Por Robert Fisk
Fue un mensaje, desde luego: dos bombas a sólo unos metros de la embajada de Irán; el agregado cultural de esa nación asiática resultó muerto. La explosión de este martes se escuchó a través de todo Beirut. En la calle podían verse los viles residuos del evento: una pierna debajo del balcón derrumbado, trozos de dientes, una mandíbula todavía con un trozo de barba pegado, la sangre encharcada en el camino.
Al menos otros 24 fueron asesinados, pero ¿quién podría decirlo en medio de todo este horror? Esto ocurrió en territorio chiíta musulmán de Berut. Los autos incendiados y los edificios destruidos en el barrio de Jnah fueron rápidamente rodeados por milicianos de Hezbolá, uniformados de negro, y jóvenes que enarbolaban pistolas plateadas.
Se nos dijo que se trató de un atacante suicida. Había otra versión; una pequeña bomba estalló con el fin de hacer que la gente saliera a la calle y entonces se hizo explotar un masivo coche bomba para asesinarlos a todos. Uno de los hombres uniformados de negro manifestó la teoría de que fue el atacante suicida quien detonó la bomba pequeña. Los guardias de la embajada iraní intentaron prevenir el estallido, que arrancó la reja de la embajada con todo y bisagras. Al menos 160 personas resultaron heridas en ambas explosiones.
En estos días de Twitter, ¿quién va a creer en la autoproclamada célula de Al Qaeda llamada Brigadas Abdullah Azzam, que se atribuyó el ataque y emplazó a Hezbolá a salir de Siria? ¿Podría haber un blanco más obvio para aquellos que maldicen el apoyo militar de Hezbolá a Bashar Assad en Damasco.
¿Existe forma más inescrupulosa de golpear a los chiítas de Líbano que arrojarse a la yugular y hacer estallar bombas tan cerca de la embajada del país que ha enviado a sus propios combatientes chiítas a Siria?
Las oficinas de estaciones de televisión pro sirias están –o solían estar- en esta calle. Hace apenas una semana, Sayend Hassan Nasralá, el líder de Hezbolá, advirtió que Líbano se encaminaba hacia una grave crisis. Estaba en lo cierto.
¿Quién podría olvidar, en medio de los autos incendiados, zapatos y restos de carne que 66 libaneses han sido asesinados en atentados contra chiítas y sunitas en semanas recientes? Ahora la cifra está más cerca de 90.
No hay gobierno en Líbano y el ejército es la única institución estatal que está en funcionamiento, parte del banco central, y después del doble atentado las tropas libanesas se quedaron en minoría, entre el humo y los escombros, ante las fuerzas de combatientes de Hezbolá. ¿Será ahora esta milicia el ejército libanés? ¿O son ya, como dicen sus opositores sunitas musulmanes, el nuevo ejército de Siria?
Es difícil subestimar la seriedad de estas carnicerías sectarias. En la ciudad libanesa de Trípoli, los sunitas culparon al Hezbolá chiíta y a los alawitas sirios de atentados que mataron a 47 fieles en dos mezquitas, en meses anteriores. Ayer fue el turno de los chiítas, y ellos culpan a los sauditas –quienes intentan, aunque sin mucho éxito derrocar a Assad– y también a los aliados en el Golfo Pérsico, aliados de Arabia Saudita.
Fayed Shakr, un chiíta del valle de Bekaa y ex líder del Partido Socialista Nacional Sirio, salió para acusar de los hechos al líder libanés cristiano, Samir Geagea, y al ex primer ministro sunita, Saad Hariri, del Partido del Futuro.
De manera interesante, y un tanto extraña, el embajador iraní, Ghazanfar Rokanabadi, quien confirmó la muerte de su agregado cultural, Sheikh Ibrahim Ansari, un diplomático que había estado en Líbano sólo un mes, acusó de los ataques al “régimen sionista”, si bien no explicó cómo pudo Israel haber estado involucrado. Hubo rumores de que en el ataque murieron guardias de la embajada iraní, los cuales son, en su mayoría, miembros de Hezbolá.
La embajada de Irán está bien defendida y parece más una fortaleza que un complejo diplomático, y funcionarios habitan ahí. No se trata de cualquier embajada. A lo largo de los años he visto a algunos bandidos bien conocidos cruzar las rejas de la legación, donde solicito mis visas iraníes. Si las embajadas estadunidenses cuentan con su dotación de espías, puede uno apostar que la representación iraní en Beirut cuenta con su propio personal de inteligencia, como parte de su equipo de 28 personas.
Las banderas negras del ritual musulmán Ashura, ondeaban aún en las calles aledañas a la explosión. La fecha conmemora el martirio de Hussein, el nieto del profeta, cuya hermana, Zeinab, también es adorada por los chiítas y está sepultada en Damasco. Hezbolá lleva meses protegiendo ese santuario en la capital siria.
“Este es un ataque contra Zeinab” gritó un joven. Ahí está el problema. Las divisiones políticas en Líbano se han convertido en sinónimos de las divisiones religiosas del país. Se han vuelto idénticas, y el peligro ahora es enorme.
© The Independent/ Traducción: Gabriela Fonseca