Por José Blanco
La frase emblemática de la campaña de Bill Clinton, es la economía, estúpido, se forjó en un contexto en el que George Bush padre había alcanzado un récord de popularidad histórica (90 por ciento), derivado de sus éxitos –frente los estadunidenses– de política exterior que, según esto, lo hacían imbatible: el fin de la guerra fría y sus triunfos en el golfo Pérsico.
Clinton lo enfrentó con su consigna que aludía a los problemas inmediatos de la sociedad. No fue todo, por supuesto, pero el imbatible fue abatido.
Como nunca los problemas del mundo de hoy son la economía, la crisis de la globalización neoliberal; pero como nunca las soluciones son, en primer lugar, políticas.
Es sintomática la pesadumbre que mostró Cristina Lagarde, directora del FMI, en una entrevista de pasillo, previa al inicio de la reunión de Davos. La ex ministra francesa de Economía precisó que sería grave para la economía estadunidense que sus fuerzas políticas no se pongan de acuerdo sobre el presupuesto o la deuda. Y es que, en efecto, el desacuerdo provocaría un daño extremo a la economía mundial. Al momento de escribir este artículo el Partido Republicano/Tea Party, vueltos kukluxklanes políticos, seguían oponiéndose a la propuesta de Obama (algunos recortes, mayores impuestos a los superricos).
En medio de los miles de fuerzas e intereses encontrados en la economía mundial de hoy, con sociedades crispadas, desesperadas, o con tumultos crecientes, no hay fuerza política en el planeta que se haya convertido en el más áspero, poderoso e insensible clan, decidido, por sus razones políticas, a convertir el orbe en el mayor pandemónium de la historia. El umbral de ese horror se halla en las primeras horas hábiles del próximo viernes, y no sería una bomba cualquiera, sino como un alud estremecedor que asestará el primer golpe a los más inermes de los propios estadunidenses. Se extenderá después con rudeza por el planeta.
Si, como se dice en la arcana jerga presupuestaria de la Cámara de Representantes, los republicanos han decidido operar el secuestro de los automáticos, en breve plazo el gasto público caerá verticalmente y los impactos negativos volarán en todas direcciones. Lo harán con el argumento de que están defiendo a las generaciones venideras de la inmensa deuda pública.
Que el Estado tiene que poner orden, lo dijeron –o lo implicaron– en Davos múltiples voces. He aquí algunas (tomado del blog de Marco V. Herrera):
Las empresas tienen más poder y dinero que nunca, ellas pueden destruir gran parte del planeta. Si el impacto de su actividad es alto, su responsabilidad también. Ya los gobiernos no pueden resolver solos los problemas mundiales, como el cambio climático o la escasez de recursos y la de alimentos, por lo que las empresas deben de trabajar en conjunto para resolver esta situación mundial. Feike Sijbesma, director ejecutivo de la junta directiva del Royal DSM de los Países Bajos”.
William W. George, profesor de la Harvard Business School, mencionó: Cualquier compañía centrada en el valor del accionista, eventualmente estará creando autodestrucción; para que las compañías prosperen, se debe de crear valor a la sociedad y con esto sus accionistas serán recompensados. Muchas empresas han perdido el camino y han entrado en crisis. ¿La mano invisible puede corregir todo esto?
Jim Walilis, presidente y consejero delegado de Sojourners, consignó: el mercado no puede funcionar en el largo plazo si no hay fundamento moral; los líderes mundiales tienen el potencial de restaurar la confianza entre las diferentes partes de la sociedad y crear un nuevo pacto social. El mundo está en busca de decisiones sobre los valores humanos, no sólo sobre la discusión de valores.
Olivier Blanchard consejero económico y director del departamento de investigación del FMI, y Daniel Leigh, economista del mismo departamento, escribieron –a título personal– una importante investigación titulada Growth forecast errors and fiscal multipliers (Errores de previsión de crecimiento y los multiplicadores fiscales), un trabajo de alta complejidad técnica, centrado en los países europeos. Dicen los autores: en las economías avanzadas, la consolidación fiscal [el fallido intento de reducir el déficit: JB]se ha asociado con un menor crecimiento del PIB a lo esperado, con una correlación particularmente fuerte, tanto estadística como económica. Una interpretación natural es que los multiplicadores fiscales son sustancialmente más altos que los implícitamente asumidos. Los autores explican que la subestimación de los multiplicadores fiscales es una de las causas (fuertes) de la subestimación de los pronósticos de crecimiento (en realidad de decremento del producto). Se trata de un estudio que debería tener un fuerte impacto en el diseño de las políticas económicas hacia el futuro no sólo en la UE.
Los asustados por el déficit fiscal ven un futuro que nos empobrece. Ven al país como si fuera una familia endeudada. Pero las familias deben pagar su deuda, los gobiernos no; todo lo que tienen que hacer es asegurarse de que la deuda aumente más lentamente que su base imponible.
Al fin de la segunda guerra, los contribuyentes estadunidenses debieron pagar una deuda que era mucho más elevada, como porcentaje del PIB, que la deuda actual. ¿Quiénes eran los titulares de esa deuda? Pues los mismos contribuyentes, que habían comprado bonos del ahorro, principalmente. Esa deuda no impidió que la generación de la posguerra tuviera el mayor aumento de ingreso y nivel de vida de su la historia.
Fuente: La Jornada