Por Sergio Sarmiento
Parecía desterrado del escenario político mexicano, pero ha regresado de ultratumba. Las reglas del tapado, sin embargo, han cambiado. La vieja admonición de Fidel Velázquez, “Quien se mueve no sale en la foto”, ha desaparecido. En estos tiempos, para salir en la foto hay que moverse.
Otras cosas han cambiado. El viejo tapado estaba destinado a ser presidente. El destape o dedazo era la parte fundamental de la sucesión. Hoy el tapado no tiene nada asegurado. Al contrario, las encuestas para el 2018 apuntan en otras direcciones.
En nuestro país hubo un tapado, un candidato presidencial seleccionado por el presidente, por lo menos desde 1928. La práctica, sin embargo, no sobrevivió a la alternancia. Vicente Fox no pudo impulsar a Santiago Creel en 2006, mientras que Felipe Calderón tuvo que aceptar en 2012 a Josefina Vázquez Mota, que no era su candidata.
Los viejos hábitos, sin embargo, son persistentes. El PRI se ha estado preparando para destapar a un candidato seleccionado personalmente por el presidente. La única rebelión pública, de la exgobernadora de Yucatán Ivonne Ortega, no ha llegado a ningún lado. Si bien la designación personal de un candidato presidencial se había dado por décadas, el término tapado fue creado, o popularizado, por Abel Quezada en 1957. El caricaturista lo representaba como un político misterioso cubierto por una capucha blanca con dos hoyos sobre los ojos para ver al exterior. En ese 1957 el tapado fue el mexiquense, Adolfo López Mateos, secretario del trabajo, que distaba de estar entre los favoritos para suceder a Adolfo Ruiz Cortines. Fue más que nunca un tapado.
El tapado pronto dejó los cartones de Quezada para convertirse en un icono de la cultura popular. Cada seis años la discusión política del país se centraba en el tapado. Una vez que éste se daba a conocer, terminaba el drama. El resultado de la elección estaba arreglado de antemano.
El tapado desapareció en los 12 años en que el PRI estuvo fuera de Los Pinos. En 2006 Roberto Madrazo obtuvo la candidatura priista tras una elección interna. En 2012 Enrique Peña Nieto logró la candidatura tras la renuncia de Manlio Fabio Beltrones a contender.
Hoy vemos un retorno del tapado. El PRI ocupa nuevamente la Presidencia y los vientos de democracia interna se han desvanecido. Peña Nieto domina al partido como en los viejos tiempos. La selección del candidato será suya. El partido vendrá después sólo a avalar el dedazo en una cargada unificadora.
Los aspirantes, sin embargo, han venido cambiando. Luis Videgaray no parece querer ya la candidatura. Miguel Ángel Osorio Chong sigue apareciendo en primer lugar en las encuestas entre priistas, pero quizá porque no se mueve no parece destinado a salir en la foto. Aurelio Nuño no se ha evaporado, pero la mayoría de los dedos apunta a que José Antonio Meade es el tapado. El proceso, sin embargo, mantiene incertidumbre por el hecho de que el gran elector es uno solo.
Peña Nieto no va a escoger nada más a quien sea más cercano, en cuyo caso quizá se inclinaría por Nuño. Quiere a alguien que pueda ganar. Un sucesor equivocado podría perseguirlo judicialmente.
La decisión está a unos días de distancia. El PRI necesita destapar al candidato e impulsar la cargada que lo llevará a la Convención para ser ungido. La capucha será descartada en algún basurero.
Bolas y despistes
“No se hagan bolas” dijo Carlos Salinas de Gortari en 1994, “el candidato es uno”. De esta manera respaldó a Luis Donaldo Colosio cuando Manuel Camacho buscaba arrebatarle la candidatura presidencial. “No se despisten”, dijo ayer Peña Nieto. “El PRI no elige a su candidato a partir de elogios o aplausos”, como los que Videgaray rindió un día antes a Meade.
Twitter: @SergioSarmiento