Por Rafael Fernando Navarro
¿Es España una dictadura? Preguntado así, estoy seguro que la mayoría interrogada lo negaría absolutamente. Sabemos de dictadores, de sables corneando la vida de súbditos, de pistolas apuntando siempre a los derechos más elementales, de polainas manchadas de tanto pisotear libertades. Y esas obscuras circunstancias se enterraron allá por Cuelgamuros, entre añoranzas, nostalgias y recuerdos de lágrimas negras, muy negras. No, España no es una dictadura. Es una democracia, con su Constitución abrazando un futuro de derechos.
Tal vez nuestro concepto de dictadura esté demasiado circunscrito a un pasado que fue ayer: posibilidades asfixiadas por el-porque-sí, porque a algún golpista le salía del correaje o de unos genitales fosilizados en una gorra de plato. Sin escritura, prohibido el pensamiento, sin derecho a réplica, de reunión, de lectura, de viaje, juicios sumarísimos, ejecución contra una tapia blanca de cementerio blanco. Y por ahí andábamos con nuestro equipaje de personas de estraperlo, escondiendo la maleta de nuestros pensamientos, y hasta los besos, las caricias, los encuentros trenzados de los cuerpos.
Esa dictadura fue, pero hoy ya no es, aunque ¿estamos tan seguros de pensar por nosotros mismos, sin imposiciones subliminales? ¿Podemos estar tan orgullosos de la libertad en nuestras decisiones, en nuestros proyectos, en nuestros trabajos, en nuestros compromisos políticos? ¿Podemos presumir de una independencia frente a imposiciones de dictadores vestidos de Armani, mocasín italiano, corbata regalo Fondo Monetario Internacional, gemelos Banco Central Europeo?
La dictadura es un golpe seco, duro, como el tiro definitivo en una nuca despreocupada. Chorrean los adentros por los exteriores y el hombre queda vacío de sí mismo, falto de contenido existencial, enajenado, alienado. La dictadura suprime el esqueleto vivencial que nos mantiene de pie y el estar de rodillas se vuelve postura y costumbre, rendición y asunción de lo inexplicable. La dictadura ha abandonado la liturgia militar de himnos, banderas, uniformes y cartucheras humeantes. El mundo es un gran casino donde ruedan los euros, los mercados, la bolsa, los rescates, donde se despeñan las urnas o se premian con tecnócratas que hay que llevarse necesariamente a casa sin poderlos olvidar en el guardarropa.
Toda dictadura lleva en su interior un estrangulamiento de derechos. Ahora no prohíben la expresión, la reunión amistosa. Tan dictadura es la presente que ni siquiera precisa de amputar esa falsa expansión espiritual. Hay otros derechos cercenados que duelen, que se clavan, que rompen la esperanza, que aniquilan el futuro. Se prohíben derechos laborales, se recortan salarios, se despide a gusto del consumidor, se rompe la sanidad, la educación, los servicios sociales. Se desahucian las casas como quien vacía un cenicero intoxicado, se suprimen ayudas para el pan nuestro de cada día, sillas de ruedas que llevan hasta el sol caliente de la plaza, se prohíbe a la mujer ser mujer, propietaria de su cuerpo, se induce a los inmigrantes a marcharse o a morirse de asco tragándose el sida, la hepatitis, la disnea inaguantable sin aire disponible. Se prohíbe ser viejo-quinientos-euros-pensión eligiendo entre el sintrón y la sopa caliente del invierno. Se prohíbe abortar y ser madre porque amarse boca arriba, acariciar y besar es un lujo prohibido por el déficit disparado.
Millones de parados, niños con hambre, comedores de Caritas con necesaria cartilla de racionamiento, matrimonios sin casa, casas para negocios bancarios, escuelas sin profesores, profesores sin escuela, albañiles sin un andamio para descolgar piropos, niños con tarteras de viejos encofradores, autistas encerrados en castillos oscuros, sin encontrar el primer trabajo, sin encontrar el trabajo último, con un INEM convertido en orfanato de la desesperanza.
No van los militares por la acera, dando a entender la altanería de las pistolas. Nos reunimos para cantar con Serrat y gritar las filigranas de Messí. La muchachada bebe para olvidar lo que pudo haber sido y no fue. Se desnudan porque sólo les queda la entrepierna, y otros se mueren porque sólo les queda el asco de haber vivido.
España, ¿una dictadura?
Fuente: www.nuevatribuna.es