Por Elena Álvarez Buylla*
En medio del luto que nos sacude a raíz de la tragedia de Ayotzinapa, sorprende la noticia de que la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) ha aprobado el libre consumo de 132 productos transgénicos, de los cuales 50 por ciento corresponde a maíz, el resto son de algodón, soya y canola, entre otros. Esto manifiesta entusiasta Alejandro Monteagudo Cuevas, director ejecutivo de AgroBio México, pues mantiene el negocio en lo que se aprueba la siembra de maíz transgénico, declaró recientemente.
Gracias a una acción colectiva se logró la suspensión de la liberación de maíz transgénico en México, con base en evidencias científicas sobre su impacto nocivo en el ambiente y la biodiversidad del maíz nativo. El futuro del maíz, ante retos de cambio climático y otros, depende de las variedades nativas mexicanas, producto del cuidado de los pueblos autóctonos y que hoy aún sustentan una parte importante de la producción nacional. La liberación de maíces transgénicos las amenaza de múltiples formas.
Parece que para compensar esta interrupción del negocio de productoras monopólicas de transgénicos, y a costa de la soberanía alimentaria y la salud de todos, el Estado aprueba el consumo de algunas más de sus líneas transgénicas. Este favor a las trasnacionales coincide con que en varios países de Europa, Asia y América rechazan los transgénicos. Es abundante la evidencia científica de los daños en la salud por su consumo, incluyendo los agrotóxicos que se usan en su cultivo.
A estudios hechos en animales se suman datos epidemiológicos en Paraguay, Argentina y Estados Unidos, país en el que la salud de sus habitantes se ha deteriorado aceleradamente en los últimos 20 años. El aumento de muertes a causa de varios tipos de cánceres, diabetes, daño renal o por alteraciones metabólicas, o incluso por enfermedades como Alzheimer, a partir de mediados de la década de 1990, es pavoroso. Esto ha sido publicado en las revistas de mayor reconocimiento científico. ¿Cuál es la causa de esta tendencia? Estudios recientes indican que el consumo de transgénicos y sus agrotóxicos asociados pudieran tener un papel causal. Los transgénicos se empezaron a liberar masivamente en Estados Unidos a principios de 1990. Uno de los componentes que más claramente se correlaciona con la tendencia es el glifosato, llamado Faena en México. Este herbicida se usaba desde aproximadamente 10 años antes de la liberación de los cultivos transgénicos en Estados Unidos, pero empezó a usarse masivamente en los transgénicos tolerantes al mismo. En Europa no se aprobó la siembra de transgénicos tolerantes a este agrotóxico y se evita su consumo. La correlación entre el aumento de la prevalencia de enfermedades y el uso de glifosato y/o el cultivo de soya y/o maíz transgénicos tolerantes al mismo es mayor a 90 por ciento en muchos de los casos a partir de mediados/finales de la década de 1990. Aunque una correlación no indica causalidad, el hecho de que la correlación sea tan alta para tantas enfermedades (22 estudiadas) indica que este herbicida es un agente causal.
Los estadunidenses están sujetos a contaminantes en agua, aire y comida, y al parecer el glifosato afecta sistemas corporales que lidian con ellos. A pesar de ello, el gobierno estadunidense sigue usando a su población de conejillos de indias, no ha aprobado el etiquetado de transgénicos, y tampoco prohíbe el uso del faena y otros agrotóxicos. Algunos expertos aluden a corrupción. Estos expertos insisten en que las instituciones públicas que regulan el uso de estas sustancias deberían aplicar el principio precautorio, más que esperar a que aparezcan los daños. Éstos y la permanencia de los tóxicos en el ambiente son difíciles de revertir; y ahora que se va conociendo la importancia de la herencia epigenética, es probable que la exposición a tóxicos afecte a las futuras generaciones, aun si los hijos y nietos de estas ya no estuvieran expuestos. En ausencia de corrupción, el faena nunca se hubiera aprobado para uso masivo y sería retirado del mercado. Además, la presencia y diseminación de los organismos transgénicos mismos, que implican una contaminación con vida propia e impactos impredecibles, será irreversible si no se para ya. Esto es particularmente importante para centros de origen y diversidad, como es el caso de México para el maíz. Ante los datos recientes en torno a los daños en salud por el cultivo y consumo de transgénicos, lo único aceptable es impedir que estos cultivos contaminen nuestro ambiente y alimentos. Su razón de ser es sólo el lucro; a 20 años de su liberación no han alimentado a un solo hambriento del mundo y tampoco han aumentado los rendimientos o disminuido el uso de tóxicos.
Por todo lo anterior, sorprende que el actual y los dos anteriores gobiernos de México sacrifiquen nuestra soberanía alimentaria y sanitaria, nuestro ambiente y alimento, así como nuestra salud, a cambio de oscuros acuerdos comerciales. Las evidencias científicas de los últimos años, que muestran una fuerte asociación entre el consumo de alimentos transgénicos y la exposición a glifosato con el aumento de la prevalencia de enfermedades tales como inflamación en el intestino, incidencia de ciertos tipos de cánceres, alteraciones renales y enfermedades neurodegenerativas (por ejemplo: Interdiscip Toxicol. 2013; Vol. 6(4): 159-184;http://www.uccs.mx/agricultura_ alimentacion/agrotoxicos/prensa/3/ correlacion-altisima-entre-el-uso-de-glifosato-asociado-a-transgenicos-tolerantes-a-este-agrotoxico-y-22-de-enfermedades) tendrían que ser suficientes para impedir que este tipo de agrotóxicos contaminen nuestros alimentos.
* Elena Álvarez Buylla. Coordinadora de campañas, UCCS (más información en:www.uccs.mx ), e investigadora del Instituto de Ecología, UNAM
Fuente: La Jornada