Por Epigmenio Ibarra
Justo ahora y cuando la mitad del país está sometida al embate de la naturaleza que, como siempre, se ceba en los más humildes.
Que golpea con más dureza a aquellos que ya habían sido golpeados, durante décadas y de muy distintas maneras, por el régimen corrupto.
Ese que burla sistemáticamente la normatividad urbana y construye infraestructura con materiales de tercera.
El que malgasta en lujos, como ese avión que se quiere comprar Peña Nieto, o simplemente se roba el dinero para la prevención de desastres o el auxilio a los damnificados.
El que condena a los pobres a vivir en zonas de alto riesgo y por hacer negocio construye, para los ricos, sobre humedales y pantanos.
Ese que reacciona tarde, mal y selectivamente cuando de rescatar a las víctimas se trata.
El mismo régimen que se quedó pasmado ante el terremoto del 85.
Ante esos, sus soldados, que no atinaron a soltar la armas y a mover las manos para ayudar.
Ese régimen que, en esos días aciagos, fue anulado de golpe por una insurgencia ciudadana y solidaria.
Por las mujeres y hombres espontáneamente organizados para rescatar de entre las ruinas a sus sobrevivientes y a sus muertos.
El que le dio la espalda a una ciudad devastada y que ahora prefiere, por pura jodida soberbia, “reconquistar” el Zócalo —pírrica victoria la suya— antes que movilizarse con celeridad para atender la emergencia en Guerrero.
Justo ahora y cuando en muchos sectores que se pensaban adormecidos prende la llama del descontento y se aviva la protesta.
Cuando parece que de nada ha servido ese coro histérico de los señores del micrófono y la cámara contra quienes se atreven a alzar la voz.
Cuando las campañas de racismo y odio, pese a su virulencia, no han hecho sino provocar que muchos se sumen a la lucha de los maestros insurgentes de México.
Hoy en esta hora decisiva conviene tomar conciencia de que ésos, los que han ensangrentado, saqueado y oprimido a esta nación, vienen por todo, están unidos y decididos a ganar la batalla.
No les bastaba con llegar a Los Pinos. Lo importante era tomar las medidas para instalarse ahí de nueva cuenta y de forma permanente.
La supuesta “alternancia” les proporcionó, al menos para los desmemoriados, para los ingenuos, para los adormecidos, una fachada “respetable”.
A cambio de una tajada del botín, del robo de la Presidencia y de un manto de impunidad para cubrir las corruptelas y crímenes de Vicente Fox y Felipe Calderón, sus cómplices panistas les pavimentaron el camino de regreso.
Solo que ahora “legitimados” por votos ciudadanos. Votos que, violando lo establecido por la Constitución, compraron descaradamente.
En el camino de retorno a Los Pinos tuvieron que rendirse ante la tv, otrora un soldado a su servicio. Ya Fox y Calderón se habían puesto de rodillas ante ella, así que al PRI ningún trabajo le costó postrarse también.
Otro tanto hicieron ante los barones del dinero y ante las grandes empresas extranjeras.
Antes les cobraban caro prebendas y privilegios. Ahora son ellos, desde Los Pinos, los que pagan las facturas que les remiten sus socios en la compra de la Presidencia.
A esos socios han ofrecido el país como botín.
Son las reformas que promueve Enrique Peña Nieto la forma de cubrir la deuda contraída y el seguro para garantizar la restauración del régimen autoritario.
Si las reformas pasan, se habrá asegurado su lugar en la residencia presidencial y su dominio total del Congreso.
Felipe Calderón gastó casi 40 mil millones de pesos para vendernos su guerra, para hacer invisibles, para borrarles el rostro, el nombre, la historia a 100 mil muertos, a 30 mil desaparecidos.
Al ritmo que va, en medio de una espiral de violencia aún más grave que la de tiempos de Calderón, Peña Nieto gastará mucho más dinero para convencernos de entregarle mansamente nuestro futuro, para borrar nuestras aspiraciones de desarrollo, para borrarnos a nosotros mismos.
A la vieja usanza priista, Peña Nieto no tiene interés en dialogar, menos en conceder. Mueve a México hacia el pasado. A quien se opone lo aplasta mediáticamente, lo compra, lo coopta, lo anula o lo reprime.
Nada en San Lázaro o en el Senado lo detendrá.
Si de defender a México, la democracia, la justicia, la libertad, el patrimonio familiar, los bienes de la nación se trata: en la calle ha de ser, con la gente ha de ser, unidos ha de ser, o les habremos entregado el país de nuevo.
Por eso, en esta hora decisiva, hay que salir a la calle este domingo 22 a parar las reformas.
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Fuente: Milenio