de la prensa en nuestra democracia? No es que no queramos ver las buenas noticias. Simplemente nos ocupamos de aquellas noticias (para el gobierno malas) que son lacerantes para cualquier país con aspiraciones democráticas. ¿Se imaginan que en España haya 82 periodistas asesinados? ¿qué haría la sociedad, los medios y el jefe de estado? Seguramente no se hablaría de una “democracia a medias”.

Mientras terminaba este texto se conoció el homicidio de otro comunicador: Abel Martínez Raymundo, director de la radio comunitaria Sentimiento de la Voz del Pueblo 96.1, en el municipio de Santiago Juxtlahuaca, Oaxaca. Por lo tanto, nuestra “parcial libertad” nos arroja el escalofriante dato que durante el gobierno de Enrique Peña Nieto van 11 periodistas asesinados. Vaya libertad.

Fuente: Sin Embargo

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