Las candidaturas independientes son para los políticos un misil a la sala de máquinas
Por Jorge Zepeda Paterson
¿Qué tienen en común Donald Trump y Jorge Castañeda? Lo mismo que Silvio Berlusconi y Juan Ramón de la Fuente: en su momento todos ellos se han presentado en la escena pública como actores procedentes de la sociedad civil, a contrapelo de la clase política profesional (más allá de eso comparten pocas cosas y muy probablemente cada uno de los cuatro se ofenderían con la comparación).
Hay una suerte de fascinación con los candidatos y protagonistas que surgen de las filas civiles, sean empresarios, maestros universitarios, intelectuales o amas de casa. El resultado no siempre es exitoso y allí están Sarah Palin o Alberto Fujimori para demostrarlo. Del otro lado, la abrumadora decepción que provocan los políticos obliga a seguirlo intentando.
En ocasiones las maquinarias electorales perciben el potencial de algunos de ellos y los seducen para ofrecerles candidaturas. Los partidos no hacen esto por generosidad; a los políticos profesionales no les gusta perder una sola posición. Lo hacen cuando prevén una feroz competencia en las urnas y asumen que ninguno de los suyos será capaz de ganarla. Pero incluso en esos casos optan por candidatos a los que creen que pueden cooptar o controlar. En tanto todo transcurra por la vía institucional la burocracia es capaz de neutralizar cualquier exabrupto o anomalía. Incluso un tsunami llamado Vicente Fox o una cuauhtemiña contra el ayuntamiento de Cuernavaca. Los políticos no temen a los no políticos siempre y cuando transiten obedientemente por los canales políticos.
Por eso es que los candidatos independientes les provocan urticaria. Rompen el monopolio que ejercen las élites de los partidos sobre los puestos de elección popular. Las candidaturas independientes son a los políticos lo que un trending topic a los medios tradicionales: un misil a la sala de máquinas. Que un ciudadano compita en una boleta electoral sin pasar por los filtros partidistas equivale a un hashtag viral que contradice la información de un noticiero de Televisa. Que los ciudadanos tengan acceso al poder (electoral o informativo) sin pasar por las aduanas, amenaza abrir la Cosa Nostra en la que las élites han convertido a la Cosa Pública.
Tampoco se trata de satanizar a los partidos políticos. Pero es un hecho que cuando se ha pervertido el principio de competencia electoral entre ellos es necesario introducir la competencia aunque sea por otras vías. Cuando traicionan la obligación de representar los intereses ciudadanos para defender los privilegios de sus dirigencias, es necesario que los ciudadanos encuentren vías para representarse.
El triunfo de Jaime Rodríguez, El Bronco, en Nuevo León encendió todas las alarmas de los políticos profesionales. Muchos de ellos parecen decididos a hacer cualquier cosa con tal de cerrar la brecha en la muralla. Por un lado, a escala nacional ha comenzado una campaña en redes sociales y columnas políticas para difamar a uno o a varios de los personajes que podrían llegar a una boleta electoral por esta vía. El propósito es clausurar el acceso invocando demonios o supuestos demonios.
Por otro lado, en Aguascalientes, Chihuahua, Hidalgo, Puebla, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala y Veracruz se han emprendido cambios legislativos para hacer poco menos que imposible una candidatura ciudadana. Y eso es apenas el principio. Los políticos tienen la ventaja de que los cambios para sostener su monopolio sobre el poder son decididos y votados por ellos mismos.
Tendríamos que librar una verdadera batalla en la opinión pública para evitar la clausura de este incipiente espacio. Tal como están las cosas podría ser lo único que permita colar vientos de renovación en las esferas del poder. Nadie asegura que El Bronco vaya a ser un buen gobernador o que una versión mexicana de Donald Tromp no vaya a llegar a una boleta, pero es preferible correr ese riesgo que seguir viendo a los Moreira o a los Romero Deschamps eternizarse en los puestos de “elección popular”.
@jorgezepedap
Fuente: El País