Por Milson Salgado
España siempre está a la zaga de Todo. Es reina de la percepción y de la epistemología extemporánea en tiempos en que los vikingos con drakar y astrolabios ya dominaban los horizontes del objeto antes del existo porque pienso de Descartes.
España la de acumulación de oro y plata llevado sin réditos propios a las bóvedas de bancos en Inglaterra, Francia, Flandes y Holanda. España la del llanto de Miguel de Unamundo, Manuel y Antonio Machado, Valle Inclán y Benito Pérez Galdós, cuando Cuba y Puerto Rico eran arrebatadas por esa nueva horda de Hunos estadounidenses que en lo sucesivo desolarían al mundo entero.
España aristócrata con trajes pasados de modas, con títulos nobiliarios al precio de un Maravedí y con indumentaria imperial presa de telarañas y alcanfor. España erudita de teosofía, de quiromancia y de premios a la mediocridad, y al hartazgo de un sistema que no se sostiene ni con la lógica pueril de los socialistas neoliberales del PSOE, que siempre han estado en el bando de los saqueadores.
Guardamos un minuto de solemne silencio para un Seneca, un Dalí, un Cervantes, un Buñuel, un Xubiri y un Gómez de la Serna maestros entrañables de los laberintos más intrincados del alma humana.
Si la indignación no encuentra lugar más que para gritos que se pierden y cartelones que en nada lesionarán el cinismo de los ladrones; si el esnobismo es la moda y la calle no arrebata poderes públicos, no en vano se mofarán los que saben que la protesta es cada vez más el ejercicio burgués de la libertad de expresión, que aun incomoda pero no deja de ser el espacio liberal del disenso que hacen el equilibrio más deseado de las democracias representativas.
Bankia espera rescates y sortea apariencias desde hace mucho tiempo y ¿Quién rescatará la jubilación y los demás derechos sociales?
No es más que comprender que los pobres no valemos en los mercados mundiales más que cuando somos amenaza efectiva. Los hombres no valen igual que los Bancos. La economía pueda danzar con la muerte, el despojo y la pobreza; y los miserables pueden pudrirse en el vacío existencial del desempleo, pero La Merkel o los que ocupen su puesto saldrá siempre finamente vestida en cualquier conferencia europea y dirá en lenguaje traducible que los pobres son las herramientas prescindibles del sistema.
La España es la Metáfora dialéctica de Hegel: La del sí pero todavía no o del nunca será. La que se viste de apariencia y se acuesta con desilusión, la de la siesta necesaria y la tauromaquia y la del futbol de fines de semana.
La España del pasado que vive del turismo y se idolatra racialmente en las filigranas de los neonazis que sin asideros históricos -porque los asideros no tienen espacio en asuntos raciales, sino pregúntemeles al factor RHN que es común a negros y amarillos, a rojos y cafés, a blanquitos del polo y negros del áfrica, a tiznados saharianos y a ríspidos indígenas del amazonia- rechazan a los nobles emigrantes que hacen funcionar la rancia economía española como no lo harían los hijos y los nietos de los controles de natalidad, y al fin pretenden crear identidades a base de pinturas y acuarelas o del elemental uso del añil.
El eterno maniqueísmo es el republicano y Franco, el carnicero de estofa que sigue siendo objeto de apologías y prosas elegiacas por sacerdotes y monjas, por partidarios del orden y de limpiezas humanas, por amigos de los osarios que quieren una España de tumba en expediciones de Paz de la Otan que exhiben su tercermundismo.
Por eso, la única aristocracia aparente en España es Real Madrid y Barcelona, los demás son un par de viejitos mantenidos por decreto que en sus casas de muñecas son un elefante blanco, como la proyección subconsciente de un reycito de cera que en busca de su arca perdida, pretende cazarse a sí mismo en zafaris como Indiana Jones traducido al sacro castellano irrespetando a la sociedad protectora de animales.
Los equipos de Cristiano Ronaldo y Messi son el caché y la fashion desfilando por las pasarelas sociológicas de un sociedad lúdica que juega a ganar cada fin de semana y embarga el malhumor nacional, al precio de no pagar impuestos millonarios al deslucido Estado español, al costo de que sus vidas de niños pobres, han fundado academias infantiles de futbol en todo el mundo para probar si el prodigio se repite, al extremo de que cualquier asomo de movimiento de sus manos y sus bocas son la alquimia del oro que vuelve a su antiguo trono de patrón de cambio y al precio de que los pies, en estas cosas de los controles sociales y del anfiteatro postmoderno, están por encima de las cabezas.