Miguel Ángel Martínez Martínez, El Tololoche o El Gordo, continuó inculpando este miércoles a Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, de delitos de narcotráfico.
Y aunque cayó en contradicción en sus declaraciones ante las preguntas de la defensa, reveló que fue sujeto a cuatro intentos de homicidio presuntamente ordenados por el capo sinaloense, a quien admitió que odiaba.
Durante su tercer día consecutivo de testimonio en el juicio contra Guzmán Loera, en la Corte Federal del Distrito Este, en el barrio de Brooklyn, Nueva York, El Tololoche –con la narración de lo que vivió hace algunos años– dejó en claro que es “un testigo duro de matar”.
Durante la parte final del interrogatorio al que fue sometido en la octava audiencia del juicio contra Guzmán Loera, relató los hechos ocurridos entre 1993, 1998 y 2000.
En respuesta a preguntas del fiscal Michael Robbotti, integrante de la parte acusadora, Martínez Martínez dijo que la vida se le volvió complicada a partir del arresto de El Chapo en Guatemala, en 1993.
Como presunto gerente de las operaciones de tráfico de drogas, sostuvo que cuando su jefe fue detenido y llevado al penal federal de Almoloya de Juárez, él siguió reuniéndose con Guzmán Loera, y por medio de sobornos a las autoridades de la cárcel le entregó un celular para que pudiera comunicarse.
En coordinación con Arturo Arturito Guzmán Loera, hermano de El Chapo, y Héctor Luis Palma Salazar, El Güero Palma, El Tololoche cumplía las órdenes que le transmitía su patrón desde la prisión, para manejar el tráfico de cocaína y mariguana a Estados Unidos.
El negocio de la fracción criminal del Cártel de Sinaloa fluía a la perfección y, para demostrarlo, el Departamento de Justicia trasmitió al jurado –que declarará culpable o inocente a El Chapo– varias grabaciones de llamadas telefónicas interceptadas a Martínez Martínez y a otro operador de la organización criminal, ocurridas en 1994.
Sin embargo, todo cambió el 8 de junio de 1998, cuando El Tololoche fue capturado por la policía en la Ciudad de México. Al ser procesado, El Gordo se enteró que, además de ser acusado de narcotráfico y lavado de dinero en México, debía enfrentar legalmente la solicitud de extradición del gobierno de Estados Unidos.
“Me defendí como gato panza arriba” contra la extradición, dijo, y confesó que gastó más de un millón de dólares en abogados e intentó sobornar a un juez al que sus representantes legales ofrecieron 300 mil dólares.
Encerrado en el Reclusorio Preventivo Oriente, El Gordo inmediatamente comenzó a recibir mensajeros de El Chapo y de otros narcotraficantes, reclamándole dinero, drogas, propiedades y demás bienes obtenidos por el trasiego de narcóticos, y sobre todo –dijo– deseaban asegurarse de que no hablara de ellos ni mucho menos mencionar el nombre de Guzmán Loera.
Manifestó que así lo hizo, pero que unos dos o tres meses después de su encierro necesitaba dinero para pagar el costo de sus abogados y decidió vender una casa que tenía y que valía unos 250 mil dólares. El inmueble, de acuerdo con su declaración ante el jurado y el juez federal Brian Cogan, estaba ocupado por “Griselda”, una de las esposas de Guzmán Loera, quien llevaba seis años de vivir ahí en compañía de sus hijos.
El Tololoche estaba en el inicio de la narración de sus infortunios, cuando en Emma Coronel, la esposa de Guzmán Loera, que este miércoles asistió a la Corte ataviada con pantalón de mezclilla azul, blusa negra, saco beige y zapatillas de piso cafés, abandonó la sala donde se procesa judicialmente a su marido.
A los dos meses de haber vendido la casa, por encima de las protestas de “Griselda”, un día de visita a los presos en el Reclusorio Oriente, “tres tipos se metieron a mi celda y me apuñalaron”, sostuvo el testigo “duro de matar”.
Según dijo, sus agresores le dieron siete puñaladas, perforándole un pulmón y el intestino. Luego de ser operado en el sanatorio de la cárcel y después de 15 días en convalecencia, a Martínez Martínez lo regresaron a su celda, la misma donde fue atacado.
“A los tres meses del asalto salí de mi celda para hablar por teléfono, y cuando lo hacía me volvieron a apuñalar por la espalda, me dieron cinco o seis puñaladas, me volvieron a perforar el pulmón y también el páncreas”, declaró.
Se repitió el mismo rito del sanatorio y el tiempo de recuperación, y por precaución fue trasladado al Reclusorio Preventivo Sur.
El fiscal Robbotti acompañó la narración de El Tololoche con la presentación al jurado de varias fotografías tomadas 18 meses antes de que iniciara el juicio contra El Chapo, para mostrar las cicatrices del testigo en esos dos asaltos con cuchillo.
