España: una nación rota

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Por Nathan Jaccard/ Semana

 

A pesar de los recortes, España se hunde en la crisis. Las comunidades autónomas son las primeras en tocar fondo y pedir un rescate. Los problemas ya no son solo económicos, sociales y políticos, sino que amenazan la frágil integración española.

 

“La situación actual de Cataluña es que no tiene otro banco que el gobierno de España. Así es la vida”. Las palabras que pronunció el martes pasado Andreu Mas-Colell, el ministro de economía catalán, tenían un tono casi de rendición. No era para menos, a la orgullosa Cataluña, una de las regiones más prósperas, más nacionalistas y más autónomas de España, le tocó pedirle a Madrid un salvavidas.

Cataluña, con una deuda de 42.000 millones de euros (20 por ciento de su PIB) es la tercera región después de la Comunidad Valenciana y de Murcia que necesita un rescate del gobierno central. Están asfixiados, sin posibilidades de pagar sus deudas. Al bordo del precipicio están Andalucía y Castilla-La Mancha y no se descarta que a varias más les toque reclamar dinero.

Es un desastre, pues el gobierno ya está terriblemente endeudado y tiene enormes dificultades para conseguir fondos en los mercados internacionales. Pero además, este rescate regional está poniendo a prueba el frágil modelo español, donde siempre ha habido tensiones entre el centralismo exacerbado que algunos les gustaría imponer desde Madrid y la búsqueda de más autonomía como es el caso en el País Vasco y Cataluña.

En la red, algunos reaccionaron burlándose de los catalanes: “siempre diciendo no ser españoles, negando ser españoles ni tener nada que ver con España, insultando a España y ahora pidiendo dinero a España”. Los nacionalistas culparon a Madrid, por llevarse cada año 10 por ciento del PIB de Cataluña en impuestos. El debate apenas está empezando pero desde ya Andreu Mas-Colell advirtió que a cambio del rescate, Cataluña aceptará condiciones económicas “como tipos de interés, auditorías, transmisión de información”, pero no aceptará “nunca, nunca, condicionantes políticos”.

Lo que puede estar en juego es la reforma constitucional de 1978, que aprobó la figura de la comunidad autónoma. En ese entonces trataron de ponerle fin al eterno debate entre centralistas y federalistas. En España conviven varios idiomas y culturas y siempre ha habido fuertes tensiones. En Madrid la derecha más recalcitrante reclama un Estado fuerte y centralizado. En las regiones algunos buscan un modelo federal.

Desde ya las 17 comunidades autonómicas están recortando por doquier. Están reduciendo primas navideñas, disminuyendo salarios, cerrando hospitales, eliminando conservatorios de música, liquidando los gastos de publicidad o incrementando los horarios de algunos funcionarios.

El problema es que las Comunidades autónomas se pensaron para adelgazar el gobierno central y prestar servicios más cercanos. Pero ha pasado todo lo contrario. En la práctica se crearon 17 mini estados, donde los puestos públicos, las instituciones, las ramas del gobierno se multiplican, se reproducen y se acumulan inútilmente. Y esa ha sido la puerta abierta para que caciques políticos creen puestos a diestra y siniestra para tener contentos a sus electores.

En Madrid hay tres empresas públicas distintas encargadas de la promoción de la ciudad: esMadrid, Tour Madrid y Turismo Madrid. En Extremadura, la empresa Fomento de Jóvenes Emprendedores gasta 558.000 euros en personal. Ahí también existe el Fomento de la Iniciativa Joven con un presupuesto de más de un millón de euros. Y la Sociedad de la Innovación, el Centro de Nuevas Iniciativas y el Consejo de la Juventud también cumplen las mismas funciones.
El libro ‘La casta autonómica’, de los periodistas Daniel Montero y Gabriel Cruz, recoge muchos casos similares, en los que los gobiernos autonómicos malgastaron el dinero. En las Baleares hay 440 funcionarios para atender a 430 agricultores, en Burgos escriben que hay tres alcaldías distintas para 200 habitantes y en Cataluña se invirtieron 86.000 euros para investigar la existencia de una abeja “autonómica”. Cuenta el libro que las comunidades tienen embajadas y oficinas en el exterior, de las cuales la cuarta parte dependen de la Generalitat de Cataluña (46 delegaciones). Por detrás, con la mitad de oficinas, se encuentran la Comunidad Valenciana y Andalucía.

Como si eso no fuera suficiente, embriagados por la bonanza de la construcción, las regiones se pusieron a competir una con otra a punta de megaobras, hoy elefantes blancos que son el símbolo más evidentes del despilfarro, la falta de control y en algunos casos la corrupción.

En Avilés, una ciudad mediana de Asturias, construyeron el centro cultural Óscar Nimeyer, diseñado por el famoso arquitecto brasileño. El proyecto costó 43 millones de euros, pero por falta de presupuesto, menos de un año después de su inauguración, le tocó cancelar su programación cultural. Las pérdidas oficiales ya van en 600.000 euros.

Valencia es tal vez el símbolo más claro de este derroche. Ahí el delirio de grandeza fue total. La construcción de la Ciudad de las Artes tuvo sobrecostos de 600 millones euros (cuatro veces más de lo presupuestado) y más de 10 años después de su inauguración, su operación sigue siendo deficitaria. El gobierno también quiso acoger un gran premio de Fórmula Uno. Le tocó invertir 110 millones de euros para adecuar un circuito callejero. Pero las ganancias no han sido las esperadas y se calcula que cada temporada Valencia está perdiendo 20 millones de euros.

Sin embargo, lo peor fue la construcción de un aeropuerto en Castellón, una ciudad a 40 kilómetros de Valencia. Costó 150 millones de euros y hay que inyectarle 35 millones anuales en mantenerlo. Nadie lo ha estrenado, pues a ninguna aerolínea le sirve volar allá.

Y este tipo de comportamiento faraónico se replicó a lo largo y ancho de las comunidades autonómicas españolas. Por eso ahora, cuando hay que buscar culpables por la bancarrota española, muchos apuntan justamente a la independencia y a la falta de control de las regiones.

El modelo está siendo bombardeado por todos lados. Algunos sostienen que hay que aprovechar la crisis para profundizar el federalismo y que así cada región se responsabilice. Otros ya dicen abiertamente que hay que volver a un modelo centralista, en el que Madrid tiene que estar al mando.

Como escribió en el periódico La Vanguardia de Barcelona el periodista Fernando Ónega: “Asistimos a la demonización del modelo autonómico con una sentencia mediática ya dictada: esto es insostenible”. Lo cierto es que siempre hay algún político listo para pescar en aguas turbias. Y en momentos en que la crisis está haciendo metástasis en toda la sociedad española, no hay nada más peligroso que evocar nacionalismos, nostalgias de la dictadura o culparse unos a otros. Es jugar con fuego.

Fuente: Semana.com

http://www.semana.com/mundo/espana-nacion-quebrada-mil-pedazos/181527-3.aspx

 

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