Por José Blanco
Después de una apacible y bella noche estrellada, o de una interminablemente larga, negra de tono espanto, el crepúsculo matutino irremediablemente termina por asomarse en el confín del horizonte, con su sonrisa anaranjada, anunciando que el sol está por salir. Una aurora como esa comienza a prefigurarse precisamente en la tierra del sol naciente, al tiempo que puede llegar a término el túnel que artificialmente fue creado por los dioses infernales de la finanza internacional. Artificial porque fue producto de artificios, no era una necesidad histórica.
Un ejército de adocenados Belcebús ha mantenido a raya a la economía mundial manteniéndola en malolientes socavones mediante el inmenso poder de su dinero mal habido (Belcebú, según algunos autores, lleva un nombre que se traduce como amo de la inmundicia).
Hablamos, claro, de los banqueros del mundo y de los propietarios del capital-dinero, con todos sus aparejos, como el FMI, los bancos centrales, las agencias calificadoras, su ejército de académicos autómatas que repiten sin reposo ni respiro los horrores que nos esperan, si no seguimos sus saberes sobre la economía, que no lo son en absoluto.
Los autómatas, una vez configurados para repetir los argumentos neoliberales, no cambian su habla tecnocrática bajo ninguna circunstancia. Su configuración es irreversible. El mundo puede congelarse o dar brutales tumbos, pero ellos no están hechos para examinar y pensar el mundo, sino para repetir mecánicamente el catecismo formulado por el Consenso de Washington. En otras palabras, no están hechos para aprender de la experiencia.
Tuvimos a partir de los años ochenta del siglo pasado el crecimiento sideral de una burbuja inmobiliaria y de una burbuja bursátil en Japón, que se inflaron retroalimentándose una a la otra, hasta que ambas reventaron; la economía entró en una severa crisis que enfiló a Japón al sumidero de un duro y persistente estancamiento.
Los japoneses al mando, tenaces y hasta obstinados como son, han sostenido las recetas del consenso durante casi 30 años. Durante ese lapso, la austeridad ha reinado, la economía ha permanecido en el estancamiento, pero la deuda –la más alta del mundo–, más que duplica el valor del producto interno. Nadie, de los que mandan, pudo nunca aprender que mientras se aplicaran las mismas recetas con todo el tesón del mundo, se obtendrían por necesidad los mismos resultados: el estancamiento perenne y la deuda en crecimiento acelerado.
Llegó 2007 y Shinzÿ Abe, presidente del Partido Liberal Democrático japonés, fue elegido primer ministro. No duró un año completo en su puesto, pero Abe no era sino uno más del rosario de primeros ministros que duraban alrededor de un año, siempre en grandes pleitos políticos debido al estancamiento apoltronado. No obstante, cada uno hacía grosso modo lo mismo, aunque cada uno llegara con su disfraz. En 2007 también, primero en Estados Unidos y luego en Europa, reventaron las burbujas inmobiliarias y bursátiles, y cada país con sus colores patrios propios, repitió la historia de Japón. Y ahí los tienen…
Obama ha procurado luchar en alguna medida contra la ortodoxia, pero el horror de la derecha republicana procura cerrar todas las puertas de escape. Veremos qué pasa a partir de marzo en el imperio al que empieza a notársele la senectud, y sobre todo, cómo elaborarán lo que ahora empezará a pasar en Japón.
El pasado 26 de diciembre Abe asumió por segunda vez el puesto de primer ministro tras ganar las elecciones generales. Y las ganó con un discurso que ahora contradecía frontalmente el pensamiento neoliberal. Ha arrancado mandando al diablo la austeridad, va por la sacratísima autonomía del banco central, ha decidido pasar de la deflación a una inflación suficiente que empezará a deglutirse la inmensa deuda, todo con un talante de samurái: como un torbellino. Su moneda se ha devaluado a un ritmo mayor que la inflación, y los exportadores están, por tanto, sonrientes como hace mucho que no ocurría. En tanto, los especuladores del mundo no se han asustado.
Japón ha estado estancado, aunque en un nivel de más de 30 mil dólares per cápita y es la tercera potencia económica del mundo; pero no será fácil que el motor de gran tamaño que es su aparato productivo vuelva a tomar velocidad; acaso en pocos años el sol naciente asome claramente su rostro.
Si eso ocurriera, jure usted que los autómatas de Occidente no habrán aprendido nada. No han aprendido nada de su propia política económica en Europa, nada aprenderán de la posible recuperación del crecimiento en Japón.
El más profundo desastre que ocurrió a Occidente con la globalización neoliberal fue que la política quedó supeditada al sector financiero de los países desarrollados. Este sector se volvió, no un gran poder fáctico, sino el poder político mayor. La recuperación del Estado para la política es una necesidad imperiosa para hacer posible una política económica sensata.
Bien, la mayoría de la sociedad del sol naciente ha decidido votar por un programa contra la ortodoxia, mientras un sector de la misma habla de Abe como el retorno de los dinosaurios. A lo mejor, pero está en sus méritos haber llegado a la cabeza del gobierno con un programa que de suyo implica la recuperación de la política para dirigir la economía. Los electores de Occidente tienen algo que aprender del coraje de los japoneses para arriesgarse a tomar el camino de la razón.
Fuente: La Jornada