“Cuando iba entrando al Reclusorio Sur, los presos me gritaban preguntando mi número de calzado, porque sabían que era hombre muerto, que ofrecían dinero para que me mataran”, abundó El Gordo.
A los días de estar recluido en el nuevo penal, una noche, escoltado por un policía, salió de la celda para hacer una llamada telefónica.
“Cuando estaba hablando, dos presos me atacaron a puñaladas en la cara y me hicieron cinco cortes”, añadió el exgerente del narcotráfico. El policía que lo escoltó le ayudó a salir vivo del altercado.
Para mayor garantía a su integridad y tras una nueva recuperación, lo llevaron al área de separos en las celdas de aislamiento.
En el año 2000, aún preso en el Reclusorio Sur, una noche en la calle, cerca de la celda donde se encontraba, El Tololoche escuchó la música de una banda de viento.
“Estaban tocando una canción que le gustaba mucho el señor Joaquín Guzmán, la tocaron como unas 20 veces toda la noche”, dijo.
–¿Qué canción era? –preguntó el fiscal Robbotti.
–“Un puño de tierra”. Al señor Guzmán le gustaba mucho la letra de esa canción porque decía que había que vivir la vida intensamente –respondió.
El testigo del gobierno de Estados Unidos para incriminar a Guzmán Loera explicó al jurado que aproximadamente dos horas después de que dejó de tocar la banda, ya entrada la mañana, comenzó a escuchar que un helicóptero sobrevolaba la prisión y que se cerraban todas las puertas de la cárcel.
En ese momento “entró una persona de fuera” que portaba una pistola y se digirió a otra celda donde habían colocado unas granadas. Al policía que vigilaba el área donde estaba El Tololoche, el atacante le puso la pistola en la cabeza y con dos granadas en la otra mano le exigía que le abriera mi celda, pero el guardia le contestó que no tenía la llave.
El Gordo dijo que observó eso a través de un “espejito” de mano que sacó con su mano entre las rejas de la celda. “El hombre quitó las espoletas a las granadas y mientras forcejaba con el guardia, arrojó los explosivos sobre el pasillo al frente de mi celda. Me aventé hacia atrás y me cubrí con el tanque (del excusado), las granadas no me hirieron”, concluyó.
Mientras su subalterno detallaba los cuatro atentados fallidos contra su vida, El Chapo, que a la octava audiencia llegó vestido con traje color azul marino, zapatos cafés, camisa blanca y corbata guinda, no dejaba de mirarlo fijamente a la cara. El Tololoche siempre lo ignoró. Luego, el juez dictaminó el receso para el almuerzo.
Al reanudarse la audiencia y con Emma de regreso en la sala, cuya ausencia no notó Guzmán Loera por estar mirando fijamente a su enemigo, tocó el turno de William Purpura, abogado del equipo legal de la defensa del acusado, para interrogar a El Gordo.
Fiel a su estilo desparpajado, desde sus primeras preguntas Purpura sacó de quicio a El Tololoche, obligándolo a decir que responsabilizaba de los atentados contra su vida a Joaquín Guzmán Loera.
“Nunca lo traicioné, nunca mencioné su nombre, siempre cuidé de su familia”, decía.
–¿Usted odia a Joaquín ‘Chapo’ Guzmán porque lo culpa de los atentados contra su vida? –cuestionó Purpura.
–Sí –reviró enfático El Tololoche.
A partir de esa afirmación, el resto del interrogatorio el abogado expuso ante el jurado a un delincuente que, por odio personal a Guzmán Loera, y por el acuerdo que hizo con el gobierno de Estados Unidos, recurriría a las mentiras para inculpar al acusado.
Antes de abordar el caso de los atentados, Robbotti pidió a Martínez que contara que dos meses después de que El Chapo se fugó de la prisión de alta seguridad de Puente Grande, Jalisco (en enero de 2001), él fue extraditado a Estados Unidos.
Procesado y enjuiciado por lavado de dinero y narcotráfico en Estados Unidos, Martínez Martínez fue sentenciado a poco más de 18 años de cárcel.
Sin embargo, mientras cumplía su condena aceptó cooperar con el gobierno estadunidense para incriminar a narcotraficantes mexicanos o formularles encausamientos judiciales para eventualmente ser solicitado en extradición al gobierno de México, en caso de fueran detenidos, como ocurrió con Guzmán.
Por ello fue que un juez federal redujo la sentencia a El Tololoche, quien sólo pasó seis años en prisión, y desde entonces, como miembro del programa de testigos protegidos de Estados Unidos y posiblemente con otra identidad, vive y trabaja en el país, cooperando desde 2007 con el Departamento de Justicia para atestiguar en juicios federales contra narcotraficantes.
Fuente: Apro